CULTURA

El legado de Lete

BLANCA URGELL

Martes, 7 de diciembre 2010, 03:34

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Recordar a Xabier Lete es un ejercicio luminoso, afectivo y amigable. Luminoso fue porque, en los momentos de mayor oscuridad vividos en este país, supo él dirigirse a su público, o sea a todos, con la mayor claridad. Sería un acto cicatero desdeñar la influencia que ejerció, no sólo como artista, sino como ciudadano, a favor de la tolerancia y de la deslegitimación de la violencia sectaria, ejercida en nombre de una patria que, a pesar de amarla, se le atragantaba. Así, en su canción 'Aberri ilunaren poemak' (los poemas oscuros de la patria) se le escucha decir: «Behar zaitut Euskadi, etxean atzerri» (Te necesito Euskadi, extranjero en casa).

Había una comprensión de lo ajeno en él, a quien nada era extraño, porque tenía los ojos abiertos a lo inmediato, a lo cercano, a lo cotidiano. Pero hubo momentos, que todos los demócratas hemos vivido, en los cuales él también se sintió rechazado, marginado, extrañado. Él fue el 'otro', al que se mataba en nombre de esa patria oscura y cruel. Xabier estaba poseído de un poder de empatía, gracias al cual podía acercarse a todos y hablar con ellos, y darles el consuelo que necesitaban, el calor que requerían, las palabras que esperaban.

Todo ello señalaba su categoría como persona; su humanidad, en tiempos donde lo humano fue sepultado por la lógica torticera y feroz de las armas. Fue dura la travesía, pero Xabier Lete supo llegar incólume, porque, ante todo, era un poeta, un artista, un intérprete de la comunidad que sabía por dónde soplaba el aire y hacia dónde bajaban las aguas, pocas veces tranquilas, de la realidad.

Como poeta nos ha dejado excelentes poemas. Fue deslizándose, como otros muchos de su generación, desde un existencialismo socarrón e irónico, influencia de Brassens, hacia una concepción religiosa de la existencia. No fue casual. Mucha culpa de ello tuvo el pasmo de ver cómo las personas más cercanas iban dejando este mundo y adentrándose en lo desconocido, que no acertaba a señalar. Tampoco fue ajeno el dolor, propio y amargo de su enfermedad, y el de la contemplación del mal ajeno, encarnado en amigos muy cercanos. El dolor es un gran escultor de almas.

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Buscó certezas, sabiendo que apenas cubren el dedal de la imaginación. Buscó la trascendencia, más allá de lo que pueden dar cuenta los sentidos, que a veces se afilan y a veces se vuelven romos.

Y encontró la palabra afectiva, la que queda en la mente y que sirve de consuelo. Aun hoy en día, cuando la tempestad arrecia, podemos encontrar en sus canciones ese lecho de seguridad que hace que nos alejemos de la borrasca y del miedo, que marchemos hacia el tiempo blando e indoloro. Tal es el valor de la poesía, que lleva las horas de su mano y nos conduce hacia el lugar donde queremos estar.

Sí, es una gran pérdida la de Xabier Lete, porque se nos ha ido la conciencia hecha sonido, palabra, voz. Se nos ha ido uno de los preclaros intérpretes de esta sociedad.

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