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MIGUEL PÉREZ
Domingo, 9 de febrero 2014, 17:15
Steve Wozniak, cofundador junto con Steve Jobs de Apple, quiso en 1982 tener su propio festival de Woodstock. Lo organizó en el parque de Glen Helen, en el condado de San Bernardino, a una hora en coche de Los Ángeles. El espíritu de los nuevos multimillonarios alternativos que poblaban California al calor de la burbuja informática se plasmó en un proyecto megalomaniaco. Las mejores estrellas para cientos de miles de espectadores. La reciente publicación en España de IWok, la autobiografía donde Wozniak relata los inicios de la famosa multinacional, es una buena ocasión para comprobar que el empresario no sólo ha sabido ganar dinero, sino también perderlo sin freno.
Wozniak tuvo la idea mientras escuchaba la radio al volante de su coche. Pensó en organizar un gran festival que fusionara música y tecnología, donde el público, al tiempo que asistía a los conciertos de las grandes estrellas de los 80, pudiera jugar a los marcianitos o contemplar los últimos ordenadores de Apple. Con la ayuda de un profesor universitario, militante de la new wave más radical, se inspiró en la gran concentración hippie de 1969, pero con el nombre de US Festival. Quería revalidar el sentido de colectividad y globalidad que destilaban los pioneros del valle del silicio (US, nosotros en inglés) frente al hedonismo de Woodstock.
Primer problema. El lugar elegido, Glen Helen, cumplía todas las expectativas: un área entre montañas, plenamente natural y cercana a un pueblo rural, Devore, lo que suponía una ambientación perfecta para los ecologistas urbanos de nuevo cuño y los últimos resistentes del flower power. Dificultad: el terreno era más abrupto que un patatal. Y hacía más calor que en una sartén. Ecologista o no, Wozniak hizo que decenas de excavadoras dejaran el terreno totalmente plano para que los asistentes pudieran presenciar cómodamente las actuaciones y que los operarios establecieran la vastísima infraestructura del festival: zona de acampada, duchas y fuentes -que a su vez obligaron a construir una larga red de canalizaciones para llevar el agua- y decenas de puestos de bebida y comida. Incluso fue preciso montar un hospital de campaña.
El resultado: un auténtico parque temático muy similar al Rock In Río europeo, aunque trasladado a 1982, con montones de tipos en bermudas, sombreros de paja y un Wozniak correteando por las 500 hectáreas de recinto sobre una Vespa roja. Ni que decir tiene que el auditorio costó un precio desorbitado. El gestor de Apple se gastó casi dos millones de dólares de su fortuna particular para costear el faraónico proyecto.
De inmediato contrató al afamado promotor Bill Graham para que le confeccionara un cartel como nunca se hubiera visto. Y Graham cumplió. El festival se celebró durante el primer fin de semana de septiembre, en coincidencia con el Labor Day -qué sería del mundo sin el simbolismo estadounidense- y con una veintena de estrellas de la máxima categoría: The Police fue el cabeza de cartel del primero de los tres días de actuaciones consecutivos, por los que desfilaron, entre otros, Gang of Four, Talking Heads, Santana, Fleetwood Mac, Grateful Dead, Ramones, Pat Benatar, The Kinks, Jackson Browne, The Cars y Tom Petty & The Heartbrakers, entre otros.
Wozniak autorizó que sus amigos salieran al escenario a presentar a sus artistas preferidos, lo que ocasionó más de una introducción psicodélica y un par de broncas con Graham. Pero aquello era su fiesta y nadie se la iba a arrebatar. Incluso se llevó a profesionales de Atari y de la división de ocio de la Fox para que organizaran un grandioso campeonato de videojuegos.
Pese a su espectacular cartel, el certamen resultó poco rentable. Wozniak perdió casi doce millones de dólares. En gran parte, por los costes de contratación. También las entradas se vendieron a menor ritmo del esperado. Mucha gente pensaba que aquello no pasaba de ser el capricho de un nuevo rico, aparte de que las temperaturas superiores a 40 grados en pleno verano tampoco invitaban demasiado a pasarse tres días en un hervidero. Aun así, 350.000 personas acudieron a Glen Helen y consumieron millones de litros de agua y cerveza. Socialmente, el US Festival se convirtió en un acontecimiento cultural de primer orden.
El ego volvió a ganar la partidaEl cofundador de Apple no se arredró y en 1983 volvió a convocar el evento. En esta ocasion se hizo con los servicios del productor Barry Fey, un manager histórico que promovió a los Rolling Stones, Jimi Hendrix y los Who, organizó los famosos conciertos de Red Rocks y el año pasado, antes de morir, ordenó ser enterrado con una camista de Led Zeppelin, banda a la que introdujo en Estados Unidos en 1968.
Fey y Wozniak ordenaron la nueva edición del US Festival de modo más racional. Cuatro días, cada uno de ellos dedicado a un género: heavy metal, rock, new wave y country, música especialmente querida por el cofundador de Apple, que contrató para esa jornada a Emmylou Harris y Willie Nelson como cabezas de cartel. Las entradas se vendieron en esta ocasión a gran velocidad. Casi 800.000 personas se dieron cita en el evento, convocado en mayo para hacerlo coincidir con la festividad en que los norteamericanos homenajean a sus soldados caidos en servicio.
Sería fácil pensar que el empresario obtuvo unos jugosos beneficios. Pero no. El ego volvió a ganar la partida. A la medida de una empresa llamada a la gloria, Wozniack proyectó un espectáculo tan grandioso que aumentó a cuatro jornadas la duración del festival, incrementó el cartel a 35 artistas, contrató a los mejores grupos pagándoles salarios de lujo y aumentó la zona dedicada a los stands de tecnología para dar cabida a los últimos inventos en sintentizadores, programadores y sistemas de grabación, tan en boga en los primeros años 80.
Stray Cats, Judas Priest, Scorpions, Ozzy Osbourne, Stevie Nicks, The Pretenders, Alabama, Wailong Jennings y Motley Crue fueron algunas de las estrellas participantes. También fue la última vez que se pudo ver a Mick Jones tocando con The Clash. Bono, de U2, se subió a una columna de monitores de 25 metros de altura para hacer ondear una inmensa bandera blanca. Y los miembros de Van Halen se enzarzaron en una agria disputa con el cofundador de Apple tras enterarse de que David Bowie iba a cobrar 1,5 millones de euros por su actuación, 500.000 dolares más de su caché. Al final, Wozniak les extendió un nuevo cheque para igualar el sueldo del camaleón británico.
Van Halen era por entonces la banda más influyente del rock duro estadounidense. Interpretó alrededor de una docena de canciones, incluidas varias versiones de Roy Orbison, Martha & The Vandellas y The Kinks, pero a David Lee Roth apenas se le pudo entender, ya que olvidaba las estrofas. Para concluir la fiesta, el cantante arremetió contra el líder de los Clash, Joe Strummer, que pasó completamente de él. Una vez terminado el circo y tras hacer balance, el magnate de la informática descubrió que había vuelto a perder más de ocho millones de dolares y puso punto final a su aventura musical. De aquel delirio de rock y software, hoy queda un inmenso anfiteatro para 65.000 espectadores -el escenario cuenta con el mayor frontal de Estados Unidos-, donde todavía se celebran grandes conciertos -los curiosos pueden verlo en el vídeo de la gira de 1993 de Tina Turner What Love? Live- y por los que el pueblo recibe unos jugosos beneficios anuales.
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