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Félix Rodríguez de la Fuente, con un ocelote entre sus brazos.. :: EL CORREO
El gran legado de Félix
SOCIEDAD

El gran legado de Félix

Hace 30 años murió el naturalista que sembró la conciencia ecológica en España

M. A. BARROSO

Lunes, 15 de marzo 2010, 10:34

Félix Rodríguez de la Fuente habría celebrado ayer su 82 cumpleaños pensando que el ser humano todavía se encuentra en la pubertad rebelde, lejos de reconciliarse con su madre, la naturaleza. Él hizo todo lo posible por acelerar el proceso, precisamente porque conoció ese estado de felicidad absoluta, de comunión perfecta con el entorno. «Vivió la infancia de la humanidad en su propia infancia, agreste y montaraz, con el instinto atávico de los niños», aclara su viuda, Marcelle Parmentier.

Félix dio sus primeros pasos en Poza de la Sal, el pueblecito burgalés donde nació. Los años de la Guerra Civil le hurtaron una educación al uso, y el chico se dedicó a deambular por las sierras y páramos castellanos, a observar a los animales y las plantas, a escuchar los relatos de los viejos pastores de los que, tal vez, aprendió esa forma tan sencilla de contar las cosas. Debutó como sembrador de la conciencia ecológica en un país que consideraba alimañas a sus joyas faunísticas, que desecaba sus lagunas, que arrancaba la piel a sus montes, y ahora, años después, las tropelías no se justifican.

En marzo de 1980 se disponía a regresar de un viaje a Alaska tras filmar uno de sus documentales, y tenía decidido dar carpetazo a su serie más famosa, 'El hombre y la Tierra', para acometer un proyecto sobre el animal humano. «Quería abordar los grandes temas ambientales -cambio climático, pérdida de biodiversidad y de capa vegetal- una década antes de que se pusieran en la agenda de la Cumbre de Río», añade Marcelle. «Había mostrado la belleza natural que nos rodea advirtiéndonos de que nada está aquí por casualidad, que todos los seres vivos tienen su razón de ser y contribuyen al éxito o el fracaso del conjunto. Era, por tanto, el momento de poner el foco sobre el 'Homo sapiens', capaz de desequilibrar el delicado edificio de la vida».

La melodía eterna

Odile Rodríguez de la Fuente, la hija pequeña de Félix y directora general de su fundación (www.felixrodriguezdelafuente.com), lamenta que esto no haya sido posible. Su padre no regresó con vida de Alaska tres décadas atrás, murió en un accidente de avioneta el día que celebraba su 52 cumpleaños. «Cuando alguien con futuro se marcha para siempre, es tan importante lo que hizo como lo que dejó de hacer. Félix habría tenido un liderazgo a nivel mundial. Murió siendo fiel a su ideario: la vida es una aventura y tenemos la obligación de ser felices. Decía: '¡No hago lo que me gusta, sino lo que me apasiona'».

Un viernes por la tarde de mediados de la década de 1970. Las huestes del 'baby boom' han llegado a casa después de acabar las clases y jugar un partidillo de fútbol o una carrera de chapas en el parque. De la cocina llega el inconfundible olor a tortilla de patatas. En el cubil no hay consolas ni ordenadores, tampoco receptores de televisión con TDT para zambullirse en canales temáticos, sino algunos madelman con sus accesorios o muñecas Nancy con sus trapillos. De repente, suena la inconfundible melodía compuesta por Antón García Abril, autor de obras orquestales, música de cámara y bandas sonoras para el cine y la televisión, pero grapado para siempre a su trepidante tonada de 'El hombre y la Tierra', que con el tiempo llegó a convertirse en un hit en los teléfonos móviles. Tiri-tiri-tiriti-tiri-tiri-tiriti... Como tantos otros de la quinta, Fernando López-Mirones salta como un resorte hacia el salón de su casa, presidido por una televisión en blanco y negro con dos canales (TVE y UHF), para ver el episodio sobre el buitre negro. Puede que fuera ese viernes concreto, o cualquier otro de los viernes de esa España que transitaba de la dictadura franquista a la democracia, cuando Fernando, hipnotizado por las imágenes, por el relato cercano y enfático de Rodríguez de la Fuente, y por ese suspense que imprimía a sus guiones, se dijo a sí mismo: «Yo quiero dedicarme a esto».

El buitre negro de ese capítulo lo llevaba crudo en los años 70. El ave más grande de España contaba con menos de 200 parejas. Desde entonces su población se ha multiplicado por diez. Hoy es una especie protegida que acaba de ser nombrada ave del año por la Sociedad Española de Ornitología. «Con Félix se pasó de envenenar el campo a preservar la fauna y la flora», señala López-Mirones, biólogo, escritor, guionista y director de documentales, algunos producidos por National Geographic. «Somos muchos los que nos consideramos hijos intelectuales de Rodríguez de la Fuente. No tuve la oportunidad de conocerlo en persona, aunque sí he trabajado con su mano derecha, el impagable Aurelio Pérez, que falleció hace dos años. Con él montamos campamentos parecidos a aquellos legendarios de Pelegrina donde se rodaron tantas escenas de 'El hombre y la Tierra'. Félix era único, un enorme guionista y narrador. A mis alumnos de Comunicación Audiovisual les digo que, tras la desaparición del maestro, ha habido muchos documentalistas afectados por el 'felixismo', es decir, más preocupados por sucederle en la fama que en la calidad de sus apuestas».

Aurelio, el cetrero, se hizo célebre por la cantidad de veces que el presentador le citaba en sus documentales. Para los chicos del 'baby boom', uno más de la familia. Este humilde pastor soriano fue contratado por Félix para ayudarle a volar los halcones en los aeropuertos de Barajas y de Torrejón y alejar a otras aves que pudieran amenazar las maniobras de aterrizaje y despegue de los aviones. Pero acabó siendo el gran conseguidor, el responsable de organizar los campamentos y escenarios de los documentales. Hoy se llamaría experto en logística. El naturalista Jesús Garzón recuerda otros nombres que aportaron su talento a aquel equipo: Javier Castroviejo, Joaquín Araújo, Josechu Lalanda, los cámaras Teodoro Roa y Alberto Mariano Huéscar...

«Mi primer encuentro con Félix fue en 1965. Por entonces era poco conocido. Teníamos intereses comunes: él se dedicaba a la cetrería y a mí me gustaba la caza, así que salíamos juntos al campo con los halcones», comenta Garzón, uno de los hombres clave en el conservacionismo español, conocido por su lucha para proteger espacios naturales emblemáticos, como Monfragüe y Cabañeros, y las cañadas trashumantes. «Después colaboré en la Enciclopedia Salvat de la Fauna Ibérica y en 'El hombre y la Tierra'. Asesoré a Félix sobre diversas especies amenazadas: el lince, el quebrantahuesos, el oso pardo... Su labor didáctica con los niños -y no tan niños- fue extraordinaria. Era ameno, riguroso, persuasivo. Encandilaba. La última vez que lo vi, poco antes de su viaje a Alaska, me habló del desarrollo sostenible, un concepto que se ha convertido en el mantra de algunos políticos pero que él vio con muchos años de antelación. Su muerte fue una tragedia en muchos sentidos».

Continuidad familiar

«Félix es un adjetivo latino que denota felicidad, hombre feliz. 'Felis'es el nombre que designa a los felinos, e incluye al que tiene ojos de lince, es decir, una mirada penetrante, capaz y, sobre todo, con alcance». Un enorme cartel con esta leyenda y con la foto de un ojo gatuno recibe al visitante en la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, creada hace seis años y que en 2010 quiere hacer partícipe al público de la conmemoración. «La gente reivindica a Félix, me habla como si fuera de su familia; yo digo que tengo muchos hermanos», asegura Odile. «Sus programas eran una experiencia familiar. Haremos una campaña de cortos con lo mejor de su producción e incluiremos testimonios de sus fans».

La benjamina de Félix cree que el debate sobre la sucesión ha sido dañino y ha provocado muchas envidias. «No se trata sólo de Félix; cada uno de nosotros es irrepetible. La continuidad en la defensa de la naturaleza no pasa por una persona, sino por una legión multidisciplinar con un compromiso común».

La tentación de «apropiarse» de la figura del pionero y de interpretar cuál era su filosofía de la vida ha sido muy alta, como la de subirse al carro de las críticas (obsesión por el trabajo, uso de animales troquelados -acostumbrados a la presencia humana-, abuso del lenguaje llano en perjuicio del rigor científico...). Mucho se ha escrito acerca del carácter y el legado de Rodríguez de la Fuente. Sin embargo, hasta ahora no existía una biografía autorizada por la familia. La ha escrito Benigno Varillas, fundador de la revista 'Quercus', un referente en el periodismo ambiental de nuestro país. En su opinión, «los españoles percibimos desde el primer día que aquel hombre era distinto. El propio Félix era consciente de la trascendencia de su labor. En sus escritos previos a la fama intuía que sus proyectos provocarían el cambio de mentalidad de la sociedad española rural y arcaica a la sociedad ecológicamente concienciada».

Halcones para el rey

Odile, que tenía 7 años cuando desapareció el naturalista y que, para «reconstruirlo» en su memoria, ha hecho un viaje en el tiempo, desde la celebridad hasta el joven estomatólogo que quería echarse al monte, cree que lo mejor de su aportación está en la radio, en aquellas charlas semanales para el programa 'La aventura de la vida', que superó las 350 emisiones. En el fondo, Félix siempre lo tuvo claro. Su padre, Samuel, notario de profesión, respetó sus aficiones, pero le aconsejó que estudiara Medicina para labrarse un porvenir. Tras su muerte, en 1959, el dentista abandonó su oficio para dedicarse a la cetrería y a la divulgación.

En 1964 el Gobierno le encarga capturar y amaestrar dos halcones peregrinos para regalárselos al rey Saud de Arabia. El 21 de octubre 'Abc' le dedica su portada: Félix aparece de espaldas lanzando a Durandal, una hembra de halcón. El pie de foto se refiere a él como «cetrero mayor del Reino». Una entrevista de cinco minutos en Televisión Española, en cuyos estudios entra con una rapaz en el puño enguantado, le basta para meterse a la audiencia en el bolsillo. Así que empieza a colaborar en el programa 'Fin de semana'. Ya en esa época es conocido como «el amigo de los animales». Luego rueda su primer documental, 'Señores del espacio', dedicado a la cetrería, y escribe artículos en la revista 'Blanco y Negro'. Tras su premiada película 'Alas y garras' (1967), TVE le encarga un programa propio, 'Fauna'. Entre 1970 y 1974 realiza la primera de sus grandes series, 'Planeta Azul', y entre 1974 y 1980 su obra culmen, 'El hombre y la Tierra'.

«Quería cambiar la mentalidad antropocéntrica del mundo por otra biocéntrica», concluye su esposa, Marcelle, aquella novia francesa que conoció en unos cursos en la Universidad Complutense y que se convirtió en su principal colaboradora. «El ser humano no está solo en este planeta, y eso es algo que olvidamos con facilidad». No era soledad lo que sentía aquel niño durante sus correrías en las sierras burgalesas, haciendo novillos permanentes. Tampoco era desamparo, sino el mismo sentido de pertenencia que había en el Paleolítico de la Humanidad.

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