Uno de cada cinco matrimonios en Kirguistán se inicia con un rapto, según Naciones Unidas. Más de 12.000 jóvenes son cada año secuestradas para ser llevadas al altar. La sociedad edulcora esta violencia, la considera una costumbre ancestral. Pero no lo es. La fotógrafa Irina Unruh ha recorrido el país reuniendo testimonios de las víctimas.
Domingo, 23 de Enero 2022, 01:27h
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Sufrí durante diez años», escribe Meerim, la mujer que oculta su rostro y su dolor en la imagen de arriba. «Él trabajaba con mi padre. Lo conocía bien. Tras el secuestro, mi padre me obligó a quedarme con él. Según nuestra tradición, una
Sufrí durante diez años», escribe Meerim, la mujer que oculta su rostro y su dolor en la imagen de arriba. «Él trabajaba con mi padre. Lo conocía bien. Tras el secuestro, mi padre me obligó a quedarme con él. Según nuestra tradición, una chica no puede volver después de haber sido raptada. Empezó a beber. Sufrí durante diez años. Al final nos divorciamos; ahora crío a mis cuatro hijos yo sola. Me gustaría que todas las chicas pudieran elegir con quién se casan. La sociedad, y no solo el Gobierno, debería proteger los derechos de las mujeres».
Perizat
«El 'ala kachuu' no es propio de una sociedad moderna»
Cuando el pueblo kirguís era nómada, apenas se practicaba el rapto de novias. Sí era habitual, en cambio, que la pareja se fugara de mutuo acuerdo si el novio no podía pagar la dote o su unión era contraria a la voluntad de las familias. Esta 'huida romántica' –prohibida y castigada durante el dominio soviético– se hizo popular cuando Kirguistán se independizó de la URSS en 1991. Transformada en secuestro, se practica sin el consentimiento de la mujer y algunos la han convertido en una pieza más de la construcción de una 'identidad nacional'. «El 'ala kachuu', el rapto de novias, no es propio de una sociedad moderna –dice Perizat–. Como nosotras en su día lo sufrimos, sabemos mejor que nadie que una pareja debería conocerse, respetarse y aprender a amarse. ¡Solo así surge la verdadera felicidad!».
Burulai Turdalieva
Cuando el rapto termina en muerte
Los secuestros de mujeres a veces terminan en sangre. Burulai Turdalieva murió a manos de su captor en 2018. Hoy, este mural pintado en una fachada de la Escuela de Medicina de Biskek, donde estudiaba, recuerda su asesinato. El año pasado se produjo un caso similar. Aisada, de 27 años, iba al trabajo cuando un hombre la arrastró dentro de un coche. En las imágenes de la cámara de seguridad se aprecia incluso la matrícula del coche. Cuando la madre de Aisada se puso en contacto con la Policía, el agente que cogió el teléfono se echó a reír. «No pasa nada –le dijo–. Alégrese, dentro de poco podrán celebrar una boda». Las amigas y los familiares de Aisada no tiraron la toalla. Encontraron los datos del secuestrador y se los enviaron a la Policía. Dos días más tarde, un pastor descubrió el coche abandonado en medio de un campo. En su interior había dos cadáveres. El secuestrador había violado a Aisada antes de estrangularla, luego se había matado usando un cuchillo.
Altynai
«El amigo de mi hermano me ha secuestrado»
Altynai fue raptada por un conocido, pero acepta su destino: «Al principio era incapaz de acostumbrarme a él o a su familia, a pesar de que me caían bien. Me cuidaron y me apoyaron mucho. Y me ayudaron a acercarme a él. Mis parientes se enfadaron cuando supieron que quería quedarme. Ahora se alegran por mí porque ya soy parte de mi nueva familia. Doy gracias a Dios de que mi marido me dé una buena situación económica. Ha accedido a que yo siga yendo a la universidad y a pagar los gastos. Respeta a mi familia. Agradezco la vida que tengo. Tenemos dos hijos. Somos felices». Desde 2013, la ley prohíbe «los secuestros con el objetivo de forzar un matrimonio». Sin embargo, aunque se estima que 12.000 jóvenes son secuestradas cada año, en 2021 solo se investigaron 92 casos: 75 fueron sobreseídos.
Kanyke
«Mi corazón está roto»
«Mi vida familiar empezó con el 'ala kachuu'. El rapto deja una huella en el corazón de todas las mujeres. En mi alma arde un dolor eterno, mi corazón está roto. Por eso, me opongo al 'ala kachuu'. Me gustaría que ninguna chica tuviera un alma herida o un corazón roto como yo».
Aigerim
«Nunca lo había visto»
«La primera vez que me secuestraron me quedé, tenía miedo de lo que dirían los mayores. Y la segunda vez que me secuestraron me llevaron a una región muy alejada, pero me negué a quedarme y volví. No conocía al hombre que me secuestró, nunca lo había visto, ¿cómo habría podido quedarme con él? Así que volví a mi casa. El 'ala kachuu' destruye las vidas de bastantes chicas jóvenes. Muchas sufren como sufrí yo. Después del segundo secuestro perdí la esperanza. Esta costumbre tiene que desaparecer de una vez».
Azhara
«Me daba vergüenza volver a casa»
«Me raptaron el 17 de diciembre de 1991. Estaba triste todos los días. Poco a poco me fui haciendo a la nueva familia. Me daba vergüenza volver a casa. Además, sentía lástima de mi suegra. Perdió a su marido muy joven y había tenido que criar a sus hijos ella sola. Aquellos días pertenecen al pasado, ahora somos una familia y tenemos nuestros hijos. Hoy estoy feliz de la vida que tengo y le estoy agradecida a Dios. Pero deberíamos desterrar el 'ala kachuu'». Hay muchas más denuncias por robo de ganado que por robo de novias, se lamenta la defensora de los derechos humanos Munara Beknasarova. Es más, explica, muchas veces las madres y las futuras suegras actúan como cómplices, no es raro; ellas mismas fueron en su día forzadas a casarse.
Kirguistán
La república desconocida
Kirguistán es una república poco conocida, cuyo relieve montañoso y el hecho de ser el país del planeta más alejado del mar han favorecido su aislamiento. Eso no impidió que lo conquistasen Gengis Kan, los mongoles, los turcos y los soviéticos. Solo en 1991 alcanzó la independencia y, con 6,5 millones de habitantes de 80 etnias diferentes (la mayoría, musulmanes suníes), Kirguistán se configuró como una república democrática. No es una dictadura, como sus vecinos, lo que le ha valido el título de 'la Suiza de Asia Central', pero la corrupción está a la orden del día y los cambios de Gobierno violentos sacuden el país.
Las últimas grandes protestas en el país tuvieron lugar en 2020 y provocaron unos comicios, denunciados por irregulares, y un cambio de Ejecutivo que aún no se ha asentado (el nuevo presidente, Sadyr Nurgozhóyevich Zhaparov, ganador de las elecciones con casi un 80 por ciento de los votos, estaba hasta ese momento en la cárcel, acusado del secuestro de un gobernador). La única constante en la república es que los gobernantes siempre son del agrado de Rusia y China.
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