Viernes, 28 de Marzo 2025, 11:18h
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Hace poco leí en The Guardian un artículo que me sorprendió. «Estamos en recesión de relaciones amorosas», anunciaba y, a continuación, se hacía eco de un reciente estudio según el cual en lugares tan dispares como Tailandia, Perú, Corea del Sur o Turquía se registra actualmente un drástico declive no solo en el número de matrimonios, sino también en el de parejas estables.
En los Estados Unidos, por ejemplo, el porcentaje de relaciones amorosas entre jóvenes de 16 a 18 años ha caído por debajo del 50 por ciento en los últimos años, mientras que el número de parejas dispuestas a formar una familia es cada vez menor. «Lógico –me dije al leer la noticia–, con los orates que tenemos al frente de la política internacional y el planeta a punto de saltar por los aires convertido en confeti en cualquier momento, ¿quién es el guapo –o el irresponsable– que decide traer niños al mundo?». Pero no, por lo visto el hecho de que se esté produciendo un retraimiento en las relaciones personales se debe a otras razones.
Las estadísticas advierten de la irrupción en escena de un neomachismo aún más peligroso que el anterior
Una de las que más me sorprendió fue la cada vez más evidente divergencia de criterio en materia política y sociológica entre hombres y mujeres. En algunos países la situación llega incluso al dislate. En Corea del Sur, por ejemplo, a las mujeres les ha dado por emular a Lisístrata. Como recordarán, este personaje de Aristófanes, al ver lo mucho que se alargaba la guerra entre atenienses y espartanos y cómo este conflicto repercutía en sus vidas y en la de sus hijos, ella puso en marcha una curiosa medida de disuasión a la que se adhirió el resto de sus congéneres. La de declararse en huelga de sexo. Es decir, se negaron a acostarse con sus maridos y parejas hasta que pusieran fin a la contienda.
En el presente, las surcoreanas han creado el Movimiento 4B con fines similares, al que se han sumado también mujeres de otros países. «Cumpliendo con mi deber moral como mujer americana y demócrata –posteó no hace mucho una joven de Florida–, tras una acalorada discusión sobre Trump con mi novio, oficialmente me he unido al Movimiento 4B». Su post recibió de inmediato un sinfín de likes y adhesiones de otras tantas Lisístratas antitrumpistas que ven preocupadas una deriva hacia la intransigencia y las posturas testosterónicas.
Sin llegar a semejantes extremos, es curioso resaltar que la diferencia en lo que a sensibilidad política se refiere es cada vez más notable entre mujeres y hombres. Hablando una vez más de los Estados Unidos, en rango de edad de 18 a 29 años, por ejemplo, el 56 por ciento de los varones votó a Trump, mientras que entre las mujeres fue veinte puntos menor. Se estima, asimismo, que la brecha ideológica entre hombres y mujeres se acentúa en los países desarrollados con una marcada preferencia de los varones por opciones políticas cercanas a la ultraderecha.
España no es una excepción. En Vox los votantes masculinos doblan a los femeninos (13 por ciento frente al 6) y en Se Acabó la Fiesta, el partido de Alvise Pérez, la diferencia es aún más abultada. Se estima que parte de la responsabilidad de esta diferencia política que escora a los hombres, y en especial a los más jóvenes, a opciones extremistas tiene que ver con los efectos colaterales de la cultura woke y el hecho de que, con razón o sin ella, los hombres piensan que el feminismo intransigente ha ido demasiado lejos y se sienten preteridos. Era de esperar. Quienes profesamos un feminismo femenino desde hace tiempo temíamos una reacción así. Una que pone en peligro los logros conseguidos y, más aún, los que nos quedan por alcanzar. Las cifras confirman esta deriva.
No solo los hombres jóvenes apuestan cada vez más por una ultraderecha que, creen, defiende mejor sus derechos. También las estadísticas advierten de la irrupción en escena de un neomachismo aún más peligroso que el anterior. Crece el número de violaciones en grupo; ellos las prefieren sumisas; las chicas llegan a afirmar que el hecho de que sus parejas se muestren controladores es «una señal de amor»; los malotes están de vuelta y la testosterona marca territorio. Y, mientras todo esto ocurre, nosotras, las feministas que nunca abogamos por la guerra entre sexos y demás derivas y excesos, nos preguntamos ¿y ahora qué? ¿No será que junto con el agua sucia del machismo estamos a punto de tirar también al bebé de nuestra igualdad?
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