CARLOS BENITO
Miércoles, 19 de junio 2013, 14:42
A Carminho le colgaron la etiqueta de gran esperanza del fado cuando ni siquiera tenía claro si quería dedicarse a cantar. Su biografía parecía diseñada especialmente para empujarla por el camino de la música tradicional portuguesa: Maria do Carmo de Carvalho Rebelo de Andrade es hija de la fadista Teresa Siqueira, y desde niña ha vivido envuelta en esas canciones que exploran las brumas del espíritu, como un catálogo pormenorizado de saudades atlánticas. En su casa del Algarve, adonde se había mudado la familia cuando Carminho tenía dos años, sonaban continuamente los discos de la inevitable Amália Rodrigues, de Beatriz da Conceição, de Fernando Maurício, de Lucília do Carmo, y también se reunían por la noche músicos que repasaban con sus guitarras y sus voces el inmortal repertorio fadista. Nuestra protagonista tenía doce años cuando los padres decidieron retornar a Lisboa para hacerse cargo de la Taverna do Embuçado, uno de los locales fundamentales del fado en directo en las noches de la Alfama, y allí empezó ella a cantar en público, todavía adolescente.
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Poco a poco se corrió la voz de que la hija de Teresa tenía una de esas voces que suenan a porvenir, pero la propia Carminho no encontraba su destino tan evidente: estudió la carrera de Publicidad y Márketing y, cuando todo el mundo esperaba que se apresurase a grabar por fin un disco, decidió irse de voluntaria a la India, Camboya, Timor y Perú, con su saco de dormir y sus dudas. Aquel año de trabajo humanitario le despejó la cabeza y le hizo asumir las expectativas que pesaban sobre ella. «Me ayudó a resolver mis angustias y me hizo decidirme en cuerpo y alma por el fado», ha explicado. A su regreso, volvió a cantar, grabó por fin su disco de debut y lo tituló simplemente Fado, sin más coartadas. Fue un éxito en Portugal y la prestigiosa revista Songlines, una de las publicaciones de músicas con raíces más importantes del mundo, lo eligió como mejor álbum de 2011. El año pasado le dio continuidad con Alma, en el que combina canciones nuevas con clásicos poco visitados de Amália, Dina do Carmo y Fernanda Maria, pero también de los brasileños Chico Buarque y Vinicius de Moraes. Porque Carminho, fan de Queen, combina su respeto casi reverencial por el fado tradicional con una vertiente aperturista, que la ha llevado a colaborar con Pablo Alborán («muchos españoles jamás han oído la palabra fado», se asombra), con el músico experimental Nicolas Jaar o incluso con el grupo portugués de metal Moonspell.
«Mi mayor triunfo es poder ser libre y honesta. Yo no soy purista, soy libre. Hago lo que me gusta, pero nunca maltrataré al fado. Le debo al fado todo lo que soy, intentaré siempre no faltarle al respeto», ha explicado al Correio da Manhã la artista, que ahora tiene 28 años. Carminho se refiere al fado como un «diálogo de almas» y se ve como una mera depositaria provisional de un arte que atraviesa generaciones, casi como una médium que canaliza en estos tiempos un sentir de siglos: «Lo intemporal del fado es que canta los temas más profundos del ser humano -ha explicado en Espiral do Tempo-. A no ser que se sustituya el corazón por una máquina, en tanto el ser humano sea como es, ha de sentir lo que sintió siempre: el miedo, la angustia, la nostalgia, el amor, la pasión, la amistad... Ha de sentirse solo, ha de sentirse feliz, y todo esto es la principal materia prima del arte y, más precisamente, del fado».
Vídeo: As pedras da minha rua
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