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ITSASO ÁLVAREZ
Martes, 29 de octubre 2013, 09:17
En las Tierras Altas del Valle del Rift de Kenia viven los Nandi, una tribu que cuenta con una organización militar, cultiva el té y el maíz y se dedica al pastoreo. La antropóloga Regina Smith Oboler ha estudiado su modelo de parentesco. Según sus investigaciones, los Nandi practican la poligamia con objeto de aumentar la capacidad productiva de las granjas con el trabajo de las diferentes esposas y de la progenie habida en esas uniones. Cuando contraen matrimonio, las jóvenes abandonan el poblado donde crecieron y pasan a vivir en un alojamiento propio en la comunidad a la que pertenece el novio, incorporándose a su clan desde la ceremonia. Para su mantenimiento y el de los hijos, el marido le adjudica una porción de sus bienes igual a la que tienen concedida las otras esposas, con independencia de los hijos que pueda alumbrar cada una.
Al varón Nandi le corresponden, en exclusiva, las facultades de administración y control de la tierra y las reses. Solo los hijos varones pueden heredarlas, pero deben recibirlas a través de su madre. Esto significa que, si una mujer no deja descendencia masculina, los bienes revierten a los hijos de las otras esposas o a los hermanos del marido. En otros tiempos, las mujeres estériles podían solicitar la entrega de los bebés de madres solteras para salvarlos de la muerte pero ahora esos infanticidios están prohibidos. Otra opción es retener a sus hijos varones como herederos, pero esta fórmula no cuenta con demasiada aceptación social. Lo más frecuente es el matrimonio entre mujeres, que no tiene la menor relación con el lesbianismo sino con un estricto problema de derecho sucesorio: la necesidad de asegurar un heredero masculino. De hecho, es una costumbre muy extendida en otros pueblos africanos.
Así pues, cuando la edad avanzada de una mujer hace presumir que ya no logrará concebir más hijos, puede buscar una joven adecuada para contraer matrimonio con ella. Esta historia ficticia cambia el género de la mujer estéril, convirtiéndola en varón a los ojos de los demás. A pesar lo anómalo de la relación, existen candidatas dispuestas a contraer este vínculo cuando no son capaces de encontrar un hombre para casarse, ya sea por sus condiciones físicas o por el daño causado a su reputación por un embarazo prematrimonial. Pero también pueden concurrir otras motivaciones, como el elevado precio de la novia que puede llegar a obtenerse, el ascenso en la jerarquía social al entrar a formar parte de una familia rica o el simple deseo de una vida más libre, de escapar a la estrecha dominación de un esposo varón autoritario, celoso y con derecho a corregir con medios violentos.
Aunque los Nandi sean plenamente conscientes de su naturaleza biológica femenina, todos se comportan con ella como si se tratara de un hombre pero, a su vez, la interesada también debe ajustar su actuación al estatus masculino que ha adquirido. Así, ya puede administrar su patrimonio, ejerce la autoridad sobre su esposa e hijos y se responsabiliza de su sustento. Está exenta de realizar los trabajos que en la tribu se adjudican a las mujeres, como cocinar, lavar, limpiar y transportar el agua. Tales servicios los recibirá de su esposa. Asimismo, tiene derecho a intervenir en los asuntos políticos de la comunidad y a hablar en público. Ya no podrá asistir a las ceremonias de iniciación de las niñas y, en cambio, participará en la circuncisión de los jóvenes. Otra cosa más, está obligada a observar una rigurosa prohibición de mantener relaciones sexuales con ningún hombre, ya sea su esposo u otro. ¿Por qué? Si, con motivo de las mismas, llegara a quedarse embarazada, la ficción quedaría comprometida.
Vestido y adornos varoniles
Se espera también que el marido femenino adopte, en alguna medida, el vestido y adornos varoniles. En teoría, debe llevar a cabo las tareas masculinas, en la matanza, los duros trabajos agrícolas y la construcción de la casa y los cercados pero, en la práctica, se la exime por razón de su edad. Por la mañana, ambas mujeres salen juntas a trabajar al campo y, a la vuelta, la esposa se ocupa de las tareas del hogar mientras el marido femenino da un paseo o charla con los hombres, como haría cualquier esposo. Pero, según constata la antropóloga Regina Smith Oboler en un artículo recogido en 'Antropología y colonialismo en África subsahariana', publicado por Editorial Universitaria Ramón Areces, los maridos femeninos no suelen tener demasiado interés en esos encuentros varoniles ni en la participación en la vida pública.
Entre las obligaciones del marido femenino como supuesto varón, está también evitar el contacto con las mujeres y los bebés. Esa relación se considera perjudicial debido al kerek, una sustancia contaminante que los Nandi creen que emana de los recién nacidos y que se contagia a las mujeres por el hecho de cuidarlos. Piensan que el kerek hace perder su valor guerrero a los hombres y que por ello se vuelven vuelven débiles e indecisos. Una forma curiosa de explicar los defectos habitualmente atribuidos al sexo femenino, con los que se justifica su subordinación y apartamiento de la escena pública.
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