Jueves, 05 de Diciembre 2024, 14:58h
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Alguien en el metro se echa a la espalda la tarea de tratar de hacerle ver a quien no está por la labor que no todos jugamos con las mismas cartas, y que eso no convierte al que lleva otras en una rémora, sino en un contraste de las nuestras. Una joven lectora reflexiona sobre la paradoja de que el grueso de sus compañeros varones tengan el fútbol y a los futbolistas por piedra angular de sus vidas y que a una chica que se interese por el once contra once eso la convierta en sospechosa. Un voluntario desplazado a Valencia, oriundo de allí, regresa deshecho por el peso del desastre, del abandono, de la calamidad que ha engullido a su gente y del dolor que apenas repara la generosidad de quien ayuda. Andamos necesitados de más escucha, más imaginación, más mirar, de una vez, todos por todos.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Al 'puto' Asperger
No te conozco. No me conoces. Pero eso no nos resta un ápice de empatía. Así te describía quien me precedía en la boca de metro: «Es un puto Asperger, ya me ha dicho el jefe que lo dejemos por imposible». Fue en esa entrada al metropolitano, testigo mudo de tantas historias. Y en esos convoyes que nos trasladan de un lado a otro de la ciudad sin que levantemos nuestra mirada de la pantalla de móvil. En ese bullicio de estaciones, de paradas, de idas y venidas, de rectas y curvas que no tienen la necesidad de prestar atención a las necesidades que podamos precisar cada uno. En ese maremágnum diario eras el protagonista de una conversación ajena. Pensé en retirarme los auriculares, en posar mi mochila, en guardar en el bolsillo mi teléfono y en entablar conversación con quien te nombraba en vano. Pero no fui valiente. Únicamente opté por mirarle al tiempo que fingía que alguien me llamaba. Hablé con mi imaginario interlocutor de la diversidad individual, de que hemos de estar pendientes de las necesidades de los demás por si está a nuestro alcance cubrirlas, de lo placentero que es acompañar y ayudar, levantar al que se cae y sostenerlo después. Me mantuve un buen rato en conversación. El suficiente para que él terminara la suya. Cuando salíamos del suburbano era él quien me miraba. Perdí su rastro entre la multitud, con la sensación de que en ese corto trayecto le habías dado una inolvidable lección. Tenía que contártelo.
Luis Alberto Rodríguez Arroyo. Santo Tomás de las Ollas (León)
Más allá del fútbol
Cuando eres pequeña, tus padres quieren que pruebes diferentes deportes como tenis, pádel, rugby, vela, etc. con la intención de que adquieras hábitos saludables y te intereses por el deporte. Sin embargo, esto cambia cuando te vas haciendo mayor. Si eres un chico, todos los deportes se terminan porque hay uno que lo inunda todo. Hablemos de fútbol. Actualmente el 90 por ciento de los chicos que conocemos practican este deporte. En esta generación, los adolescentes suelen vivir por y para el fútbol. Juegan en los recreos, hablan de ello en sus ratos libres, lo practican por las tardes perteneciendo a algún equipo… incluso siguen la fama de los futbolistas como si algún día pudieran llegar a ser ellos, hasta el punto incluso de verbalizarlo. Hay millones de jóvenes con ese pensamiento, pero ¿cuántos llegan a hacerlo realidad? Por otro lado, si eres una chica, te gusta el fútbol y si, además, lo practicas, tendrás que escuchar comentarios en los que te llamarán «marimacho» o «lesbiana», normalizando que el fútbol es un deporte masculino. ¿Nos olvidamos de que los deportes se practican por diversión y salud? ¿Desde cuándo la deportividad es una cuestión de género?
Sofía S. Correo electrónico
A otra gente
Quizás es a medida que ves pasar los años cuando crees que cuantos más años tienes, más piensas que el mundo pertenece a otra gente. Nuevas generaciones llegan a tu trabajo, a las tiendas y sitios que frecuentas, a los gobiernos. Todas ellas vienen empujando con más energía, con sus nuevas ideas, sus usos de las nuevas tecnologías, y su manera de hacer. Vivimos en el mismo mundo y debemos adaptarnos a los cambios, aunque debemos pensar que nosotros, no solo 'estábamos antes', sino que también los hemos preparado, hemos allanado el camino para que puedan ocupar el sitio que vamos dejando. A pesar de ello, debemos tener cuidado porque no todo lo nuevo es mejor que lo anterior simplemente por significar un cambio; a veces estos cambios, o los que los desarrollan, pueden hacernos sentir que hemos estado equivocados, que hemos perdido el tiempo. En este caso, podemos superar esa supuesta falta de relevancia en el proceso sintiéndonos no nosotros más importantes, lo cual sería algo vanidoso, sino reconociendo la relativa importancia de aquellos que intentan dejar a un lado a los que han trabajado por el desarrollo de esta sociedad. Todas las ideas tienen valor en su momento, siempre que contribuyan a un avance positivo, sin menospreciar a quienes han añadido un peldaño en la escala hacia nuestro progreso; hoy vemos algunas nuevas ideas que se establecen de manera forzada por su cariz innovador, pero hace falta conocimiento para saber que el tomate es una fruta, y sabiduría para no ponerlo en una macedonia.
Tomás López Agustín. Alcañiz. Teruel
Reduflación
La cesta de la compra de productos básicos se ha convertido en una heroicidad, una gesta sin parangón. Queremos productos con una calidad contrastada y que no nos dejen el bolsillo hecho unos zorros; algunas empresas emplean tretas, martingalas y añagazas para engatusar al cliente como hacía el legendario flautista de Hamelin. El señuelo, la melodía de la flauta, es el precio, utilizado como carnada, con el que nos seducen como a peces que embelesados pican y son capturados. Productos sobre los que está impresa la oferta, con números grandes y colores llamativos que nos atraen como si de un imán se tratara. ¿Dónde está el truco? Algunas marcas comerciales nos convencen de una manera hábil y mañosa para que adquiramos el producto. El secreto está en la cantidad o tamaño de lo que compramos: en realidad, pagamos lo mismo y a veces incluso más; es lo que en economía se llama reduflación. Un ejemplo que resulta habitual en cualquier supermercado, sección de yogures: envases que no contienen los consabidos 125 gramos sino 120, 115 y 110. Sin embargo, el consumidor no es informado de ello, no sabe que está comprando una menor cantidad. La legislación francesa obliga a los supermercados a advertir de forma nítida toda reducción de peso o volumen de los productos ofertados. La temida inflación tiene una acompañante tan detestable como ella, la reduflación, que, o nos informan de su existencia o debería ser erradicada. Fijémonos antes de comprar.
Francisco Javier Sáenz Martínez. Lasarte-Oria
Esas miradas sinceras
Lunes, las 7:45 de la mañana. «Qué pereza ir a clase», pienso. Hace frío, y lo último que le apetece a mi ser más hedonista es salir de la cama para tener que enfrentarme a un mundo que, si ya de por sí, dado el mes del año, es climatológicamente frío, humanamente, si cabe, lo es más. Salgo a la calle, las 8:20 de la mañana. Como buen ciudadano de periferia me dirijo a la parada del tranvía, ese medio de transporte que cada mañana se me presenta como una oportunidad para analizar a las personas que, hoy y durante los próximos cuatro días, serán mis compañeras de viaje: gente adormilada, caras largas, móviles; embobamiento. Yo, víctima de mi melomanía, observo todo a mi alrededor desde la comodidad de mis auriculares. Es entonces cuando pienso: «sus miradas están muertas». Reflexiono sobre ese pensamiento cuando, repentinamente, siento el tacto de una pequeña mano sobre mi chaqueta. Me giro, son los dos niños que me encontraré el viernes por la tarde en la quedada del grupo de tiempo libre. Es ese sonriente «hola» el que hace que desconecte los auriculares para poder escuchar con atención todas las pequeñas grandes historias que narran épicamente. Será que ellos todavía no han sido turbados por una sociedad que nos lleva a la insatisfacción, al miedo o al prejuicio. Será que a todas esas caras largas del tranvía les hace falta sentir el calor de esas miradas sinceras.
Gontzal Alba Miguel. Vitoria-Gasteiz, Álava-Araba
Obviando los detalles
Buscando una foto antigua, acudí a los álbumes que guardo en casa con mucho cariño porque son la intrahistoria de nuestra familia y amigos. Al seleccionar unas cuantas y pararme a mirarlas, me di cuenta de que había perdido la capacidad de detenerme a observar una foto en papel. Para empezar, mis dedos de forma automática se iban a ampliar la foto. Después de resultarme ridícula mi acción, volví a detenerme en la imagen y descubrir que no sabía focalizar la vista en los detalles de la foto. Entonces me obligué a coger unas cuantas y a pararme en cada una de ellas. No fue nada fácil. La exagerada cantidad de fotos que hacemos y recibimos en el móvil, nos han hecho impacientes por ver la siguiente obviando todos los detalles. Nos pasa con las fotos, con las canciones, con los textos. Y me parece realmente triste y preocupante porque si me pasa a mí que tengo edad de haber vivido en un mundo analógico, ¿qué no les pasará a los llamados nativos digitales? Y entonces veo las imágenes de las familias que desean recuperar sus fotos seriamente estropeadas por las consecuencias de la dana y me aferro a las mías como un tesoro.
Rosa Santa Daría. Ingenio. Gran Canaria
LA CARTA DE LA SEMANA
Pensé que era más fuerte
Me disculpo por romperme cuando bajó la adrenalina y me golpearon las imágenes de tanta devastación y dolor. No todo fue malo. Hubo reconciliación con el mundo y el ser humano. Una ventana por la que la luz iluminó una tierra oscura. No hubo reproches, quejas... Sí sacrificio y solidaridad. Nadie dijo nada cuando enfundamos los uniformes de policía en buzos que tanto impedían que penetrase el lodo como nos empapaba de sudor frío; ni cuando apestábamos en el coche... En Valencia supimos de gente que gastaba vacaciones para ayudar unas horas, que durmieron en el coche, que han vuelto enfermos o con estrés postraumático. Mi casa está allí, pese a que marché hace media vida, pero ver mi refugio arrasado fue demasiado. Hice lo que pude, doblé el lomo y achiqué mierda (no tiene otro nombre) con la ineludible sensación de barrer un desierto. No pude evitar las lágrimas en el viaje de vuelta a la civilización. Sentí orgullo, amargura. Y lloré, lo siento. Pensé que era más fuerte.
Rubén González González. Correo electrónico
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