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ÁNGEL RESA VITORIA
Domingo, 7 de septiembre 2008, 05:08
Allá donde el mapa de Álava parece apretar el puño noroccidental en las lindes con Vizcaya vive, disfruta y trabaja Luis Padura. Es herrero convencido, pero también ejerce la labor artesanal porque lo contrario supondría una traición a la sangre. Sus antepasados se dedicaron a la forja desde el siglo XVI, según constancia histórica. «No ha fallado ni una generación», incluido el caso más reciente de su padre, al que ha inmortalizado a hierro, sentado en la silla y con gafas para leer su ejemplar sempiterno de La Gaceta del Norte.
Pero Luis no tiene hijos. ¿Entonces? Respira. Ha encontrado soluciones de carne y hueso, concretamente dos chicos de Bilbao a quienes adiestra en su taller envuelto por la naturaleza calma de Llanteno. Mientras uno charla con Luis, se pasea orgulloso un pavo real. Más tarde, con un cafelito de por medio, se acercan a reclamar sus migas de galleta la hembra y cuatro crías. «Es como tener un zoológico al aire libre a veinte minutos de Bilbao», tercia la esposa.
Luis confía en los vizcaínos a quienes enseña y en quienes también absorben sus conocimientos de los cursos formativos del Inem que imparte en Balmaseda. Esa localidad vizcaína, Sopuerta, Artziniega y Menagarai disfrutan de esculturas públicas «desde clásicas hasta modernas» nacidas en la mente de Luis, forjadas por su pericia férrea. «Me da mucha pena que se olviden los oficios artesanales. Cuando se rompe un eslabón, malo, porque se van perdiendo conocimientos. Dáte cuenta de que cuesta años el aprendizaje».
Luis se declara «contentísimo» de una labor profesional que le encaja como un guante en su concepto de vida. «Trabajo, creo y experimento todos los días. Tengo tantos proyectos pendientes que necesitaría vivir otros 60 años». Por ejemplo, para levantar las nuevas esculturas que sólo han germinado en su cabeza o para retar al hierro con más 'vueltas de tuerca'.
Reclama años de vida. A propósito. ¿Se puede vivir de la herrería? «Se puede vivir bien . Ahora, olvídate de lo de las ocho horas».
Noches en la fragua
El anochecer veraniego le sorprende muchas jornadas con las herramientas en la mano. Y esboza una imagen romántica. «He estado noches de invierno ahí, en la fragua».
En su caso cabe acudir a la ocurrencia de que el hierro alimenta, porque en esta era de grandes superficies y cadenas de montaje, un sector del público valora muy especialmente las labores artesanales. «Los herreros vivían bien hasta el siglo XIX, hacían un oficio considerado». ¿Y ahora? «Ahora está muy considerado. La clientela es selecta, porque el producto, dadas las horas que hay que meter, es caro a la fuerza».
Luis mantiene clientes que recurrían a su abuelo, particulares de Álava, Vizcaya, La Rioja y el norte de Burgos que encargan rejas para ventanas y balcones o pizas férreas de lámparas y apliques. «Son compradores muy fieles. El boca a boca es el mejor reclamo».
Es mediodía en Llanteno,cerca de Artziniega. Mañana agradable, de espíritus recompensados por un entorno que debería venderse como terapia contra el estrés. El hábitat de Luis y su esposa, el taller donde el herrero forja sus sueños. Antes de marchar, un vistazo al escudo de la familia, dos martillos y una tenaza que sujetan el hacha. Dice: «Con hierro al fuego, Padura labre siempre su ventura». Que así sea.
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