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IÑAKI ESTEBAN
Miércoles, 16 de junio 2010, 04:57
Gabriel Aresti fue el primero en atreverse a publicar 'Haur besoetakoa', en 1970, y si se piensa en el argumento de la obra de Jon Mirande el grado de valentía fue considerable. Se trata de la única novela del escritor nacido en París en 1925 y fallecido en 1972, originario de Zuberoa, y cuenta la relación sexual entre el protagonista y su ahijada de once años. Para aquel tiempo en general, y para la edición en euskera en particular, la obra componía todo un tabú con los elementos de la pedofilia, el incesto y el suicidio final, que Aresti quiso romper debido a la calidad literaria de la obra.
«La obra más inaceptable de toda la literatura en euskera, pero escrita en una lengua limpia, tersa. Una gran novela corta, mejor que 'Lolita' de Nabokov», resumió Atxaga en una conferencia, la última de una serie organizada por Pedro Alberdi en el euskaltegi Bilbo Zaharra en torno a esta obra que Mirande escribió en 1959.
A Mirande, sobre todo poeta, se le considera como uno de los grandes e indiscutibles de la literatura vasca del siglo XX. Sus ideas, en cambio, no tienen el mismo prestigio. Anticristiano, antidemócrata, filonazi y antisemita, el autor encarnó en los años cincuenta -la más decisiva en su producción- la enfermedad que Europa justo acababa de pasar. Sin embargo, alguien tan poco sospechoso como Koldo Mitxelena le propuso para Euskaltzaindia, propuesta que no salió adelante.
A juicio de Atxaga, que acaba de llegar de dar un curso en la prestigiosa Stanford University de California, 'Haur besoetakoa' se puede leer como una novela de tesis, en la que Mirande expresa su rechazo visceral «a la sociedad pequeño burguesa con la mayor agresividad de la que es capaz». Hay también una lectura simbólica, según la cual la ahijada representaría la eterna juventud, mientras que el protagonista despliega los valores aristocráticos, la importancia de satisfacer el deseo por encima de las consecuencias de las acciones. «Y además de todo eso, la novela es una historia de pederastia pura y dura, adornada con un par de ribetes de poesía céltica», explicó Atxaga, que piensa que Aresti debió de quedarse al leerla como él, «horrorizado con lo que decía y fascinado por cómo lo decía». «Inaceptable -repitió el autor de 'Siete casas en Francia'-, pero buena literatura».
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