Decía Goethe que la catedral gótica debe ser admirada de abajo arriba. / E. C.
ÁLAVA

La catedral más vasca

El 24 de septiembre de 1969, Franco presidió la consagración de María Inmaculada, el edificio más desconocido y que mejor refleja la agitada historia moderna de Vitoria

FRANCISO GÓNGORA

Domingo, 4 de octubre 2009, 04:53

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Hace justamente 40 años el 'Agur jaunak' cantado por un gran coro popular recibía al general Franco, su esposa y parte de su gobierno en las escaleras de la Diputación. Una multitud vitoreó después las palabras agradecidas del dictador a los alaveses, poco antes de que entrara bajo palio en la catedral nueva para asistir a su consagración, a la que el papa Pablo VI envió al legado pontificio cardenal Dell'Acqua. Para muchos ciudadanos aquella presencia era un pecado original y juraron no pisar nunca el templo. Cambiaron de opinión cuando se celebraron los funerales por los obreros muertos el 3 de marzo de 1976. La segunda catedral más grande de España, con un aforo de 15.000 personas, se quedó pequeña aquel día, igual que en 2002 en las exequias de Fernando Buesa y su escolta Jorge Díaz Elorza.

También se consideró pecado que Cadena y Eleta, el obispo impulsor de la idea de levantar, contra la opinión del clero, la última gran seo española, arruinara a la diócesis -se gastó el doble de los previsto inicialmente, 5 millones de pesetas y sólo se construyó una quinta parte- y su sucesor tuviera que paralizar la obra en 1914.

Aparte de la propia vanidad de aquel mitrado, que mandó edificar un palacio episcopal en Burgos, es necesario contextualizar la decisión para comprender por qué una ciudad tan pequeña se lanza, con el beneplácito de las autoridades civiles, a tan colosal reto. Cuando se concendió la diócesis a Vitoria en 1862, el territorio que había que pastorear estaba formado por las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava y territorios como Treviño. Fue la primera integración sólida en una institución única del País Vasco, un hecho que desencadenó mucha desconfianza por su valor simbólico y político entre las fuerzas más centralistas. Y claro, la vieja catedral del Campillo se quedaba pequeña, oscura e incómoda para los feligreses. Vitoria sacó pecho de capital religiosa vascongada con un edificio símbolo de la potencia de la nueva diócesis. Sirva como detalle que cada provincia, incluida Navarra, costeó sus capillas.

San Francisco

«En un principio se pensó edificarla en terrenos del convento de San Francisco, en la zona de Correos y en manos de los militares. Pero la compra de suelo se hacía muy costosa. Se decidió hacerlo en la finca que ocupaba el convento de las Brígidas, que tuvieron que ser desalojadas y trasladadas», cuenta Alberto González de Langarica, el hombre que más ha estudiado y escrito sobre esta iglesia desde el punto de vista histórico y artístico.

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Las dimensiones previstas eran colosales. Las torres, inspiradas en las de Colonia, debían tener 100 metros y se podrían ver desde La Puebla de Arganzón. La planta, copia de las catedrales góticas clásicas de Reims y Chartres siguiendo el modelo del arquitecto Viollet le Duc es uno de los grandes logros del edificio. La longitud exterior es de 118 metros de ábside a pórtico y 48 metros de anchura. La nave central alcanza 35 metros de altura. Dimensiones que le dan una gran belleza plástica.

Tras el parón a causa de la falta de fondos, la obras se convirtieron en una ruina y en una vergüenza para la ciudad durante 32 años. La cripta y las galerías de servicio se usaron como refugio durante los bombardeos republicanos sobre Vitoria en 1936. Una década después se reanuda la obra por el impulso del obispo Carmelo Ballester y con cargo en parte a los fondos de la Dirección General de Regiones Devastadas.

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«Fue una compensación a Álava porque la diócesis perdía Vizcaya y Guipúzcoa. Franco daba un millón de pesetas al año y había prisas por acabarla de cualquier manera. De hecho da la sensación de inacabada. Quien más empeño puso en terminarla fue Félix Alfaro. Ni se sabe el dinero que dio ese hombre », comenta González de Langarica.

Al tiempo que la piedra de la cantera de Pitillas da paso al hormigón y a la piedra artificial, la leyenda sobre el templo crece. «Si la acabo mal y si no la termino, peor», cuentan que se debatía el obispo «constructor» Francisco Peralta, que pudo consagrarla finalmente en 1969, cuando aún no se había finalizado el pórtico. En vísperas del famoso consejo de Burgos (con algunos sacerdotes encausados) y de una represión galopante, un momento muy tenso políticamente, Franco vino a inaugurarla. Peralta quiso que estuviera también el papa, pero las relaciones de Pablo VI con el franquismo no eran nada buenas.

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Oportunidad de futuro

Muchos de los adjetivos calificativos que ha recibido la catedral nueva en este tiempo, - 'la chata' era el más habitual- encierran la poca pasión que ha suscitado como obra arquitectónica. «Parece undepósito de aguas, una tarta y Micaela Portilla decía que era como una señora sentada», cuenta Langarica, que recuerda que a falta de torres el cimborrio es lo más alto y que entre las curiosidades está el ser de las pocas iglesias sin campanas.

Pero 40 años después de su inauguración, muchos son los que ven en este templo una oportunidad de futuro. Ya lo planteó como una original ruta el arqueólogo Agustín Azkarate cuando se iniciaron las excavaciones de la basílica de Armentia. «No hay muchas ciudades que pueden presumir de tener tres catedrales y el edificio es muy valioso, pero escandalosamente infrautilizado y con una conservación preocupante en cuanto a las esculturas», señala Juan Ignacio Lasagabaster, gerente de la Fundación Catedral Santa María. El arquitecto pone el dedo en otra herida. El hormigón tiene peor vejez que la piedra y nadie sabe cómo evolucionará esa estructura que en algunas partes como el triforio muestra claramente su esqueleto y su estado inacabado. El alto coste del mantenimiento pagado exclusivamente por la feligresía y la diócesis es otro de sus males. Ni siquiera se ha podido resolver bien el problema de la calefacción que debe calentar una superficie de 5.000 metros cuadrados. «Pero hace un servicio a la parroquia que utiliza la cripta», subraya el párroco Vicente Martínez de Cañas, un enamorado de las líneas ligeras de los pilares y de la altura de las bóvedas que hacen un gótico elegante y como dice Zoilo Calleja, director del Museo Sacro, «que invita mirar hacia lo alto».

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Todos los expertos coinciden en subrayar la relevancia del templo en el plano escultórico, tanto en la cripta como en el exterior del ábside y por sus vidrieras, hechas en la mejor casa francesa de principios del siglo XX. p.gongora@diario-elcorreo.com

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