ZIGOR ALDAMA
Jueves, 9 de junio 2011, 11:34
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El clima no da respiro en China. Parece como si no consiguiese encontrar el término medio. La semana pasada, el gigante asiático se enfrentaba en la cuenca del Yangtsé a la peor sequía de los últimos 50 años. Hoy, sin embargo, el país busca bajo el lodo a las víctimas mortales de las inundaciones que sacuden el sudoeste del país. Los meteorólogos ya no saben si anunciar las lluvias con alegría, porque han salvado un tercio de la tierra cuarteada, o con el gesto adusto que requiere la pérdida de al menos 54 vidas humanas, el derrumbe de más de 800 edificios, y la inundación de 13.000 hectáreas de cultivo.
Se mire como se mire, la situación es dramática. Porque la sequía que sufre el río más largo del gigante asiático ha devorado ya el 5% de la tierra cultivable del país, unos siete millones de hectáreas, y afecta directamente a más de 35 millones de personas, de las que más de dos millones tienen ya dificultades para acceder al agua potable. Y las trombas de los últimos días no son la mejor forma para combatir el déficit del ansiado líquido, puesto que la tierra no es capaz de absorberlo y provocan el desbordamiento instantáneo de los ríos.
Quienes no están directamente afectados ni por la carencia ni por el exceso de agua sufren los efectos colaterales de estos dos fenómenos en forma de una inflación galopante que se está cebando en los alimentos. El precio del conjunto de las hortalizas se ha disparado un 16% en el último mes, y el arroz va camino de la estratosfera después de encarecerse en un 20%. Los mercados de futuros ya han reaccionado, los especuladores se frotan las manos, y el drama alimentario podría extenderse por todo el planeta si China confirma que su producción de cereales se verá reducida de forma dramática. De hecho, Naciones Unidas ya alertó en febrero de una crisis a gran escala por la caída en la producción de trigo y arroz.
Y todo apunta a que así será. Este año ha llovido en las zonas afectadas entre un 35% y un 80% menos de lo habitual, un hecho que ha convertido lagos como el de Poyang en una cuarteada tierra para el pastoreo en la que los peces mueren emparedados en sus grietas. En un año el agua ha retrocedido allí cinco metros, mientras que en la provincia de Hubei, conocida como el reino de los lagos, éstos han visto reducido su tamaño a la mitad. Así, la pesca está viéndose seriamente afectada y las aves migratorias que suelen hacer escala en el centro de China han decidido buscar rutas alternativas.
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Contra el modelo económico
Pero, más allá del medio ambiente, la sequía se siente también en la generación de energía. Las presas que jalonan tanto el Yangtsé como sus afluentes no producen la electricidad necesaria, razón por la que las autoridades ya prevén cortes del suministro durante el período más caluroso del verano, cuando la demanda se dispara hasta marcar cada año un nuevo récord. Porque los meteorólogos auguran el fin de las lluvias y una sequía prolongada. Por si fuese poco, la decreciente profundidad de las vías fluviales dificultará el transporte de carbón, el mineral del que China extrae alrededor del 70% de sus necesidades energéticas.
Muchas voces comienzan a criticar el modelo de crecimiento económico en su totalidad, que prima el desarrollo del medio urbano sobre el rural. Así, la eficiencia en el uso del agua para irrigación es mínima, ya que la mayoría de los campesinos carecen de las infraestructuras necesarias para bombear correctamente el líquido a la vez que los canales por los que discurre pierden una cantidad excesiva de agua. Sin duda, los 220 millones de euros que Pekín ha destinado ya para combatir la sequía no van a ser suficientes para dar la vuelta a una tortilla muy pesada.
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