Borrar
Estado actual en el que se encuentra la momia de Pascual Martínez, conocido como el Chantre. :: AVELINO GÓMEZ
Las dos caras del Chantre
Miranda

Las dos caras del Chantre

Las leyendas y los misterios recorren la historia de Pascual Martínez, al que debemos un moderno hospital en el siglo XIV

CRISTINA ORTIZ

Domingo, 30 de septiembre 2012, 04:12

No le crecen las uñas ni tampoco el pelo. Pero son leyendas como esa las que han contribuido a agrandar y a mantener en el imaginario popular mirandés la figura del Chantre, Pascual Martínez, que no tiene entre sus 'milagros' el haber viajado solo en varias ocasiones, aprovechando la ayuda del Ebro en sus crecidas, para ir del cementerio (no existían antes de 1800) hasta la iglesia de Santa María. Tampoco es cierto que muriera al caerle encima un peso lanzado intencionadamente a su paso.

Lo que sí es verdad, aunque muchos lo desconozcan, es que mandó construir un hospital de 20 camas para una población que a finales del siglo XIV tenía unos 1.200 habitantes. Solo con eso, se garantizaba una cama por cada 60 habitantes. Para estar ahora en esas cifras, necesitaríamos tener uno con más de 600.

Es uno de los datos que le llamó la atención a Jesús Dulanto, historiador mirandés y miembro de la Fundación Cantera, quien se interesó en profundidad por la historia del Chantre hace aproximadamente una década, cuando empezó la transcripción de todos los Libros de Fábrica de la iglesia de Santa María. Ha completado ya los que van desde 1653 a 1815. Fue a raíz de ahí cuando le surgió la curiosidad por saber algo más sobre la figura de un personaje casi de leyenda. «Realmente lo que se conocía de él, era muy escaso», reconoció.

Y lo sigue siendo, en lo que respecta a su vida. Se sabe que tenía más de tres carreras. Algo lógico, por extraño que nos pueda resultar en el siglo XIV, ya que las de música, derecho canónico y teología eran imprescindibles para llegar a su rango, a ser una dignidad eclesiástica con potestad para sustituir al obispo. También hay constancia de que a él se debe el reparto de los pastos en el conflicto que enfrentaba a los ayuntamientos de Miranda y Haro con el monasterio de Herrera. De ese juicio, fechado el 12 de diciembre de 1347 existe documentación.

De lo que además habla la historia es de que tenía un hijo. «Lo que nos hace suponer que antes de entrar en el clero estuvo casado. Es probable que la mujer falleciese y, a continuación, se hiciera religioso». También se sabe cuándo y cómo murió su descendiente. Le mandó matar Pedro El Cruel cocido en una caldera de aceite hirviendo en la plaza de España. Fue uno de los 10 jóvenes ajusticiados en la ciudad -otro acabó asado en la parrilla- como castigo por haberse levantado contra los judíos. Eso fue en 1360.

Pero 8 años antes había fallecido él, el Chantre. Hasta ahí lo que se sabe sobre su vida. Todo lo demás se conoce gracias a su testamento. Un documento muy detallado y pormenorizado sobre lo que quería que se hiciera con su dinero y sus bienes. No dejó nada a la improvisación. Tenía muy claro para qué debían servir: para ayudar a todos los mirandeses.

Al detalle

Su herencia no pasó a manos de la iglesia o de su hijo, si no a las de una cofradía que mandó crear, definiendo claramente sus estatutos, para que se encargase de levantar y poner en funcionamiento un hospital en los terrenos que ocupaba la que había sido su casa y varias más colindantes que también eran de su propiedad en la calle del Mercado Viejo, hoy denominada Las Escuelas.

«Determina hasta la altura de las tapias, el equipamiento que tiene que tener cada cama e, incluso, que a la entrada tienen que poner una lámpara para que esté encendida por la noche y tenga un iluminación pobre. También fija las reglas de la cofradía. Lo dejó todo tan bien dispuesto que estuvo funcionando hasta 1805». Casi cuatro siglos y medio.

Los solares son los mismos donde está levantada la iglesia de Santa María. Es más, el lugar donde se encuentra el sarcófago, un vano cegado que da a la calle donde vivía, coincide con la que era la entrada a su casa. «Por lo que parece, esa puerta de la iglesia (que en su día estuvo abierta) fue el acceso a su vivienda. Toda una casualidad que fuera a parar allí», apuntó Dulanto.

Y es que ese último traslado no obedeció a razones históricas, si no de oportunidad. «Ha ido pasando de un sitio a otro hasta acabar justo ahí». De hecho, Pascual Martínez mandó ser enterrado en una capilla que a tal efecto se había construido en la iglesia de San Juan.

De ahí fue movido el 28 de noviembre de 1812 para ir a Santa María, tal y como recoge una partida en el libro de finados de la parroquia. «El acta dice que lo colocaron a la izquierda del altar mayor, donde están las estatuas orantes de Andrés de Barrón y Catalina de Pinedo». Después, Dulanto recuerda que ya siendo él monaguillo los restos se encontraban un poco más atrás, bajo el altar de la Inmaculada.

Pero lo más sorprendente es su estado de conservación pese a no recibir cuidados especiales ni tener unas condiciones específicas de humedad y temperatura, más allá de las que le proporciona el propio templo. Su cuerpo incorrupto lo descubrió el 1 de diciembre de 1719 un carpintero al que la cofradía mandó arreglar la capilla de San Juan donde estaba enterrado. «Por curiosidad levanta el sarcófago y se encuentra con la momia. Se lo dice al presidente de la cofradía que manda un escrito al obispo de Calahorra, explicándole las condiciones del cuerpo para que investigue, pero no recibió contestación», recordó.

No hace muchos años fue el propio Dulanto el que comprobó cómo está. Aprovechando una ocasión en la que se levantó el cristal, probó la movilidad de sus brazos. «Con mucho cuidado le cogí las manos, las levanté y después se las volví a poner en su sitio. Lo normal es que se hubiera desarmado, porque las articulaciones se han quedado secas». Pero no fue así.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Las dos caras del Chantre