
CARLOS BENITO
Martes, 15 de octubre 2013, 09:02
Hay pocos artistas de los que resulte tan fácil escribir un montón de líneas sin mencionar siquiera qué música hacen. Baby Dee tiene una biografía pintoresca e inverosímil, sometida a violentos zigzagueos, y sería heroico resistirse a repasar su currículum en plan enumeración. Nació en Cleveland, Ohio, pero su carrera musical arrancó en Nueva York, cuando empezó a tocar el arpa en Central Park con un disfraz de oso. A continuación consiguió un trabajo como organista de una iglesia católica en el Bronx: allí se quedó diez años, acompañando las misas, dirigiendo tres coros y enseñando música a los chavales. Fue su época de devoción casi insana por el canto gregoriano y las composiciones del Renacimiento. Aprovechando los ahorros extra que se sacaba con los bolos en bodas y funerales, se pudo pagar la operación de reasignación de sexo y dejó el empleo en la parroquia, para retomar su personal combinación de música y performance: actuó un tiempo en la baqueteada feria neoyorquina de Coney Island, donde la presentaban como La Hermafrodita Bilateral, y también se enroló en circos como el Kamikaze Freak Show y volvió a tocar el arpa por Manhattan, esta vez subida a un triciclo gigante. Y, ya para ir terminando, trabajó de podadora, hasta que uno de los árboles con los que estaba trabajando aplastó el tejado de una casa.
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Pero, en cierto modo, todo eso no es más que hojarasca de colores. Es cierto que su música se nutre de su singular experiencia vital, y ella misma se define como "leyenda callejera transgénero", pero también ocurre que la fascinación por el personaje distrae a menudo de su obra densa y hermosa. Baby Dee el apodo se lo puso otra transexual en un bar de Nueva York colaboró como arpista en el debut de su amigo Antony Hegarty, y eso puso en marcha los engranajes que la llevaron a grabar su primer disco en 2001. Desde entonces, con el apoyo de amistades ilustres como David Tibet, Will Oldham, Matt Sweeney, Marc Almond o Andrew WK, ha editado varios álbumes de lo que podríamos llamar cabaré renacentista, con letras impregnadas de aromas litúrgicos, lírica medieval, ensoñaciones infantiles y referencias a la naturaleza, sobre todo a esos pajarillos que escucha y graba en el patio de su casa de Cleveland: "Sea lo que sea lo que dicen los zorzales, es absolutamente cierto y terriblemente importante, y lo dicen con una sinceridad que los hombres solo pueden desear", ha escrito. En sus composiciones acompañadas de piano, arpa, acordeón o banda completa predomina el tono melancólico, reflexivo, con fogonazos deslumbrantes de poesía ("dentro de ese piano hay un arpa, / dentro de ese chico hay una chica"), pero Baby Dee también cultiva con ganas el giro vocal irónico y el golpe de humor, a veces salvaje. Ahí está su Canción de la autoaceptación, una tonadilla de music hall dedicada a "las putas que lo hacen por crack, los predadores sexuales, los policías gruñones y los incontinentes".
A juzgar por sus entrevistas, Baby Dee es así, un fondo muy serio que ella protege con risotadas contagiosas, historias extravagantes y otras hábiles maniobras de distracción. Es, seguramente, el único artista de música popular capaz de disertar en las entrevistas sobre las vidas de San Blas y San Máximo el Confesor, y le entusiasma romper con las preconcepciones. Cuando le preguntan por qué dejó la parroquia tras su operación (y lo hacen a menudo), no reciben la respuesta esperada sobre la cerrazón del clero: "El pastor de aquella iglesia era un hombre muy inteligente. Tenía gusto. Tenía tacto. No era ni siquiera un poco gilipollas. Era increíblemente sensato y compasivo. La única cosa con la que se mostraba absolutamente intolerante era la música basura", ha dicho. ¿Y entonces? "Yo necesitaba convertirme en alguien fabuloso. Era mi derecho y quería conseguirlo. Y no existen los organistas de iglesia fabulosos".
Vídeo: As Morning Holds A Star
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