
SOLANGE VÁZQUEZ
Jueves, 20 de febrero 2014, 13:38
Es difícil de decir quién ha ayudado a quien. Tras año y medio de amistad, Owen, un niño londinense de ocho años aquejado de una rara enfermedad, y Haatchi, un gigantesco pastor de Anatolia al que le falta una pata y parte de la cola, han experimentado una espectacular mejoría. Su encuentro ha sido uno de esos momentos perfectos que a veces ofrece la vida. Una oportunidad para que ambos descubriesen juntos que no son los únicos seres con discapacidades sobre la faz de la tierra y que vivir, aunque a veces sea muy duro, merece la pena, aunque solo sea porque, como en su caso, puedes conocer a alguien especial.
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Antes de que su familia adoptase a Haatchi, el pequeño, que vive en una casita de la localidad británica de Basingstoke, estaba encerrado en su pequeño mundo. Sufre el síndrome de Schwartz-Jampel, una extraña dolencia que sólo afecta a una treintena de personas en el mundo. Esta enfermedad hace que tenga siempre los músculos contraídos, lo que afecta a su movilidad y a su respiración, y que presente también algunos rasgos parecidos al autismo. Por eso, Owen había desarrollado un montón de temores. Hasta prefería quedarse en clase cuando llegaba el recreo por miedo a que le tirasen al suelo. También tenía miedo a los extraños. Así que su limitado mundo se iba haciendo cada vez más pequeño, para desesperación de su familia. Hasta que tuvieron una idea brillante: adoptar a Haatchi, un perro abandonado que tampoco había tenido demasiada suerte en la vida. Su dueño lo había tratado mal y le había dejado solo junto a la vía del tren, donde casi pierde la vida al ser golpeado por un convoy. El animal sufrió graves heridas y tuvieron que amputarle una pata y parte de la cola.
Aprender a andar "con su perro especial"
Así que cuando sus caminos confluyeron, fue un momento mágico. Ese día Owen estaba durmiendo. Haatchi metió su enorme corpachón en la habitación del chaval y, con mucho cuidado, se tendió a su lado. Al despertar el pequeño, se quedó boquiabierto de ver a ese gigante junto a él. Según sus allegados, "fue amor a primera vista". Pasaron los días siguientes tumbados el uno junto al otro, jugando... Owen le decía cosas al oído y Haatchi parecía encantado de tanta atención. Ahora, niño y perro son inseparables. El animal ha recibido todo el cariño que nunca le dieron y Owen ha desarrollado unas enormes ganas de vivir y su mejoría ha sorprendido a su entorno. No solo se toma las píldoras tan contento porque ve a Haatchi ingerir las suyas sin rechistar, también se esfuerza en la fisioterapia y hasta ha manifestado su deseo de "aprender a andar con ayuda de su perro especial", según recoge el rotativo británico 'The Mirror'. "Me siento muy feliz -afirma el niño con su carita emocionada y contraída-. Ha cambiado mi vida".
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