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MIREN BORONAT
Lunes, 31 de octubre 2011, 13:16
Un 22 de septiembre de 1822 nacía en la más que lejana localidad de Arequipa (Perú) Luciano Francisco Ramón de Murrieta Ortiz de Lemoine, hijo de vizcaíno (de las Encartaciones) y boliviana. Su próspera familia estaba dedicada al comercio marítimo, con importantes negocios en Perú y en Londres. Aunque nada en sus orígenes le unía a tierras riojanas, el destino quiso que se asentara definitivamente en Logroño, donde no tardó en convertirse en vitivinicultor de éxito, y como destacado miembro de la elite burguesa, en un filántropo comprometido con algunos de los proyectos más emblemáticos en favor de la sociedad de la época.
La familia Murrieta se instaló en Londres en 1824 para dedicarse de lleno a los negocios financieros, pero Luciano marchó muy joven a España para unirse al ejército, donde conoció a Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro, con quién realizó la campaña militar de la guerra Carlista y de quien sería ayudante personal desde 1840 hasta la caída de éste de la Regencia, con Isabel II. También acompañó al general en su exilio londinense que fue, como se describe en la breve biografía incluida en la página web de las Bodegas Marqués de Murrieta, «propio de un rey, rodeado de todo tipo de comodidades que le permitieron iniciarse en el culto al buen vino».
Devolver el favor
De regreso a España abandonó la carrera militar y se instaló en Logroño (1844), donde su amigo Espartero, como reseña en 'El Rioja Histórico' el catedrático de Historia Moderna de la Universidad de La Rioja, José Luis Gómez Urdáñez, «estaba casado con la jovencita doña Jacinta, rica heredera». Su abuelo, Domingo Santacruz era «un gran propietario, que se había cobrado en tierras los préstamos que hizo a los ejércitos patriotas en la Guerra de la Independencia». A partir de 1815, el municipio de Logroño solo podía reintegrarle el débito con tierras, y le entregó 800 fanegas (cuatro veces la finca de Ygay) situadas en la franja comprendida entre el Iregua y el Ebro.
Volviendo a nuestro protagonista, un don Luciano recién llegado a Logroño observa con estupor que en muchos casos se empleaba el vino para hacer mortero, lo que despertó en el inquieto prohombre el firme deseo de hacer algo en beneficio del pueblo que le acogió, y decidió «adquirir los conocimientos necesarios para la elaboración del vino, pasando a Burdeos, donde pude proveerme de los mejores autores sobre tan importante materia» (Memorias de D. Luciano de Murrieta. Publicación logroñesa 'El zurrón del Pobre').
Caridad preventiva
El 1907, la ciudad de Logroño nombra al marqués de Murrieta 'Hijo Adoptivo y Predilecto', describiéndolo en el documento como «uno de los hombres que además de haber dedicado su vida plenamente a los pobres, más ha contribuido a la prosperidad de esta región (...)». José Luis Gómez Urdáñez apunta que la burguesía adinerada de la ciudad «estaba bastante alarmada por el potencial revolucionario que tenían las clases obreras, por lo que inicia una serie de actuaciones que sirvan para atenuar la alerta: estimulan la acogida de enfermos y necesitados en el Hospital Provincial, fundado por Sagasta veinte años antes». Allí recibían también a los bebés abandonados y a mujeres desamparadas, «a las que formaban para que pudieran trabajar en tareas domésticas. Se estilaba mucho la 'laborterapia' -poner a los pobres a trabajar- y se impartían algunas clases de agronomía para que se emplearan en el campo». Crearon también la Cocina Económica y los laboratorios de La Gota de Leche. Trevijano, que formaba parte de esta camarilla de ciudadanos adinerados, fundó las escuelas que hoy albergan las Oficinas de Turismo y que en su día significaron muchísimo para Logroño. «Murrieta era uno de los alrededor de veinte hacendados que poseían la práctica totalidad de las tierras», indica Urdáñez. Algo habían de devolver a una sociedad que no pasaba precisamente por su mejor momento.
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