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M. CASADO
Domingo, 9 de junio 2013, 02:31
Aparecen sus zapatos relucientes en escena y su cara se transforma: una sonrisa pícara deja claro que es un cómico. Sin embargo, por su porte y estatura bien podría ser un portero de fútbol. Quizá estemos ante ambos casos. Y es que tenemos ante nuestros ojos al payaso Popey, hijo del mítico Gran Popey, que también hacía reír a niños y mayores. Pero también se trata de un guardameta, que llegó al profesionalismo en el Betis, en la época de Gordillo, y que futbolísticamente era conocido como Paredes.
Estos días José Carrasco Paredes, es decir, Popey, pone su gracejo en la pista del Gran Circo Holiday. «Somos tres generaciones de payasos. A mi padre, el Gran Popey, le dieron dos veces el Premio Nacional de Circo, y yo tuve el honor de recibirlo también en 2009», apunta. En él valoraron la recuperación del payaso tradicional, el clon, que se estaba perdiendo.
Popey trabaja con el circo riojano desde hace unos ocho meses, si bien el circo ha sido toda su vida y se dedica a ello de forma total desde hace varias décadas. Preguntado por si a ser payaso se aprende, es tajante. «El payaso no se hace, se nace. No tiene por qué ser algo hereditario, como es mi caso, pero sí que lo tienes que llevar dentro», asegura.
Genes de artista
Normalmente un payaso no va solo. Popey tampoco. «La función del Holiday se titula 'El aprendiz de payaso' y tiene como hilo conductor mi objetivo de encontrar un tercer payaso que nos acompañe a mi hijo Joseph -payaso cara blanca-, a mi hija Desi -que no va de payaso pero aparece tocando el violín- y a mí».
Los hijos de Popey han seguido su vena artística, aunque sus actuaciones van más allá de los payasos -en la que participan junto a su padre- y tienen su número propio: su hija Desi baila el 'hula-hoop', Joseph es mago y hay un tercero que eligió los malabares -ahora en aventura solitaria-.
Juntos, pero no revueltos, cada uno tiene su espacio vital. Así, en su propia caravana encontramos al mago: Joseph Magic Show. «Nací en un circo y aprendí a andar en una pista. Me atraía la magia y a los 14 años ya hacía trucos con palomas, a los 16 ya me atreví con las grandes ilusiones», explica el joven de veinticinco años, cuyo objetivo es hacerse un gran mago. «Estudié Ilustración y Fotografía, pero me gusta la magia y me quiero dedicar a ello», subraya. De hecho su sueño, como el de la mayoría de ilusionistas, tiene un techo muy alto. «Por supuesto que lo que quisiera es trabajar en Las Vegas», afirma ilusionado.
No en tierras americanas, pero sí en las riojanas, estos días de actuación en Logroño su número se convertirá en uno de los más espectaculares. «Es un mago rapidísimo, la gente se va a quedar alucinada», asegura Justo Sacristán. Y es que de la nada aparecen tres personas. «Me lo paso bomba cuando veo las caras y las reacciones del público a medida que van a surgiendo personas, es genial», concluye divertido.
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