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Jueves, 23 de Enero 2025, 10:45h
Tiempo de lectura: 6 min
Todo por la fama es un lema cada vez más actual. Se expande por las redes sociales apoyado en el gran invento de nuestro tiempo: el móvil. Conquistarlas, ganar seguidores (es decir, notoriedad y, con ello, pasta) es el objetivo. Y para conseguirlo, ‘todo’, puede implicar, incluso, jugarse la vida... y perderla. Si eso ocurre, entonces, ¿de qué te sirve esa fama?
Cada vez muere más gente buscando una lluvia de likes que le cambie la vida. En Estados Unidos, por ejemplo, las muertes relacionadas con selfis ya son, tras los accidentes de tráfico, la segunda causa de fallecimiento entre los turistas. Y entre las más de 500 muertes relacionadas con selfis registradas en el mundo entre 2008 y 2023, según un estudio de la Fundación iO, el 37,2 por ciento eran viajeros. Y su edad media, atentos: ¡24 años!
La estadística, en realidad, podría ser mucho mayor ya que, según un estudio publicado en la revista Journal of Family Medicine and Primary Care, las muertes relacionadas con selfis son difíciles de evaluar. Al fin y al cabo, nadie señala como causa de defunción a un selfi per se. Esta suele ser, más bien: contusión, traumatismo de algún tipo, ahogamiento, mordedura o ataque de animal salvaje, atropellamiento –por tren, coche, moto...–, electrocución por rayo, explosión, quemadura, envenenamiento, intoxicación... Hay gente que muere por un selfi en un amplio abanico de situaciones.
Y no es solo que la obsesión por el selfi nos distraiga ante situaciones de riesgo; desde la eclosión de los smartphones y las redes sociales ha aumentado de forma significativa el número de personas que frecuentan lugares de riesgo. Un estudio realizado en Estados Unidos muestra la relación entre la digitalización de los últimos años y un aumento exponencial en el número de visitantes a sus parques nacionales.
Más allá de la naturaleza, sin embargo, las circunstancias susceptibles de llamar la atención en Internet crece cada día, de la mano, en buena medida, de influencers, streamers, tiktokers, instagramers y demás autoproclamados ‘creadores de contenidos’, que han encontrado en la exhibición de todo tipo de desafíos extremos una generosa fuente de ingresos. Sus seguidores replican estos alardes viajando a los mismos lugares y replicando sus fotos, esperando que sus contenidos igualmente se viralicen... Si es que viven para contarlo.
En 2024, sin ir más lejos, la rusa Inessa Polenko, de 39 años, murió en abril tras intentar acceder a una plataforma sobre el mar Negro, sin protección de seguridad, para alimentar con un arriesgado posado sus redes sociales. En julio, la india Aanvi Kamdar (27), se despeñó por una cascada de 90 metros en su país al grabar imágenes con el mismo fin. En julio, el francés Remi Lucidi (30), una celebridad en el mundo del parkour, cayó desde el piso 68 de la Tregunter Tower, en Hong Kong. En octubre, el británico Lewis Stevenson (26) murió en Talavera de la Reina tras subirse a lo alto del puente de Castilla-La Mancha, a 200 metros, mientras ‘creaba contenido’. Y en noviembre, Aline Tamara Moreira de Amorim (37), y Beatriz Tavares da Silva Faria (27), dos influencers brasileñas, se ahogaron en el litoral de São Paulo tras volcar la lancha en la que viajaban. Al parecer, se habían negado a usar chaleco salvavidas porque «estorbaba para broncearse y arruinaba los selfis».
Un estudio publicado en el Journal of Travel Medicine destaca las caídas desde grandes alturas como el causante de la mitad de este tipo de muertes; le siguen los incidentes relacionados con el transporte –ponerse demasiado cerca de un tren, por lo visto, es toda una garantía para sumar likes–, un 28 por ciento; y los ahogamientos, con el 13 por ciento.
Y esto ocurre en cualquier lugar, aunque en la clasificación de los diez lugares donde la práctica del autorretrato digital es más peligrosa figuran destinos de Brasil, Malasia, Indonesia, Kenia, Colombia, Estados Unidos o de la India (país líder mundial en ‘muertes por selfi’), incluido el mismísimo Taj Mahal. Allí, un turista japonés perdió la vida al resbalarse por las escaleras de su Puerta Real en busca del preciado autorretrato.
Para Sam Cornell, investigador de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, el problema es tan grave que, propone, «la ‘muerte por selfi’ debería considerarse ya un problema de salud pública». Tras examinar los comentarios de los usuario y la cobertura que los medios de comunicación hacen de estas muertes, asegura que los primeros suelen ser bastante despiadados. «Es lo que pasa cuando estás concentrado en tu teléfono y no en tu entorno», escribió un internauta sobre la instagramer india Aanvi Kamdar. «Esto dice algo sobre la inteligencia de los influencers», añadió otro.
En cuanto a los medios de comunicación, también predomina el tono culpabilizador hacia la víctima, señalada de forma ineludible por su imprudencia o su torpeza. Y hay, incluso, quienes se refieren a estas muertes como 'selficidios'. Rara vez, dice Cornell, se menciona la escasez o ausencia de medidas de seguridad en los puntos turísticos.
Los autorretratos digitales no son, en todo caso, el único modo de morir entre quienes viven enganchados al móvil y las redes sociales, obsesionados por atraer seguidores y suscriptores. La construcción de una imagen susceptible de hacerse viral ha llevado a varias mujeres a someterse a cirugías estéticas que acabaron en muerte. Así le sucedió a la modelo, influencer y estrella de la telerrealidad brasileña Luana Andrade, de 29 años, fallecida a finales de 2023 tras sufrir un paro cardiaco relacionado con una de estas intervenciones.
Meses antes, en mayo de ese año, la youtuber norteamericana Jacky Oh (32) fallecía en Miami por complicaciones tras someterse a un levantamiento de glúteos brasileño, un procedimiento que puede bloquear los vasos sanguíneos y provocar la muerte de los tejidos. Por esa misma causa fallecieron Christina Ashten Gourkani (34), célebre por sus esfuerzos por convertirse en un clon exagerado de Kim Kardashian; la brasileña Ligia Fazio (40) tras haber recibido inyecciones de silicona y polimetacrilato de metilo en sus glúteos; o Joselyn Cano (29), con 13 millones de seguidores en Instagram, dos hijos y conocida por un revelador apodo: ‘la Kim Kardashian mexicana’.
Ejemplos todos ellos de que el éxito fácil al alcance de cualquiera que se nos venden en el mundo de hoy puede salir caro.