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J. A. GONZÁLEZ CARRERA g.carrera@diario-elcorreo.com
Domingo, 8 de octubre 2006, 04:35
El político Gregorio Balparda (Bilbao, 1874-1936) fue una de las primeras víctimas de la Guerra Civil en Euskadi. Estaban aún lejos 'los nacionales' cuando fue asesinado en el buque-prisión 'Cabo Quilates', anclado en la Ría de Bilbao a la altura de Erandio. Ocurrió el 31 de agosto de 1936. Abogado de profesión, Balparda se había negado a servir de fiscal en un juicio contra un militar acusado de traición a la República. No tardó en ser detenido y días después asesinado en el barco, parece que de una manera espantosa: colgado del cabo de una grúa y sumergido sucesivas veces en el agua hasta morir ahogado.
Es la visión al detalle del terrible final de este destacado político monárquico y liberal, en la explicación más fidedigna del hecho, recogida en la novela de trasunto histórico 'Últimos días de agosto' que el parlamentario vasco del PP y escritor Fernando Maura acaba de reeditar, a partir del testimonio de «un viejo gudari, Joaquín Nebreda, que tenía 18 años entonces».
El autor -cuya abuela era prima carnal de Balparda y que por ello guardaba su archivo personal- rescata el testimonio de un político «íntegro» y «valiente» que se había opuesto al nacionalismo localista de inspiración racial. Balparda fue alcalde de Bilbao en 1905, en una época en que los alcaldes eran nombrados por decreto. Fue de hecho desposeído del cargo por el gabinete de Antonio Maura -bisabuelo de Fernando-, quien entregó la Alcaldía a Gregorio Ibarreche, el primer nacionalista que accedía al puesto. Tiempo después, Balparda intentaba en una turbulenta sesión en las Cortes que los nacionalistas, ante los que había perdido su reelección, no ocuparan sus escaños sin antes jurar fidelidad a España.
Monárquico anticlerical
Fernando Maura reconstruye discusiones históricas y otros pasajes de la vida de Balparda metido en la mente del reo. El político liberal fue autor de libros como 'Historia crítica de Vizcaya y sus Fueros', y, según Maura, pensaba que aquella Ley Vieja con que los nacionalistas pretendían argumentar una hipotética separación del resto de España «era en realidad la demostración de la forma de organización de un país, algo cuya esencia estaba en la Constitución y que él ve con un planteamiento progresista, no aferrado al pasado medieval».
Monárquico de espíritu abierto -y anticlerical-, fue fundador del Partido Liberal en 1910, en un intento de crear una derecha progresista. «La Iglesia -explica Maura- era entonces una institución reaccionaria que en el País Vasco hablaba de las 'leyes viejas' y era reacia a los cambios; él es católico, pero cree en una Iglesia distinta, y también tiene una idea progresista de la sociedad, pretendía una Constitución que contuviera a la monarquía. Hoy sería sin duda una especie de socialista; de hecho, en su momento, se entendió muy bien con Indalecio Prieto».
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