Caos en el tráfico de Tokyo. El camino de vuelta a casa se convierte en un infierno. /Foto Oskar Díaz
Catástrofe en japón

"Yo sólo quiero que pare. Que pare ya", dice un vizcaíno atrapado en Tokio

Oskar Díaz, de 34 años y oriundo de Zalla, trabaja como informático en la capital nipona. Este es su testimonio en primera persona del terremoto.

JESÚS J. HERNÁNDEZ

Domingo, 10 de marzo 2013, 15:35

Oskar Díaz nació en Zalla y tiene 34 años. Su vida cambió cuando en 2001 el Gobierno vasco le concedió una 'beca de internacionalización' y pasó seis meses trabajando en la oficina de Tokio de una empresa vitoriana. No llevaba mucho tiempo en Bilbao cuando le ofrecieron regresar y no lo dudó. Volvió al país nipón con un contrato en el bolsillo. Ahora lleva cuatro años en Tokio trabajando como informático. Y, para él, hoy era simplemente un viernes más. "Hacía un día estupendo, con temperaturas suaves". Oskar regresó puntual a su puesto tras una comida frugal, como cada día. Eran las 14.45 horas.

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"Poco después de comer ha empezado a temblar todo. Levantamos la vista del ordenador y nos miramos unos a otros. No es el primer temblor, y por experiencia suelen durar poco, pero ¿y si esta vez no?.

Una chica grita: "¡¡Yada yada yada!!!", que viene a asemejarse a tres "joder" de los nuestros. Un compañero sale disparado hacia la puerta de emergencia, el resto le seguimos ya con más miedo que prisa. Bajamos por las escaleras, pero hay una reja en la salida y dos chicas de empresas vecinas están saltando por encima. Alguien se detiene y logra abrirla. El resto esperamos mientras el suelo sigue temblando, es tan irreal...

Ya en la calle la autopista elevada se mueve, de lado a lado, no me extrañaría que alguna farola se partiese por la mitad dado el balanceo, pero lo peor son los edificios.... los edificios se mueven, literalmente. Nosotros estamos en una calle más bien estrecha, no hay tráfico, los coches están parados y la gente ha salido de ellos, todos miramos para arriba, por si cae algo. El suelo sigue temblando un rato más, se para y vuelve a temblar más tarde durante un buen rato. Luego, se detiene.

Ya en la oficina, ponemos la televisión y se ven imágenes de un tsunami que se traga todo lo que encuentra a su paso, alguien decide que no es bueno que sigamos viéndola y la apaga. Volvemos a nuestros ordenadores y sigue habiendo temblores. Yo salgo a la calle y una marea de gente se dirige a la estación cercana de Shibuya aún sabiendo que se han suspendido todas las líneas de tren de Tokyo. Sigo nervioso.

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El jefe nos junta a todos: que cada uno se vaya para su casa como pueda, la empresa pagará taxis y lo que haga falta. Yo me marcho en la moto pero las calles son un caos de coches y gente entremezclada, todos tratando de volver a su casa a toda costa. Alguien me pita cuando paso a su lado con la moto, no está la cosa para bromas.

Llego a casa, el trayecto de veinte minutos lo he hecho en hora y cuarto. Al entrar me encuentro la cafetera en el suelo, prácticamente todos los botes de la cocina derramados y en la habitación la televisión estampada. Lo primero que hago es llamar a mis padres, "¿para qué te has ido tan lejos?" me dice mi madre y a juzgar por el tono de voz de ambos, estamos a poco de llorar. Mientras recojo la casa, siguen los temblores, "réplicas" los llaman, como si diesen menos miedo.

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Bajo al 'seven-eleven' de la esquina a comprar algo para cenar pero no tienen prácticamente nada. La tele funciona y muestra imágenes terribles del tsunami, y cifras de muertos y desaparecidos. Mientras rebusco entre la nevera, una nueva réplica más fuerte que las anteriores me sacude el alma. Yo sólo quiero que pare. Que pare ya. "

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