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Mª DOLORES DE AZPIAZU CANIVELL
Lunes, 2 de mayo 2011, 04:39
Un año más la sociedad 'El Sitio', que me honra presidir, celebra su fiesta del 2 de mayo, que en tiempos también lo fue de Bilbao, antes de los cambios hechos en el calendario de la Noble Villa por la mano marcial del régimen franquista en junio de 1937. Una vez más llega el momento de recordar a quienes entregaron sus vidas por la libertad, que no fueron pocos, y cuyo ejemplo, lejos de ser un simple adorno en los libros de Historia, resulta hoy más clarificador que nunca ante la oleada de convulsiones y revueltas ciudadanas que sacude al mundo. Gentes de otras razas y culturas, que jamás han oído hablar del asedio de Bilbao y los logros del liberalismo, luchan en este momento por su libertad con heroísmo al igual que los combatientes de antaño. Quizá con ideas distintas en cuanto a organización política, religión, enseñanza, economía y otros temas, pero el impulso vital, el sentimiento de urgencia y el deseo de justicia son los mismos, y evidentemente existe una conexión entre unos y otros.
Cuando iniciemos una vez más nuestro cívico desfile por las calzadas de Mallona, ¿cuál habrá de ser nuestra actitud? Es importante dedicar algo de tiempo a pensar en esto, porque el ascenso hasta el monumento a la diosa de la libertad, aparte de requerir su esfuerzo físico, constituye un símbolo de la voluntad necesaria para transitar por caminos que consideramos necesarios aunque no sean los más fáciles. No se trata de la continuación mecánica y ciega de viejas tradiciones que han persistido por inercia institucional. Tampoco de un gesto de cara a la galería. Y mucho menos de un acto publicitario.
En la mitología nórdica había tres personajes a quienes llamaban las Nornas, poco visibles pero decisivos para el acontecer humano -inevitablemente eran mujeres-. Su labor consistía en tejer las cuerdas del destino, evitando que se rompieran y poniendo así algo de racionalidad en un cosmos zarandeado por las pasiones humanas y el capricho de los dioses. Lo que nosotros hacemos es algo similar aunque a escala local y en un orden de posibilidades mucho más reducido: repasamos la trama textil de nuestra historia, examinamos los hilos rotos y aquellos otros que han resistido a las inclemencias del tiempo, también ponemos otros nuevos de vez en cuando.
Más que los motivos geométricos y los emblemas, lo que importa es la consistencia y la calidad de la trama. No nos interesa tanto la bandera de la libertad como el material de que aquella está hecha. Queremos una lona fuerte que no se rompa al tirar de ella ni al someterla a los vendavales de la historia.
Si me asomo a esta tribuna de opinión no es para vender un viejo producto con nuevos envoltorios, sino simplemente con ánimo de invitar a la reflexión al lector. A los liberales de Bilbao y de otras ciudades españolas se los acostumbra a ver como personajes extraños, que en 1820, cuando aun existía la milicia urbana, desfilaban torpemente en las plazas de los pueblos fusil al hombro, fundaban ateneos en los que discutían acaloradamente sobre literatura y política, y que en períodos de tiranía se hacían apalear por alguaciles y esbirros al servicio del Antiguo Régimen. Esa, aunque no una imagen fiel a la realidad, sí fue la impresión predominante en los primeros tiempos del liberalismo a comienzos del siglo XIX, cuando la Constitución de Cádiz, el reinado de Fernando VII, la primera guerra carlista y el primer sitio de Bilbao.
Luego, con la industrialización de Europa, vino la gran explosión cámbrica de aportaciones con las que el liberalismo, en términos literales, ha construido el mundo moderno, y que carece de precedentes en ninguna otra época de la historia: el derecho político y el ordenamiento constitucional, los códigos civiles y mercantiles, la medicina social, los modernos sistemas monetarios y los bancos centrales, las uniones aduaneras, los estándares en la industria, los gobiernos municipales y el urbanismo, los primeros sistemas de previsión y seguridad social, la educación moderna y el fomento generalizado de la cultura y las artes no solo para las élites sino también para las masas.
El liberalismo como ideología explícita, con pífanos y tambores, hace tiempo que dejó de existir. Pero su legado persiste y más tangible no puede ser, puesto que vivimos cómodamente instalados sobre él. Hasta cuando entramos en el ascensor para subir a casa nos estamos beneficiando de corrientes liberales, que hicieron posible las normativas reguladoras y la homologación técnica de dispositivos de uso cotidiano. Ni que decir tiene que todas las formaciones políticas que actúan en el orden constitucional están inspiradas en mayor o menor medida por el pensamiento liberal. Si tan solo quedase la aportación de las ideologías de masas del siglo XX y no existiera este espíritu y estas creencias heredadas del liberalismo culto y burgués de épocas anteriores, tal vez hoy los partidos políticos no serían más que simples máquinas electorales y de poder.
¿Qué aporta el liberalismo en la actualidad, y concretamente la sociedad 'El Sitio', considerada como custodio de su legado espiritual? Una tribuna de ideas en libertad abierta a todos aquellos que reivindiquen el turno de la palabra en el debate público y político. Un centro de gravedad para ideas útiles, un relé de transmisión a la sociedad del saber generado por los tiempos, transmitido por líderes sociales y expertos de renombre en sus campos respectivos. El pensamiento creativo como substancia y, como medio, la palabra en libertad. En eso que llaman la sociedad de la información, los activos intelectuales de 'El Sitio' tienen también su valor. No es nuestra meta atesorarlos en balde ni exhibirlos vanamente, sino ponerlos a disposición de quienes se interesen por ellos, contribuyendo en lo que honestamente podamos al levantamiento de la sociedad civil.
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