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ARANTZA ALDAZ
Viernes, 24 de febrero 2012, 10:16
Es la segunda vez en diez días que María Luz Olaran y José María Vaquero cruzan sus vidas. El primer encuentro lo quiso organizar el azar o como quiera llamarse a la casualidad de que José María, médico internista en el hospital de Mendaro, estuviera tomándose un pintxo en el bar La Espiga de San Sebastián el domingo día 12, el mismo establecimiento que había elegido María Luz para comer junto a su hija Ania, como acostumbran los fines de semana.
Debía de estar escrito en alguna página del destino que José María llegara sobre las 15.40 horas, después de que se alargara la ronda de aquel mediodía. Justo en ese momento a María Luz le había dado por probar un trozo de solomillo de ciervo que se le atragantó. «Siempre suelo pedir carpaccio, pero ese día me apeteció la carne. Comí un trozo y me empecé a ahogar, a no poder respirar», cuenta esta donostiarra, totalmente recuperada del trance, en su casa de la capital guipuzcoana, donde ayer recibió a su «ángel de la guarda».
«Te estaré siempre agradecida por haberme salvado la vida», le dice al médico. «Hice lo que hubiera hecho cualquier profesional en mi lugar. Para mí, el agradecimiento es tenerte viva», intenta quitarse mérito, aún a sabiendas de lo extraordinario de su actuación, que le ha convertido en el «héroe particular» de la familia de María Luz.
El 'milagro' que practicó se llama cricotirotomía, una incisión en un punto exacto del cuello -entre la base del cartílago tiroides y el anillo de cricoides- para colocar una vía aérea, que se practica en caso de extrema urgencia cuando una persona no puede respirar por la obstrucción de las vías respiratorias, generalmente tras haberse atragantado con un alimento. Esta maniobra es más excepcional aún si el lugar en el que se practica no es una ambulancia o un quirófano, sino un comedor de un restaurante, y se usa un bolígrafo y un estilete como único instrumental médico. «Si no hubiera sido por ti, hoy no estaría viva», vuelve a agradecer María Luz, que cumple 79 años en mayo.
«¡Un médico, un médico!», dice José María que escuchó desde la barra del bar. «Al principio pensé que no era muy grave, porque el camarero que pidió la presencia de un médico tampoco parecía estar muy preocupado. Quizá pensó que se iba a poder resolver sin problemas». Pero cuando bajó al comedor y se encontró a Mari Luz encorvada, sujeta a una silla, intentando respirar sin éxito, supo que tenía que actuar de inmediato. «Yo también noté que la cosa empezó a pintar mal -reconoce la mujer-. Tuve una sensación extrañísima, casi de felicidad. Debía de estar perdiendo ya el conocimiento». José María le practicó la maniobra de Heimlich, «que suele ser eficaz en el 90% de los casos», y que consiste en una compresión abdominal para desobstruir el conducto respiratorio. La repitió varias veces, con la ayuda del personal del establecimiento. El cuerpo todavía dolorido de María Luz da cuenta de aquellos bruscos zarandeos. Pero no funcionó.
«Recuerdo bien cómo estabas -le cuenta- y cómo te desmayaste porque ya entrabas en parada cardiorespiratoria. Te ibas». Se quedó en los brazos de uno de los camareros que actuaba de auxiliar del médico. «Entonces pensé en que tenía que abrirle una vía porque si no se nos iba. Pedí un objeto punzante y algo que hiciera de tubo. En segundos uno de los camareros me pasó un estilete negro y un boli Bic ya sin la tinta. No sé de dónde lo aprendió, pero actuó de forma extraordinaria». Ania, que acompañaba a su madre en el comedor, permaneció a un lado, en mitad del silencio que se hizo entre los comensales mientras presenciaban la escena. «Digamos que todo el mundo estuvo en su lugar», resume José María.
«Eres mi ángel de la guarda»
Él hizo lo que aprendió hace años en cursillos de emergencias y reanimación, una maniobra que «nunca pensé que tendría que poner en práctica». Y esta vez sí funcionó. Abierta la vía, por la que insufló aire a través del bolígrafo, María Luz empezó a tomar color y a recobrar el conocimiento. Para entonces acababa de llegar la primera ambulancia, donde sustituyeron el bolígrafo por una cánula. «Metí el dedo en la boca y allí asomó el trozo de carne, en la parte izquierda de la cara. Maldito cacho, me dije. Cuando empezó a respirar, el auxiliar de la ambulancia y yo nos miramos como diciendo que ya estaba, que ya vivía. No me olvido de ese gesto», dice José María, que se encontró sentado fuera del establecimiento, con las manos ensangrentadas y agotado tras la descarga de adrenalina.
«Uno de los camareros se me acercó y me abrazó, diciéndome: 'Bien hecho, chaval, bien hecho'». Y tanto que sí. «En Urgencias los médicos se quedaron asombrados de lo bien que estaba practicada la incisión y de las narices que le echó José María», interviene Ania. Recuperada tras varios días de ingreso en el Hospital Universitario Donostia, María Luz camufla bajo un jersey de cuello vuelto la pequeña marca que le ha quedado. «Te voy a poner una estampa al lado de la de la Virgen de Aránzazu, porque eres mi ángel de la guarda».
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