Una tradición peligrosa y milenaria Los intrépidos balleneros que cazan con arpón de bambú
Cazan ballenas lanzándose sobre ellas con un simple arpón de bambú. Los lamaleranos habitan en Indonesia y son una cultura única que vive casi exclusivamente de estos mamíferos. Son su alimento, su moneda y hasta construyen bates con los penes del animal. Un periodista ha convivido con ellos durante tres años y cuenta su historia.
Se enredan en las piernas y te arrastran al fondo. Las estachas -las gruesas cuerdas que van atadas a los arpones- son lo más peligroso, más que los vuelcos y las embestidas de las ballenas contra la barca. Cuando los cetáceos sienten el arponazo en el lomo, luchan con todas sus fuerzas para escapar, rabiosas de furia y dolor. Si la estacha que va amarrada al arpón se engancha en el arponero, el hombre está perdido. Muchos han muerto así o han perdido dedos, pies o piernas segados por las estachas.
Su sistema es tan ancestral que los lamaleranos no están sujetos a las restricciones internacionales que rigen la caza de estos animales en riesgo de extinción
Estos cazadores de ballenas conocen de sobra el riesgo, pero su tribu lleva siglos cazando así, sin máquinas, lanzándose sobre sus presas armados solo con un arpón de caña de bambú, la misma arma que utilizaron sus antepasados. Son los últimos balleneros tradicionales.
La isla Lembata es tan remota que los indonesios la llaman ‘la tierra olvidada’. Allí se refugió hace unos 500 años una tribu de cazadores recolectores porque un tsunami había borrado del mapa su poblado. Como la costa a la que arribaron era demasiado rocosa y árida para el cultivo, optaron por el mar para subsistir.
Los pobladores de Lembata, esta isla de la impresionante bahía de Lamalera, en Indonesia, «desarrollaron una cultura única que los antropólogos consideran una de las más solidarias y generosas del mundo», cuenta Doug Bock Clark, el periodista que ha convivido tres años con estos cazadores primitivos y valientes y que recoge su modo de vida en Los últimos balleneros (Libros del Asteroide).
La sociedad lamalerana es realmente única, sobreviven arponeando ballenas, marsopas, mantarrayas, delfines y orcas con técnicas ancestrales, con maneras en extinción. Sus presas son su alimento y su moneda. Todavía practican el trueque con los agricultores de tierra adentro de la isla. Es sorprendente que estos usos centenarios prevalezcan. «Muchas otras tribus han ido renunciando a sus tradiciones, pero ellos han decidido mantenerlas, como una seña de identidad de su comunidad», cuenta Doug Bock Clark.
Las barcas –téna se llaman- son de madera; las velas se confeccionan con hoja de palma, aunque ahora también usan telas y cartones; los arpones y los hâmmâlollo, las plataformas de bambú que asoman metro y medio sobre el agua desde la proa, se construyen también con bambú. Ah, pero algo ha cambiado. El motor se ha colado en las téna. Ahora, para alcanzar a las ballenas, se utilizan motores. «Es más seguro y rápido, pero solo lo usan para llegar hasta la presa. En cuanto se acercan, lo apagan», explica Doug Bock Clark.
Los cetáceos reciben un nuevo arponazo en cuanto emergen. La caza puede durar días. Es habitual que sucumban varias téna, desarmadas por los furiosos coletazos de los animales heridos. Entonces, algunas tripulaciones se apretujan en las embarcaciones que siguen en pie, maltrechas tras las embestidas del bicho herido. El naufragio es otro de los peligros. Muchos lamaleranos han muerto ahogados.
Los penes y las entrañas de los cachalotes
Por ser una lucha de poder a poder y porque es su medio de subsistencia, los lamaleranos pueden atrapar cachalotes sin las restricciones del convenio internacional que regula su caza. Además, los 300 cazadores de esta tribu matan a unos 20 cachalotes al año, no amenazan su extinción.
La llegada a tierra cuando la caza ha ido bien pone a toda la tribu en marcha. Con sierras afiladas atraviesan los 30 centímetros de grasa de las ballenas. Separan las entrañas, escarban en el estómago, filetean los lomos, parten el costillar… lo aprovechan todo. Las mujeres hierven en calderos las entrañas; los niños juegan con los penes de los cachalotes, los usan como bates de béisbol.
Se reparte la carne entre las tripulaciones. Se carga en caparazones de tortuga para transportarla a casa. Allí se corta la carne en tiras, que se cuelgan en estantes de bambú para secarlas al sol. Esta cecina es su alimento y su moneda: la intercambian por hortalizas con las tribus agricultoras de la montaña. El trueque pervive, aunque ahora también se usan dólares para algunas compras. Hay ‘contaminaciones’ externas en su modo de vida ancestral. Los lamaleranos, por ejemplo, son católicos que practican el chamanismo. Pero sus costumbres perduran. No hay más que ver a los niños entrenando con arpones desde muy pequeños. Y en cuanto se oyen los pitidos de las caracolas sopladas por los vigías y que anuncian la presencia de una ballena en el mar de Savu, los gritos de «¡baleo!, ¡baleo!, ¡baleo!» inundan la isla y las tená se lanzan al mar.
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