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ALBERTO AYALA
Domingo, 3 de octubre 2010, 05:08
En pocos días se cumplirán dos años desde que el PP del País Vasco inició su particular viaje hacia el centro político. Antonio Basagoiti tomó el timón de la nave popular, abruptamente abandonado por María San Gil, y se dispuso a afrontar un nuevo tiempo con más acentos en el diálogo y en el acuerdo, que en el aislamiento y la confrontación. Y lo hizo con la tranquilidad de quien sabe que a su derecha apenas existe nada que ponga en riesgo el tránsito por el nuevo camino.
El PNV ha hecho del reconocimiento de sus dos almas su catecismo. Esa permanente tensión, con liderazgos reconocidos y reconocibles a ambos lados, con momentos en que la fricción ha hecho estallar incluso la caldera -ahí está como ejemplo la escisión que dio origen a Eusko Alkartasuna- le ha permitido dirigir Euskadi durante tres décadas.
Ahora que, de nuevo, se empieza a librar la batalla por definir quién liderará el nacionalismo en el futuro, el partido de Urkullu no ha dudado en la estrategia para conservar la hegemonía. Una pizca de aquí y otra de allí. Una buena dosis de pragmatismo en forma de acuerdos con Zapatero y otra de soberanismo -de despacho, de discurso o de calle, como ayer si es necesario- para evitar que se desmande el naciente polo independentista. Ese conglomerado alumbrado por la izquierda abertzale tradicional y EA, al que ha terminado por acercarse Aralar -que también lo ha hecho al PNV en Navarra- según ha empezado a olfatear que podía ser la primera pieza en quedar engullida por él cuando el escenario se mueva de verdad, y no sólo dialécticamente, hacia la paz.
Obstáculos
El Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezkerra (PSOE), instalado por primera vez en el poder en solitario en el País Vasco desde hace dieciséis meses, gracias a su alianza por el cambio con los conservadores del PP, ¿mueve también pieza? ¿Lo necesita? ¿Los numerosos frentes que tiene abiertos -incluido el de la debilidad de Zapatero, no por lejano en lo físico, menor en lo político- se lo permiten?
El PSE siempre ha tenido clara su condición de federación del socialismo español en Euskadi. Un conocido dirigente vizcaíno no se recata en repetir públicamente de vez en cuando una frase con la que seguro se identifica buena parte de la militancia: «somos más PSOE que un botijo». Seguramente por ello, estos últimos días, tras el acuerdo Zapatero-PNV -que los jeltzales han aprovechado para volver a erosionar la imagen del lehendakari López-, nadie ha alzado la voz en público contra Madrid. Y en privado ha sido mayor la desazón que la crítica, según las fuentes consultadas. «Se veía venir y no había demasiado que hacer. La situación es la que es y ya sabemos cómo actúa cada uno», resume un cuadro socialista.
Desde hace tiempo el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, y otros dirigentes vienen apostando por ensanchar el perfil vasquista del PSE. Se trata de remarcar su lado Euskadiko Ezkerra sin olvidar su condición de PSOE. Un movimiento en el que se mezclan la convicción y la conveniencia. Y es que, el giro centrista del PP busca meter la cuchara en el electorado más pragmático del PNV. Las dos almas jeltzales intentan, de un lado, evitarlo, y de otro morder en la izquierda nacionalista (EA, Aralar y hasta la ilegalizada Batasuna). El PSE, reflexionan, debe abrir sus fronteras, jugar en terrenos tradicionales del nacionalismo, como el euskera o el autogobierno, si quiere aspirar a hacerse con el viejo electorado de Euskadiko Ezkerra que no creyó en la fusión de 1993, con los actuales votantes de Aralar, EB o EA.
El ejemplo lingüístico
En 2008, el PSE alumbró un documento, 'El euskera en libertad', fruto de las reflexiones de algunos dirigentes del partido encabezados por Eguiguren y un importante grupo de intelectuales euskaltzales, algunos de ellos vinculados a la extinta EE. Aquel trabajo impregna hoy el programa del Gobierno López. Muchos de quienes contribuyeron a hacerlo posible forman parte del Ejecutivo (Lurdes Auzmendi, Andoni Unzalu, Luis Haramburu o Felipe Juaristi), o lo han hecho (Ramón Etxezarreta). Y otros se incorporarán en breve a consejos como el del euskera en representación de los socialistas, como Alberto López Basaguren o la escritora y académica Lurdes Oñederra.
Son la constatación de que ese vasquismo avanza, siquiera con timidez, en el PSE. Los rostros de una apuesta con los que, curiosamente, el PNV ha evitado confrontar en sede parlamentaria con argumentos como los que sí esgrime contra otros socialistas y en otros ámbitos. Una apuesta en cualquier caso que resultará coja si el discurso y la acción política no se amplían con credibilidad a otras cuestiones como la defensa del autogobierno. Por mucho que la soledad de Zapatero y la inteligencia con la que la explota el PNV lo pongan especialmente difícil.
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