OCTAVIO IGEA
Lunes, 14 de julio 2008, 10:48
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El mundo de las vaquillas tiene nombre propio en Vizcaya: Manzarbeitia. La ganadería de Orozko es la única de la provincia que organiza todavía este tipo de espectáculos por los pueblos. Sus responsables llevan las reses y alquilan las tres plazas de toros portátiles de las que disponen aquí y allá todo el verano, que en el calendario festivo se extiende bastante antes y después de los meses de junio, julio y agosto.
Benigno Manzarbeitia puso en marcha la explotación hace ya 68 años. Ahora, es su hijo Javier quien se encarga del cuidado de los animales. «Es el jefe, pero trabaja como uno más», se apresuran a dejar claro sus hijas.
Javier Manzarbeitia (Orozko, 52 años) administra diariamente el negocio. No sabe cuántas vaquillas tiene porque «hay muchos eventos y hay que ir renovando», pero en todo caso sabe que son «muchísimas». A todas las mima porque «bastante se estropean luego», con el trajín de los espectáculos. «Hay que alimentarlas, curarlas... La verdad es que viven como reinas», señala jocoso. El cuidado, la supervisión y la gestión de la ganadería ocupan casi todas las horas de Javier. «Aquí no existen días de fiesta, acabas siendo esclavo de tu trabajo, pero el contacto diario con los animales es gratificante», advierte.
«En buenas manos»
La tranquilidad de los meses invernales, época de 'vacas flacas' para este ganadero porque hay pocos encierros, se torna en actividad frenética entre los meses de mayo y octubre. «Montamos cada plaza unas treinta y cinco veces» en distintos puntos de la geografía vasca y por los alrededores. «Amurrio, Bergara, Briones... Hay pueblos a los que acudimos desde hace treinta o cuarenta años. Un día tenemos un coso en Portugalete y al día siguiente en Navarra. O en Llodio, uno de los destinos preferidos del ganadero «por la afición de la gente y por la cercanía», dice.
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Como es habitual en cualquier negocio familiar, el futuro de la ganadería de Orozko ya tiene quien recoja el testigo cuando Javier se retire. Sus hijas y sobrinas están animadas a seguir con la ganadería que conocen desde niñas. Aunque las chicas «van para ingenieras», advierte pronto Javier, el ganadero se queda tranquilo sabiendo sobre quién descansa el peso del negocio. «Con ellas quedará en buenas manos», vaticina.
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