Ucrania en su hora decisiva
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Ucrania en su hora decisiva
Viernes, 23 de Febrero 2024, 10:47h
Tiempo de lectura: 5 min
Elena se mueve entre el desorden por el suelo de su habitación. Empaqueta en bolsas sus pertenencias. Debe llevarse lo básico y, en dos minutos, subir al último coche de voluntarios que abandona Toretsk, su ciudad natal, antes de que empiecen a llover proyectiles de artillería rusos. Desde octubre, las tropas rusas avanzan poco a poco hacia esta pequeña localidad minera en el óblast de Dombás (este de Ucrania). Apenas cinco kilómetros la separan ya del frente, y el Ejército ucraniano, menguadas sus reservas de munición, ralentiza como puede el avance enemigo.
«¡Rápido, rápido!», grita Elena a Igor, el vecino que la ayuda a sacar sus cosas. Miedo y nerviosismo impregnan el estado de ánimo de Elena, testigo horas antes de la muerte de dos vecinos bajo las bombas rusas. «Aquí ya no estás a salvo ni en los sótanos. Solo se quedan ancianos que prefieren morir a perder los frutos de toda su vida, y quienes apoyan a Rusia», revela el padre Yuri, capellán de la Brigada 24 del Ejército ucraniano, que ayuda a evacuar a los civiles.
Dos años después de la invasión rusa, los civiles atrapados en las ciudades cercanas al frente carecen de servicios básicos. Rusia ha destruido todas las infraestructuras, y sus habitantes se saben objetivo de la nueva contraofensiva rusa. Avdivka, Vuhledar, Chasiv Yar, Kupiansk y una larga lista de ciudades a tiro del frente se han convertido en escombros, casi despobladas, donde lo único visible es la barbarie de la guerra.
Sviatohirsk vive una tregua. Esta pequeña localidad junto al frente de Lyman, controlada hasta hace poco por los rusos, intenta recuperar una normalidad amenazada por una nueva ocupación. Roman, responsable en la zona de la ONG World Central Kitchen, que da de comer cada día más de 600 personas, es la única organización que opera aquí. «Hemos recuperado la electricidad, pero las líneas no son estables; no tenemos agua ni gas, pero la gente quiere recuperar su vida –relata–. La guerra sigue y los rusos pueden volver, pero este es nuestro hogar».
Protegidos por una arboleda cercana a Toretsk, Mykhaylo y sus compañeros vigilan el frente desde su trinchera. Parte de la Brigada 24, su unidad da cobertura de fuego a la infantería. Son todos veteranos de guerra. Muchos combaten desde 2014, en la guerra del Dombás. Llevan dos años sin un solo permiso y están exhaustos, un problema crónico en las filas ucranianas. Ante la urgencia de reponer las bajas y dar descanso a la tropa, el Gobierno tramita una ley que rebaja la edad de reclutamiento de 27 a 25 años, una iniciativa impopular en una sociedad desgastada por el conflicto.
Poco queda del patriotismo que desató la invasión, con voluntarios acudiendo en masa a los centros de reclutamiento. «La gente se ha acostumbrado a la guerra y a los bombardeos. En la mayor parte de Ucrania, la vida ha vuelto a la normalidad, la gente ha recuperado sus trabajos y no quiere alistarse, pero no podemos olvidar que nos toca luchar por nuestra supervivencia como país», señala Alexiy, un joven voluntario que recauda fondos para el Ejército en Leópolis, cerca de la frontera polaca, en la otra punta del país.
La contraofensiva ucraniana del pasado junio se ha estancado. El objetivo era dividir a las fuerzas rusas cerca del mar de Azov, pero siete meses después apenas se han recuperado 320 kilómetros cuadrados de territorio. Los ucranianos no han podido superar la doble barrera que los frena. La de las defensas rusas, por un lado: una densa red de minas, drones y artillería pesada. Por otro, la dificultad de un ejército entrenado en las tácticas de combate heredadas de la URSS para integrar y adaptarse al armamento que proporciona Occidente.
Franz-Stefan Gady, del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, señala que la falta de una estrategia más adaptada y realista ha limitado la contraofensiva. En respuesta a este escenario, Ucrania ha replanteado su enfoque insistiendo en la innovación tecnológica y la adaptabilidad en el campo de batalla. Drones y estrategias cibernéticas son las nuevas herramientas contra un enemigo superior en número. No solo han equilibrado las fuerzas en el campo de batalla, también han marcado nuevos rumbos en la guerra.
Su incorporación al combate ya es una realidad. En un búnker del frente de Lyman, Volodymyr observa en una pantalla imágenes tomadas por seis drones en tiempo real. Dos son aparatos rusos que han logrado hackear y a cuyos pilotos tienen localizados. «Desde aquí veo todo lo que ocurre en el frente –explica–. Esto nos da una ventaja operativa que antes no teníamos». De pronto, los drones alcanzan sus objetivos en las posiciones rusas y las pantallas pasan al negro.
Cada brigada ucraniana cuenta ya con batallones de drones. «Son un antes y un después en la guerra –subraya Volodymyr–. Cada día probamos nuevas tácticas, formas novedosas de hacer la guerra con drones y otro tipo de armas no tripuladas. Confiamos en que con ellas podamos tener más opciones de ganar la guerra».