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El bloc del cartero

Pega

Lorenzo Silva

Viernes, 04 de Abril 2025, 09:50h

Tiempo de lectura: 5 min

Larra identificó el mal entre nosotros hace ya casi dos siglos. Kafka, hace poco más de uno, lo elevó a la categoría de alegoría universal. Marx, desde el análisis más teórico, lo describió como una deriva inevitable: las instituciones tienden más a contentar a quienes forman parte de ellas que a aquellos a los que afirman servir. Si Larra atestiguó con humor amargo el «vuelva usted mañana», Kafka levantó acta de la ley que es una puerta cerrada o que persigue sin explicar por qué. Sea cual sea su expresión literaria, la indiferencia de la burocracia hacia las personas, esa forma de despotismo, atraviesa las épocas. Nuestra carta de la semana la describe con un vocablo breve: la pega. Y anota cómo la tecnología ha venido a agravarla. Hoy, Larra o el K. de Kafka se estrellarían, a solas, contra un formulario web.


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LAS CARTAS DE LOS LECTORES

La emigración, una gran oportunidad

Desde mediados del siglo XVIII hasta finales del XX, el país que más desarrollo económico experimentó fue, sin duda, Estados Unidos. La gran mayoría de los analistas coincide en que el precursor de ese desarrollo se debió, en gran parte, a las enormes olas de inmigración, que aportaron mano de obra y gran iniciativa empresarial, hechos que ayudaron a catapultar la economía del país. Pues bien, en un entorno poblacional donde predomina una sociedad envejecida, como es la nuestra, y en un momento empresarial lleno de oportunidades, donde la mayor dificultad a la que se enfrentan muchos sectores productivos es la carencia de la mano de obra, permítanme que vea la distribución de los menores emigrantes no como un problema, sino como una gran oportunidad. Por supuesto que en este asunto, como en otros, debería existir consenso institucional, con unas claras y precisas iniciativas de inversión en formación profesional y académicas, tratando de aprovechar al máximo este caudal de población joven que llega a nuestro país, ofreciéndole, en lugar de hacinamiento en centros de acogida donde se fomenta la pereza y la desidia, una oportunidad de formación para su propio desarrollo personal. Eso sí, también con una precisa, clara y concreta legislación; que en el supuesto de cometer delitos reiterados o graves deban abandonar dicho proyecto de integración. Nunca olvidemos que uno no elige el país donde nace y, por supuesto, es muy digno buscar una vida mejor.

Juan Francisco García Casal. Guisamo (La Coruña)


Diciendo sin decir

Escribir, incluso para estas páginas, suele servir de poco. Al comenzar a teclear, uno lo hace con preocupación o incluso rabia. El cabreo por lo disfuncional suele acompañarse de una brizna de sentido de deber cívico y haberse macerado en algo de lectura y reflexión. Lo que pocas veces se nos pasa por la cabeza es que gran parte de las cartas que remitimos nunca verán la luz, no por carencias literarias o de rigor, sino por tratar temas tabú en España y exponer a un medio a perder subvenciones públicas y publicidad institucional (o corporativa). Las veces en que un escribiente sin remilgos logra colar sus ideas en las páginas de un periódico –suavizando afirmaciones, preñando la pieza de estadísticas irrefutables y dejando que el lector infiera (diciendo sin decir)–, tampoco el logro sirve de gran cosa: pocos disponen de tiempo para ir más allá de los titulares y regalarle treinta segundos a una opinión políticamente incorrecta pero quizá necesaria. Huelga decir que, de las escasísimas personas que nos hayan leído y quizá concordado con algún punto de vista, ninguna se verá movida a actuar, aun entendiendo que no hacerlo hipoteca el bienestar y la libertad de las generaciones que hemos traído al mundo.

Suso Liste. Santiago de Compostela


De los paisajes y sus pobladores     

Creo que el paisaje que tenemos, nuestros campos, montañas y pueblos, es nuestro arte inevitable, no está escondido en galerías de arte ni en colecciones privadas. Estoy seguro de que tiene alguna implicación en la forma de nuestro carácter y desde luego en nuestra forma y medio de vida. No es algo que se pueda ignorar ni que caiga fácilmente en el olvido, ¿o sí? Cuando salimos de las ciudades encontramos parajes naturales que sirven a propósitos históricos, campos de cultivo, pasto para el ganado o, simplemente y aunque no menos importante, zonas de incomparable encanto que nos hace gozar de su atractivo. Todo esto queda cuestionado cuando topamos con los intereses, la especulación y la incompetencia. Nuestras zonas rurales están llenas de un encanto del que queremos disfrutar y que vemos cómo se va perdiendo en función del interés económico, turístico o, cómo no, político. La España vaciada no lo parece tanto si hay una montaña esquiable, cuyas carreteras estarán mejor acondicionadas que las que nos llevan a pueblos con menos interés económico. Políticos de uno y otro signo –los hemos tenido del mismo que el gobierno de la nación, distinto, da igual, la incompetencia es la misma– parecen cambiar cuando se sientan en sus sillones institucionales. Las carreteras están en un estado lamentable —solo hay que hacer unos kilómetros y cruzar la frontera con comunidades limítrofes donde el pavimento e incluso el desdoblamiento de las calzadas unen localidades menos pobladas que las olvidadas en Aragón—; la comunicación por tren entre Zaragoza y la costa está anclada en los años sesenta; el campo sigue estando necesitado de atención, hoy parece más rentable sembrar placas solares (bienvenidas sean si están en tierras estériles) que cereal u olivos. Nuestra postal natural y la gente que la habita deberían ser atendidas, no explotadas ni olvidadas con promesas vanas y según intereses electorales.

Tomás López Agustín. Alcañiz (Teruel)


LA CARTA DE LA SEMANA

La pega

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+ ¿Por qué la he elegido?

Porque cuando el abuso se torna clamor, silenciarlo es clamorosa necedad.

La Administración, como no siempre le da tiempo a resolver en tiempo y forma, juega a poner pegas o a la procrastinación (un ejemplo: ayudas por la dana). Al igual que una compañía de seguros, si debe pagar varios siniestros, periodifica sus gastos, de ahí que la Pega sea el remedio infalible para retrasar un expediente. La falta de celeridad en las listas de espera, en devoluciones de tributos, en pago de seguros, se retroalimenta por subsanaciones que se eternizan, con garantías tal vez excesivas. Las nuevas tecnologías no siempre han mejorado la comunicación del ciudadano con la Administración, sobre todo porque en lo digital te encuentras con el terrible silencio de la red o con un robot, en una deshumanización creciente. Señores de la Pega, no somos un número, sino personas con problemas que necesitan ser atendidas. Nuestro derecho no puede quedar relegado a un simple derecho al pataleo en la soledad de la red digital.

Eduardo M. Ortega Martín. Granada

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