BORJA OLAIZOLA
Lunes, 29 de julio 2013, 21:24
Ni alemán ni inglés. El idioma de moda en el Mediterráneo es el ruso. Los comerciantes de Reus, que es la población catalana con más joyerías después de Barcelona, hace tiempo que han aprendido a responder "da" cuando algún cliente procedente de Rusia les pregunta si hablan su idioma (algo así como "¿ty govorish po ruski?"). «De entrada parecen secos, pero si hablas ruso te abren todas las puertas», explica Indalecio Salas, responsable del hotel Gran Palas, un cinco estrellas de la Costa Dorada tarraconense. Salas conoce bien a los rusos. El 90% de sus clientes lo son y él se desplaza con frecuencia a Moscú a "vender" su producto. «Vamos todos los inviernos desde hace trece años, la última vez nos recorrimos poblaciones de Siberia y los Urales porque Moscú y San Petersburgo están ya muy "trabajadas"».
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La Costa Dorada es la principal beneficiaria de uno de los fenómenos de mayor calado en el turismo español de las últimas décadas: el crecimiento del número de viajeros procedentes de Rusia. Las noticias que llegan de Moscú ponen el contrapunto a un contexto económico abonado a la desesperación y el llanto. «Hemos cerrado las dos últimas campañas con incrementos del 40% y todo parece indicar que este verano vamos a andar entre el 30 y el 35%» -lo que supone cerca de 1,6 millones de viajeros-, se congratula desde la capital rusa Félix de Paz, responsable de la Oficina Española de Turismo en Moscú. Los visitantes rusos están aún muy por debajo de los británicos, los alemanes o los franceses, que son las vigas maestras sobre las que se apoya el turismo español, pero su ritmo de crecimiento y su enorme potencial dan pie a todo tipo de cábalas.
Los datos que proporciona De Paz revelan que el tono optimista de su discurso está más que justificado. «Se puede decir que Rusia está descubriendo el turismo porque de momento solo salen de viaje el 10% de sus habitantes. Estamos hablando de una población de 143 millones de personas que cada vez tienen mayor poder adquisitivo porque su economía crece a un ritmo del 4%, pero quizás el dato más esperanzador es que cada año se incorporan en torno a un millón de personas al contingente de los que viajan». Encontrar cada año un millón de potenciales nuevos clientes es lo más parecido a dar con el paradero del oro de Moscú. «El verano pasado viajaron a España 1,2 millones de rusos, pero creemos que si las cosas no se tuercen llegaremos a los 2,5 millones en dos o tres años», pronostica el responsable del turismo español en Moscú.
La parte del león del mercado turístico ruso se la llevan Turquía y Egipto. El país otómano ha sido durante años el destino "natural" de los exsoviéticos para sus vacaciones de verano por su proximidad y sus precios competitivos. Egipto también se ha beneficiado gracias a sus tesoros artísticos y, sobre todo, un clima benigno. «Es un destino más de primavera que de verano porque el invierno ruso es tan largo que los que se lo pueden permitir hacen una escapada, una especie de paréntesis para ver el sol». Hay otros países bien posicionados en la carrera -Tailandia, la India, República Dominicana-, pero De Paz cree que España parte con ventaja. «Tenemos muy buena imagen y además hay cierta afinidad de carácter; el ruso es apasionado y se entrega mucho, nada que ver con el alemán o el británico, y en cuanto pasa unos días en España se siente muy identificado con nuestras costumbres y nuestra forma de ser».
De Reus a "Reusia"
Los estudios demuestran, en efecto, que los rusos son los turistas extranjeros que más repiten. Una fidelidad en la que tiene mucho que ver el trato que reciben. «El idioma es importantísimo porque son raros los que hablan inglés», insiste Octavi Bono, gerente del Patronato de Turismo de la Diputación de Tarragona. Bono elogia el esfuerzo realizado por hosteleros y comerciantes de la Costa Dorada. «Estamos recogiendo las semillas que se plantaron hace ya veinte años cuando fuimos los primeros en abrir una oficina de turismo en Moscú».
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Cataluña recibe más del 60% de los rusos que viajan a España y todo parece indicar que va a ser la mayor beneficiada de los incrementos que se esperan a futuro. En la Costa Dorada proliferan las academias que ofrecen cursos básicos de ruso, y en los bares y comercios se ven cada vez más carteles rotulados en cirílico. Hay incluso quien propone que Reus, la capital comercial de la comarca, pase a llamarse "Reusia".
La rapidez de reflejos de los catalanes a la hora de tomar posiciones ante el nuevo mercado tiene mucho que ver con el impacto que causó la llegada hace un par de décadas de la primera oleada de turistas rusos. «Dejaban propinas de cien dólares en el restaurante, cogían un taxi y se iban el día entero a hacer compras en Andorra o se gastaban miles de dólares llenando literalmente la habitación de flores para sus muñecas», recuerda Indalecio Salas, el propietario del cinco estrellas Gran Palas. El cliente de ahora, puntualiza, tiene un perfil menos "salvaje" y algo más familiar, pero sigue caracterizándose por su alegría a la hora de gastar.
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Las estadísticas indican que los rusos se dejan de media 1.537 euros -unos 150 al día-, un 50% más que cualquier otro turista extranjero. «De no ser por los rusos, la mitad de las tiendas del Paseo de Gracia (la calle de comercios de lujo de Barcelona) habrían tenido que echar la persiana», exagera Eduard Farriol, presidente de la Asociación Hotelera Salou-Cambrils-La Pineda. Les gustan las marcas, saben lo que se traen entre manos y pagan siempre al contado, coinciden dos comerciantes de Reus que reconocen que sin la entrada de rublos no hubiesen podido cuadrar las cuentas los dos últimos veranos.
Su estancia media gira en torno a los doce días e incluye playa y ciudad. Barcelona es su gran referencia y, en buena medida, uno de los argumentos que les hace decantarse por España. El Nou Camp es, junto a la Sagrada Familia, uno de sus lugares de peregrinación preferidos. Hacen excursiones a lugares próximos como los monasterios de Montserrat o Poblet e incluso aprovechan su estancia en la capital catalana para hacer escapadas-relámpago a París o a Milán. «Acostumbrados a las distancias que hay en Rusia, un viaje de hora y media no es nada para ellos», comenta Farriol, que dice que esas mini-excursiones de ida y vuelta en el día se vendieron como la espuma el verano pasado.
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La alfombra roja ya está puesta y la despensa, a reventar de frutas y verduras frescas (es con diferencia lo que más les gusta quizás porque en su país la oferta de productos de temporada es aún muy limitada). Solo queda darles la bienvenida -"dobro pozhalovat"- y desearles una larga y feliz estancia.
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