LUIS LÓPEZ
Martes, 5 de noviembre 2013, 13:04
Imagínese el lector que es un huno sanguinario o cualquier otro bárbaro y, tras devastar un convento y saciar violentamente sus apetencias más básicas, accede relajado a la biblioteca del lugar y comienza a pasar las páginas de un libro con curiosidad analfabeta. ¿Qué misterios esconderán esas inscripciones indescifrables? ¿Qué significarán esos esquemas, figuras y grabados de un mundo extraño?
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Eso quiere Luigi Serafini (Roma, 1949) que sienta el lector cuando se enfrenta a su obra fundamental, el Codex Seraphinianus. El libro que ha hecho méritos sobrados para ser etiquetado como el más raro del mundo es un volumen extraordinario e inquietante. Sus más de 350 páginas escritas en un lenguaje imaginario con una grafía inventada intercalan imágenes de seres imposibles, máquinas complicadísimas y absurdas, metamorfosis delirantes... Hay frutas que sangran, árboles que nadan, huevos derretidos, polvos-caimán, civilizaciones locas, peces con escafandra...
En fin, un desbarre. Muchas veces ha dicho Serafini que su propósito era generar en el lector una emoción infantil, como la que sentíamos todos cuando, de niños, sin saber aún leer, hojeábamos obras enciclopédicas de sentido entonces inaccesible. Suele proclamar el autor que con su Codex quiere volvernos a todos analfabetos.
Pero cuidado. Quienes ya estén torciendo el morro, aprestándose a tildar de farsante al bueno de Luigi y clamando que hoy en día cualquier mierda es considerada arte deben saber que este clásico lleva más de tres décadas cautivando a todo aquel que se le aproxima. Serafini creó el Codex a finales de los setenta. Durante dos años y medio se encerró en su piso romano y dio rienda suelta a su imaginación, creando un mundo lisérgico, algo que muchos han calificado como una enciclopedia alienígena donde resulta más que evidente la influencia surrealista.
Fantasía en estado puro¿Semejante desvarío y a finales de los setenta...? Claramente estaba drogado, dirán muchos. Pues no. Aunque el artista admite que exploró los pretendidos efectos expansivos de los ácidos, asegura que el libro es fruto del trabajo y la fantasía en estado puro, sin alucinaciones. De hecho, sólo sobre bases racionales se entiende la compleja estructura de la obra: tiene once capítulos divididos en dos secciones. En la primera describe el mundo natural en ese particular universo: botánica, zoología, física, química, mecánica... La segunda sección se refiere a las ciencias del hombre y habla de anatomía, etnología, antropología, mitología, lingüística, cocina, juegos, moda y arquitectura. Vamos, que se lo curró.
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La primera edición del libro se publicó en 1981, después de que el autor recibiese multitud de negativas por parte de editores miedosos que le invitaban a divulgar su obra en galerías de arte. Pero él no quería eso. Lo entendió finalmente Franco María Ricci, editor excéntrico, influenciado por el realismo mágico, por la literatura fantástica, amigo de Borges... Un tipo particular. Aquella primera edición tiró 5.000 ejemplares y nació la leyenda. Hoy es difícil encontrar uno de aquellos volúmenes por menos de 6.000 euros.
Ante el éxito cosechado, por supuesto nunca de masas, hubo ediciones posteriores en 1983, 1993 y 2006. Al poco de salir todos se convirtieron prácticamente en ejemplares de coleccionista. Y la pasada semana fue reeditado por la editorial yankee Rizzoli.
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En estas últimas décadas el Codex Seraphinianus ha cobrado vida propia y ha alimentado las fantasías de los teóricos de la conspiración y de los cazadores de extraterrestres; hay quien hasta se ha tatuado alguna de sus citas en la piel. También es cierto que Serafini alimentó durante mucho tiempo el mito negándose a aclarar si tras esa grafía se escondía algún código secreto con mensajes cifrados. No fue hasta mayo de 2009 cuando, en una charla en la Sociedad de Bibliófilos de la Universidad de Oxford, reveló que, en realidad, se trata de un lenguaje inventado sin sentido alguno. Sólo se había permitido el reto intelectual de diseñar una clave específica para numerar las páginas, que fue descifrada hace años por dos matemáticos.
Pero los textos, esas parrafadas ordenadas y curvilíneas, no dicen nada. Durante muchos años fueron un desafío para lingüistas amantes de los retos; en varias universidades se estudió el Codex Seraphinianus e incluso un antiguo criptógrafo de la Marina de los Estados Unidos ha asegurado haberlo descifrado. Al fin y al cabo, esa grafía está inspirada en el mismo sistema utilizado en la escritura del mundo occidental: filas de izquierda a derecha, con mayúsculas y minúsculas. Pero todo es fantasía y cuando a Serafini le llegan con el bulo de que alguien le ha pillado el truco se sonríe de medio lado.
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Pese a todo, los textos parecen tener la inquietante cualidad de dejar al lector al borde del entendimiento. Parecería que está a un paso de descifrar el enigma, aún sabiendo racionalmente que nunca alcanzará a encontrar sentido alguno en esos renglones. Si a eso se añaden las imágenes a veces estridentes de este mundo onírico, la experiencia de pasar las páginas del Codex Seraphinianus es literalmente alucinante.
Como sucedáneo, hay una página web donde el libro está accesible en pdf. Tarda en cargarse, pero merece la pena: http://www.cetteadressecomportecinquantesignes.com/Luigi.Serafini.-.Codex.Seraphinianus.pdf
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