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Lo inevitable
ELECCIONES VASCAS

Lo inevitable

La presentación de la candidatura socialista a la Lehendakaritza es, más que el cumplimiento de una responsabilidad, la aceptación de una inevitabilidad.

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA

Martes, 3 de marzo 2009, 03:36

Comencemos por un principio general que puede tomarse como un axioma: cuando un partido está en condiciones de hacerse con el poder, no renuncia a alcanzarlo. El principio se aplica, tras las elecciones de anteayer, al Partido Socialista de Euskadi. Pese a haber sido el segundo partido en el ranking, es el único que cuenta de entrada, por las reglas del sistema parlamentario, con los apoyos necesarios y suficientes para alzarse con la presidencia y formar gobierno.

El principio tiene, como todos, excepciones. De hecho, en nuestra breve historia de autogobierno, tuvo una muy importante en 1986, cuando el PSE, vencedor de las elecciones en número de escaños, renunció a hacerse con la Lehendakaritza y la dejó en manos del PNV. Sin embargo, esta excepción, como cualquier otra, confirma, más que debilita, la validez del principio. En primer lugar, la reflexión que el PSE ha hecho sobre aquella renuncia, así como sobre las consecuencias que para él tuvo, lo ha llevado a la conclusión de que no le conviene repetirla. Se sintió gravemente perjudicado en sus intereses a causa de la posición de subordinación que creyó tener que aceptar en el Gobierno que se formó tras ella. De otro lado, los acontecimientos que han ocurrido entre aquella fecha de 1986 y esta de 2009, en especial los que tienen que ver con el período de los últimos diez años, han confirmado a los socialistas en la misma conclusión. Han interiorizado, en efecto, que la renuncia, lejos de haberles sido reconocida y recompensada por su socio nacionalista, ha sido del todo menospreciada.

Se observa, por ello, en la reacción de los socialistas a los últimos resultados electorales una auténtica determinación de no repetir en el presente el que para ellos fue su mayor error del pasado. Creen además que, si lo hicieran, defraudarían irremisiblemente las expectativas que han suscitado en sus votantes y que se verían abandonados por éstos en las próximas convocatorias electorales. Se jugarían, en gran medida, su futuro. Por todas estas razones, la decisión de optar a la investidura como lehendakari es, para el líder socialista, mucho más que la consecuencia de una oportunidad que no puede dejar pasar o de una responsabilidad que no debe dejar de cumplir. Se le presenta, simplemente, como una inevitabilidad de la que no puede dejar de hacerse cargo.

El PNV es consciente de todo esto. No dejará, por ello, de usar todas las armas que estén en su mano para evitar lo inevitable. Entre ellas, las más eficaces van a ser las que tienen que ver con la opinión pública. Al fin y al cabo, es ante ésta donde se dirime cualquier batalla política. Tratarán, por tanto, los jeltzales de deslegitimar, por democráticamente improcedente, la opción socialista. Sin embargo, son ellos mismos los que han ido sembrando la reciente historia de minas que pueden explotarles a su paso. Y es que los argumentos que les cabe usar para deslegitimar la opción socialista pueden volverse todos en su contra, a causa precisamente de lo que ellos mismos han dicho y hecho en el pasado.

Comencemos diciendo, a este respecto, que ha sido el PNV uno de los que más han contribuido a hacer inevitable esta opción. Ha planteado la campaña electoral como si fuera una contienda entre «los de aquí» y «los de allí», no dejando margen para soluciones intermedias. Por tanto, si «los de allí» han ganado, no le queda más remedio que aceptar las consecuencias. En este mismo sentido, difícilmente podrá dar por buena ante la opinión pública la acusación de «frentismo», cuando frentista ha sido la campaña que el PNV ha planteado -el famoso «tres en uno»- y como «frentista» ha sido percibida la política que ha desarrollado en los últimos tiempos.

El respeto a las mayorías será otro argumento. «Déjese gobernar al partido más votado». Y, sin embargo, también esta norma, que en ningún lugar está escrita y menos aún en un sistema no presidencial, sino parlamentario, ha sido repetidamente contravenida por el propio PNV. Ahí están, por ejemplo, los casos de la Diputación de Guipúzcoa, territorio en el que el PSE fue el partido más votado, y de la Diputación de Álava, territorio en el que los jeltzales quedaron en tercera posición, que, sin embargo, son ambas presididas y dirigidas por quienes no ganaron las elecciones.

Algo parecido cabe decir de los apoyos «contra naturam» -los escaños del PP- de los que el PSE tendrá que echar mano para alzarse con la Lehendakaritza y contra los que el PNV lanzará gran parte de sus ataques. Pero, una vez más, el propio pasado perseguirá a los jeltzales. Porque, ¿qué otra cosa sino antinatura fueron los apoyos de Euskal Herritarrok o de EHAK con los que el PNV elevó, en 1998 y en 2005 respectivamente, a su candidato al puesto de lehendakari?

No habría fin en la lista. Y, sin embargo, por mucho que estos y otros muchos argumentos sean todos ellos rebatibles, no cabe duda de que la opción socialista, por legítima e inevitable que sea, va a encontrar muchos reparos en la opinión pública vasca y que sus protagonistas tendrán que hacer ímprobos y sabios esfuerzos por superarlos. Para empezar, y al margen de otras cuestiones, el cambio que tal opción supone tiene carácter histórico en una sociedad cuya gran mayoría había ya aceptado el liderazgo nacionalista como algo que venía dado con la naturaleza del país. De otro lado, la coincidencia de cambio tan trascendental con un momento de profunda incertidumbre económica, al venir además acompañado de una enorme debilidad parlamentaria del Gobierno que se forme y fuertemente contestado por amplios sectores de la sociedad, va a hacer mucho más difícil de resolver el problema de la legitimación social. Ingente tarea, por tanto, a la que los socialistas tendrán que hacer frente, más allá de a las propias dificultades que la labor de gobierno propiamente dicha conlleva.

Lo mejor que cabe decir de toda esta compleja situación es que la sensatez de todos la convierta en transitoria. Se trata, en efecto, de una situación que no resulta de buen gusto ni para quienes tendrán que gestionarla como algo que las circunstancias, combinadas con la estupidez humana, han hecho inevitable. Sólo cabe esperar que el compromiso socialista de evitar cualquier connotación de frentismo o de revanchismo sea mantenido a toda costa y frente a todos los obstáculos. Pero, para que esto pueda llevarse a cabo, será también necesario que el propio PNV reconozca la parte de culpa que él mismo ha tenido en la creación de esta situación tan diabólica. Porque también a él habrán de pedírsele responsabilidades. Por lo que ha hecho en el pasado y por el comportamiento que adopte en esta compleja coyuntura.

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