JOSÉ DOMÍNGUEZ
Domingo, 28 de septiembre 2008, 04:40
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Portugalete adquirió el rango de villa en 1322 gracias a su posición estratégica en la desembocadura de la ría. Era el centro neurálgico del comercio y los negocios antes de llegar a una capital, Bilbao, lastrada por un cauce fluvial plagado de trampas de arena o por carreteras tortuosas. El tren eliminó todas las barreras el 24 de septiembre de 1888. Proclamó la mayoría de edad de una localidad que creció hasta rozar los 60.000 habitantes hace apenas tres décadas. Una exposición en el museo Rialia que finaliza el 26 de octubre recuerda los 120 años de aquella efeméride.
Francisco García es un apasionado de esta línea. La vio crecer. «Siempre temía que chocasen los trenes al pasar por el túnel de Peñota cuando sólo tenía un agujero, pero nunca hubo un accidente», recuerda. En los 70, Renfe excavó la segunda galería, «y creo que toda la piedra se destinó al relleno del polideportivo de Santurtzi».
También entonces se construyó la gran bóveda bajo el monte cuya existencia llegó a tacharse de leyenda urbana. «Se habilitaron hasta los andenes, sí, pero nunca se llegó a horadar la salida por arriba, hacia el centro de la villa, como estaba previsto», explica Oskar Ramos, operario de Adif y uno de los mayores historiadores del tren entre Bilbao y Santurtzi. Ahora los gestores del Puente Colgante solicitan a Renfe que abra aquí una estación para revitalizar la línea de cercanías y, al mismo tiempo, dar un servicio directo al monumento.
Impulso a la villa
La exposición incluye multitud de piezas, desde una antigua centralita telefónica a aceiteras o las populares pucheras ferroviarias. También están los planos originales de la estación de La Canilla, que se inauguró con el tren. «Es una joya que debemos apreciar, porque su existencia fue fundamental para el desarrollo de Portugalete», subraya el alcalde, Mikel Torres.
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«Pese a su corta longitud -menos de 15 kilómetros-, la de Bilbao-Portugalete fue la única línea de España no deficitaria en la época», asegura el director del Museo Vasco del Ferrocarril, Juanjo Olaizola. Y eso que las obras se retrasaron 25 años por falta de presupuesto. «Ya no conserva el romanticismo de antaño, pero sigue ofreciendo un gran servicio», puntualiza Luis María Díaz Guerra, su homólogo en el centro de Madrid.
Lo cierto es que el éxito fue rotundo. «En los 60 tenías que esperar tres o cuatro trenes para montar, de la gente que había», asegura Ramos. «A veces, para venir desde Lutxana, teníamos que subir hasta en los topes de los vagones», apostilla Francisco García.
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