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TOMÁS GARCÍA YEBRA
Martes, 17 de febrero 2009, 11:22
Juan Larrea (Bilbao, 1895-Córdoba, Argentina, 1980) fue una de las figuras más influyentes y desconcertantes de la Generación del 27. Su interés por permanecer al margen de la vida cultural de la época, su traslado a Francia años antes de la Guerra Civil y su posterior exilio al otro lado del Atlántico le privaron de un mayor reconocimiento. Ultraísta y, sobre todo, heredero de los místicos españoles, amigo íntimo de Vicente Huidobro, César Vallejo y Gerardo Diego -quien le apoyó en todo momento-, Larrea fue un poeta «puro» y «raro» que aspiró «a no contaminarse de nada ni de nadie», resumió Gabrile Morelli, antólogo del volumen 'Juan Larrea. Poesía y revelación' (Fundación Banco Santander).
El libro, que intenta rescatar del anonimato a unos de los «casos más singulares de la literatura española», se divide en tres partes. La primera, 'Visión celeste', contiene poemas ultraístas y otros en prosa poética. Su amigo Gerardo Diego calificó estos últimos de «infinita trascendencia hispánica». El segundo, 'Orbe', incluye una selección de reflexiones filosóficas, espirituales, literarias y artísticas. Finamente, los 'Ensayos' abordan asuntos como la figura del obispo Prisciliano (ejecutado a finales del siglo IV por heterodoxia), el surrealismo, los concilios peninsulares o la patrología griega. «La poesía, y también la prosa, representaron para él una experiencia mística».
Morelli hizo hincapié en su condición de 'raro'. «Era una persona a la que no le gustaba nuestro idioma; pensaba que era retórico y se fue a Francia para aprender el francés y expresarse en una lengua que consideraba más elegante y más limpia». La mayoría de los poemas que componen 'Visión celeste' están escritos en esa lengua. Gerardo Diego y Vicente Huidobro se encargaron de traducirlos al español.
«Inadaptado»
Larrea se fue de España en los años veinte. Tras la victoria de los 'nacionales' en la Guerra Civil abandonó Europa y estuvo dos años viviendo en el lago Titicaca (Perú) con su esposa. De allí saltó a EE UU, después a México y finalmente a Córdoba (Argentina), donde falleció a los 85 años. «Fue un inadaptado, una persona que sufrió muchísimo durante toda su vida», dijo Morelli. «Nunca superó la muerte de su hija en un accidente de aviación».
En opinión de este experto, una de las tareas más apasionantes respecto al personaje es «reconstruir su disonancia, su periplo de hombre solitario frente a todos esos honores y reconocimientos que sus compañeros de generación anhelaban». A diferencia de Lorca, un poeta «muy divo que necesitaba ser el centro de atención», Larrea intentó pasar por esta vida de puntillas. «Tanta era su obsesión por ser invisible que el poeta Luis Felipe Vivanco llegó pensar que no existía, que era una invención de Gerardo Diego». Una de las anécdotas que le definen fue su fallida película con Buñuel. «Tenían todo preparado, incluso Buñuel le había enviado un cheque por su trabajo de guionista, pero Larrea quería un final que a Buñuel no le gustaba. Larrea exigió meter a unos testigos de Jehová en la escena final y Buñuel se negó. A pesar de las penurias por las que estaba pasando, prefirió devolverle el cheque antes que traicionar sus principios éticos y estéticos», relató Morelli.
Entre los inéditos que faltan por ver la luz, el antólogo destacó las cartas. De momento, y por mandato de los herederos, no se puede tocar. «Debería existir una legislación que prohibiera a las viudas y toda clase de descendientes que retuviesen un patrimonio cultural que nos pertenece a todos», concluyó Morelli.
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