Viernes, 28 de Marzo 2025, 11:15h
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He vuelto a beber leche en el desayuno. Hace tiempo que dejé de trabajarme el colacao con crispis de toda la vida y me pasé a la leche de soja, que para los que tenemos una edad es más saludable, dicen unos, pero más repugnante, confirmo yo. Así que el otro día me quedé pensando con el vaso en la mano y decidí que, a estas alturas del almanaque, da absolutamente igual. Que estaba de la soja hasta los cojones, y que me volvía a la leche de toda la vida. Y con ella ando.
Los famosos de mi quinta ya no están para fotos, y ahora todo es un sindiós de gente de la que no tengo ni puta idea de quién es ni a qué se dedica
Lo que no he dejado de hacer desde que escribo esta página, y llevo treinta años aquí, es leer el Hola mientras desayuno. Todos tenemos nuestras perversiones inconfesables, pero ésa no me importa confesarla. No sé si recuerdan ustedes que hace tiempo dediqué un artículo a la sorprendente ausencia de bibliotecas en esas casas que salen en las primeras páginas, ya saben, la millonetis y empresaria internacional Pepita Savile-Road von Karajan nos enseña, con sus dos guapas hijas rubias y sus cuatro galgos afganos, su mansión a orillas del Loira. Sigue sin salir en las fotos ninguna biblioteca –como dije en aquel artículo, o no las hay en esas casas o al Hola le importan un carajo–, pero bueno. Hace tiempo que la cosa por perdida ya la di, cuando el yugo del esclavo como un bravo sacudí. Así que ahora me dedico a buscar otros asuntos mientras paso las páginas y bebo la leche.
La faena es que ya no conozco a nadie. Los famosos de mi quinta han palmado o ya no están para fotos, y ahora todo es un sindiós de gente de la que no tengo ni puta idea de quién es ni a qué se dedica. Luego, cuando me fijo, veo que se trata de una joven actriz española, de un dinámico chef –cocinero, decíamos antes–, del hijo de un torero, de un bisnieto de Carolina de Mónaco, o de unos tiñalpas famosos porque salieron en la isla de las tentaciones, o una de esas islas, y estando allí echaron un polvo, o dos. Y como todos los abuelos Cebolleta que en el mundo han sido –estoy seguro, y ésa es otra, de que pocos lectores saben ya quién era ese abuelo–, no puedo menos que pensar que, comparados los pedorros y pedorras de ahora con los que salían en el Hola hace veinte o treinta años, los de entonces parecían frente a éstos Greta Garbo y el conde de Montecristo.
Lo que más miro ya, lo que más me interesa, es el buen rollito solidario. Eso me pone como una moto y ayuda a digerir los efectos nocivos de la leche en mi veterano organismo. Se trata de una bonita tradición a la que celebro que la revista no haya renunciado, pues me devuelve la fe en el ser humano que se quedó perdida por ahí, con el arpa, en algún ángulo oscuro de mi turbio pasado. Cuando, con despliegue gráfico a cuatro páginas, me entero de que la actriz Lucrecia del Borgo –curiosamente, ignoro por qué, suelen ser muchas ellas y pocos ellos–, vestida de Dora la Exploradora por la oenegé Cantamañanas sin Fronteras, ha pasado un día entero dando biberones a los gorilas huérfanos del Kilimanjaro –La solidaria e increíble aventura africana de Lucrecia, es el titular de Hola–, o que la presentadora de televisión Chochita Pérez Pelagatos, hija de la querida Chocha Pelagatos, de la que heredó el programa, y su hija Pochola han pasado dos días y medio en Calcuta solidarizándose allí con los parias de la tierra, y a su regreso declaran entre foto y foto vestidas ambas con sari hindú, Pochola en concreto, «Esta estremecedora experiencia me ha enseñado a valorar más lo que tengo», pues bueno. Confieso que se me llenan los ojos de lágrimas de emoción.
Pero no todo queda ahí. Mi llanto, contenido y viril en el caso de Pochola –ya saben ustedes que los perros duros no bailan–, se desparrama irrefrenable cuando, la semana siguiente, leo y veo que esta vez es Luisa Federica Martínez de la Bandurria-Saboya, prima de un primo de algún sobrino, la que tras acabar sus estudios de diseño en Nueva York ha emprendido una nueva etapa solidaria de su vida con la organización humanitaria EPYPA (Éramos Pocos y Parió la Abuela). Y para foguearse en la materia ha viajado a la Amazonia –treinta y seis horas allí, nada menos– para, haciéndose fotos con los indios motilones, ayudar a que concluya la invisibilidad de que son víctimas esos indígenas y conocer a fondo sus bonitas y ancestrales costumbres. De lo que son prueba irrefutable las fotos de Luisa Federica vestida de india amazónica mientras participa en una ceremonia ritual con las mujeres de la tribu. Hermosa aventura humanitaria, la suya, que al regreso a la civilización la ha impulsado a declarar, con todo su papo: «Impregnarnos de otras culturas nos hace mejores personas. En España no nos damos cuenta de lo mucho que podemos aprender de la filosofía de vida de un motilón y una motilona».
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