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Lunes, 04 de Noviembre 2024, 16:21h
Tiempo de lectura: 10 min
América es el Titanic. O hacemos algo o nos hundimos. Y lo único que hacen los políticos es cambiar las sillas de lugar en cubierta». Así hablaba Peter Thiel ya en 2016, cuando se convirtió en el sorprendente gurú de cabecera del entonces ex presidente de Estados Unidos Donald Trump. Thiel –considerado el inversor con más éxito de Silicon Valley– fue entonces el gran fichaje del equipo de Trump, pero también es algo más; es uno de los timoneles que marcan su rumbo ideológico. Y es que, a diferencia de lo que parece ocurrir con Trump, Peter Thiel sí tiene un plan.
Thiel siempre ha presumido de sus dotes proféticas. Donde pone el ojo pone la bala. Primero, en los negocios –PayPal, Facebook, Palantir, Airbnb, Spotify...– y, ahora, en la política. Nadie apostaba por Trump como caballo ganador cuando Thiel donó 1,25 millones de dólares a la campaña del magnate neoyorquino por primera vez. «¡Mejor nada contra corriente!», es su lema. Y a Thiel no le importa proyectar una imagen de supervillano. De hecho, se define por su estrategia de llevar la contraria. The Contrarian lo apoda la prensa norteamericana y es el título de su biografía no autorizada.
Para responder a esta pregunta primero hay que entender cuál es el credo de Thiel, que se confiesa un libertario, un término que hace referencia a un movimiento ideológico que defiende el individualismo frente al Estado y que no hay que confundir con el libertarismo europeo ni con el anarquismo. Y Thiel lo ha puesto de moda.
Un libertario norteamericano es un individualista a ultranza, un ultraliberal, enemigo de cualquier control del gobierno que corte las alas a los empresarios. «Sigo comprometido con la fe de mis años de juventud: con la absoluta libertad humana como condición previa para el mayor bien. Estoy en contra de los impuestos, de los totalitarismos y de que la muerte sea inevitable para todo el mundo... Me sigo calificando como libertario. Pero debo confesar que he cambiado sobre cómo alcanzar mis objetivos. Lo más importante es que ya no creo que libertad y democracia sean compatibles», escribió en un ensayo para el Instituto Cato, un think tank del movimiento libertario en 2009. Lo que, leído ahora, resulta, cuando menos, perturbador.
Conviene aclarar que no todos los libertarios apoyan a Trump. De hecho, la mayor parte cree que el republicano no está a su altura. Porque ellos se consideran unos elegidos, una élite por su inteligencia o el escalafón social que ocupan, pero también incomprendidos por la masa.
Aunque dentro de los libertarios norteamericanos hay diferentes escuelas, su filosofía parte del 'objetivismo' de Ayn Rand, una pensadora y escritora de origen ruso que sentó las bases del movimiento con sus libros El manantial y La rebelión de Atlas. Básicamente, defiende que el individualismo y el egoísmo personal, en realidad, llevan al bien común; que el Estado es un pésimo invento en cuanto a que fomenta el proteccionismo, que solo sirve para amparar a los vagos, y que los más capaces deben ser quienes gobiernen. Es decir, los grandes 'ogros' de este mundo son el socialismo y el altruismo. Y, aunque esto pueda parecer un resumen simplista, no dista del lenguaje de Rand en sus novelas-ensayo, propio de los libros de autoayuda de mediados del siglo XX.
El lenguaje de Peter Thiel, que considera a Rand su mayor inspiración, es mucho más sofisticado y más eficaz, aunque lleno de contradicciones. Pero Thiel no es alguien que se sienta incómodo con las contradicciones. De hecho, son su sello. The New York Times, enormemente crítico con su incoherencia, dice de Thiel que, como intelectual, «sus argumentos solo están validados por sus éxitos financieros». Que no son pocos.
Thiel nació en 1967 en Fráncfort (Alemania). Su padre era ingeniero y la familia vivió, siguiendo los empleos del progenitor, en Europa, África yAmérica. Peter cambió siete veces de escuela, pero en todas destacó. Fue campeón infantil de ajedrez, estudió Derecho y Filosofía en la Universidad de Stanford y trabajó en un bufete económico de Nueva York. «Fue el periodo más infeliz de toda mi vida. Duró siete meses y tres días», recuerda. Pasó una crisis existencial. Fichó por Credit Suisse, donde aprendió las bases de la inversión de capital riesgo. Fundó la plataforma de pago PayPal y dio el pelotazo en 2002, cuando la vendió a eBay; y el superpelotazo en 2004, cuando le prestó medio millón a un insolvente desertor de la universidad llamado Mark Zuckerberg a cambio del diez por ciento de su empresa.
Desde ahí, él personalmente, o a través su fondo Founders Fund, ha participado en casi todas las empresas que han triunfado en los últimos diez años: LinkedIn; Spotify, Airbnb y, más recientemente, SpaceX, la compañía espacial de su socio en PayPal, Elon Musk.
En una época en que el éxito empresarial es la quintaesencia del glamour y la inteligencia sexy, al cóctel solo hacía falta añadirle unas gotitas de filosofía... El resultado es que tanto las conferencias de Thiel como su libro Zero to one: how to build the future [De cero a uno: cómo construir el futuro] son la Biblia para muchos emprendedores, incluso para quienes no están de acuerdo con su filosofía. El libro de Thiel básicamente defiende el crecimiento vertical frente al horizontal. Un ejemplo sencillo: «Si coges una máquina de escribir y fabricas cien, estás haciendo progreso horizontal. Si coges una máquina de escribir y fabricas un procesador de textos, haces progreso vertical». Este es el que promueve Thiel. ¿Cómo lograr que ese progreso sea el que se imponga en el planeta? Ahí, de nuevo, entran los principios libertarios.
Los libertarios como Thiel quieren escapar a cualquier imposición. Por eso buscan territorios utópicos en los que refugiarse. Es decir, territorios donde el Estado no exista o no pueda alcanzarlos. «Como no queda ningún lugar libre en nuestro mundo, he centrado mis esfuerzos en tecnologías que puedan crear un nuevo ámbito de libertad: Internet, la colonización del espacio exterior y la ocupación de los océanos», explica Thiel.
Quizá su propuesta más clarificadora en este sentido fue la de crear plataformas marinas donde vivir sin interferencias de los gobiernos y sin pagar impuestos. Literalmente. Son como islas flotantes en las que se instalarían oficinas que, amparadas por la legislación de aguas internacionales, funcionarían al margen de la regulación de los Estados. Es decir, micronaciones independientes. El proyecto debería haber estado operativo en 2019, pero no llegó a 'surcar las aguas' quizá porque en 2016 Thiel encontró a Trump... y pensó que igual la solución era convertirse él mismo en el Estado.
Thiel es también un ferviente partidario del bitcoin, la moneda digital. Quiso popularizar su uso mediante su integración en PayPal. De hecho, confiesa que PayPal fue un intento fracasado (aunque a él le hiciera rico) «de crear una nueva divisa mundial, libre de todo control público».
Thiel es un absoluto defensor de los monopolios. Hace dos años, un artículo suyo publicado en The Wall Street Journal sublevó incluso al premio Nobel Joseph Stiglitz. Se titulaba La competencia es de perdedores. En él, Thiel defendía el monopolio, «una empresa que es tan buena en lo que hace que ninguna otra puede ofrecer un sustituto para ello». Y ponía como ejemplo a Google, que «como no tiene que competir con nadie le permite centrarse en cosas como innovación y desarrollo, cuidar de sus empleados y tener más claros sus objetivos y estrategias, así como su impacto sobre el mundo». Le llovieron las críticas con datos históricos en favor de la competencia frente a los monopolios, pero Thiel insiste en su teoría.
Thiel también aborrece la universidad. «Los rectores son como vendedores de hipotecas subprime: te venden la moto para que te endeudes hasta las cejas. Te convencen de que no es un gasto, sino una inversión. Muchas universidades son solo una fiesta de cuatro años». Desde 2010 promueve un programa, 20 Under 20, para que los jóvenes dejen los estudios y creen su propia start-up. Un pequeño requerimiento más: hay que ser brillante y ambicioso. Sus proyectos deben aspirar a cambiar el mundo. Lo mismo que los nuevos proyectos de Thiel. Sus dos fondos ya solo canalizan dinero hacia start-ups de ciencias 'duras': energía, transporte, biotecnología, medicina, viajes espaciales...
Pero la clave de su poder está ahora en otra de sus empresas: Palantir, una misteriosa compañía de minería de datos que proporciona inteligencia antiterrorista a las agencias del Gobierno. ¿Un libertario colaborando con el FBI y la CIA? Pues sí. Aunque parezca que eso es colaborar con el Estado, Thiel tiene otra perspectiva.
«Estamos en una carrera mortal entre la política [que oprime] y la tecnología [que libera] –dice–. El destino de nuestro mundo puede depender de los esfuerzos de una sola persona que construya la maquinaria que haga el mundo más seguro para el capitalismo». Que cada uno lo interprete como considere.
Palantir, que Thiel fundó con Stephen Cohen y Alex Krap, define a sus ingenieros como «marines que trabajan en un ambiente intelectual». Tienen que seguir dietas estrictas, leer filosofía, ser hipercompetitivos y, según contó un ex empleado 'renegado', funcionan como una secta mesiánica. Su valor en Bolsa ya alcanza los 82 mil millones de dólares.
Se encoge de hombros. A su modo de ver, el problema es de los periodistas, que toman sus palabras al pie de la letra.
A Thiel no le parece que eso sea un tema relevante. Como no se lo parece el tema de los derechos de los homosexuales y los transexuales. «Cuando yo era un niño, el gran debate era sobre cómo derrotar a la Unión Soviética. Y ganamos. Ahora, nos dicen que el gran debate es quién usa según qué retretes», en referencia a la batalla legal sobre el uso de los baños públicos por parte de los transexuales.
Comentarios que no dejan de ser relevantes porque él es gay. En su juventud llegó a hacer comentarios homófobos, algunos recogidos en un libro universitario. Ahora dice que lamenta haberlo hecho y que entonces no sabía que era homosexual. De hecho, asegura estar orgulloso de ser gay y hace dos años admitió a la revista Fortune que tenía novio estable desde hacía tiempo, pero que no haría ningún comentario más sobre ello. Y mejor no intentar indagar. A Thiel lo sacó del armario una exitosa web de cotilleos norteamericana, Gawker Media, en 2007. Thiel no paró hasta conseguir llevar a la quiebra a la plataforma, financiando pleitos de otros damnificados por Gawker. Le costó diez millones, pero lo logró. «Es la mejor obra de filantropía que he hecho nunca», dijo.