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ALICIA. Posa sonriente en Málaga, su ciudad de adopción. / E. C.
«Ser de Eibar es un orgullo que llevo muy dentro y no se puede perder»
ALICIA ALBERDI IBARGUREN, EIBARRESA EN MÁLAGA

«Ser de Eibar es un orgullo que llevo muy dentro y no se puede perder»

Economista y también traductora de árabe, se fue con 27 años y ya lleva 33 en la capital de la Costa del Sol

JAVIER RODRÍGUEZ

Domingo, 27 de abril 2008, 04:33

Si la vitalidad y el ingenio tuvieran nombre de mujer bien podría ser el de Alicia Alberdi Ibarguren, una eibarresa de 60 años que lleva 33 afincada en Málaga, con el único paréntesis de una breve estancia en Madrid, pero que da la sensación de no haber abandonado nunca el entorno de su adorada calle Ibarrecruz. Economista de profesión, ha encontrado en la traducción de textos árabes algo más que un pasatiempo, un rasgo diferencial de una mujer jovial, activa, de memoria tan fiel que parece tener archivada su vida en un indestructible disco duro.

Al repasar su periplo formativo alude a los inicios en Las Mercedarias, a su estancia en Las Teresianas (Bilbao) y a la carrera de Ciencias Económicas y Empresariales cursada en Sarriko. «Regresaba a Eibar todos los fines de semana con los que estudiaban allí para ingenieros y eso estaba muy bien, porque durante el trayecto me resolvían los problemas de matemáticas y física», se regodea entre risas, al desempolvar los recuerdos.

Al licenciarse aceptó una propuesta de trabajo de una constructora en Lausana (Suiza) y, ya de vuelta -al cabo de cuatro meses- regresó a sus orígenes como profesora en el colegio de Las Mercedarias. «Di clases de matemáticas nueve meses, aunque creo que todavía se acordarán del mal genio que tenía». Su siguiente parada la hizo en la empresa Electrociclos. «Allí estuve hasta que me casé y como mi marido era ingeniero, de los de la autopista, nos terminaron trasladando a Málaga».

Tenía 27 años, estuvo un tiempo sin trabajar y luego recuperó su habilidad para la contabilidad y la asesoría fiscal. Primero sin moverse de casa y, después, tras un episodio de dos años en Madrid -a causa de un nuevo traslado de su esposo, Ángel (madrileño), que ella aprovechó para hacer un máster de contabilidad y auditoría en el Banco de España-, ya dando forma a una pequeña sociedad que luego se transformó en un servicio de ingeniería. «Mi marido dejó la constructora cuando lo quisieron volver a trasladar y se puso a hacer proyectos de carreteras, mientras que yo llevo la administración. De eso hace ya 18 años».

De alguna manera su vida cambió a raíz de un viaje a Egipto, al observar cómo a una chica que escribía en un ordenador «las letras se le escapaban por la izquierda». Aquello le pareció «interesante» y de regreso se apuntó a la Escuela Oficial de Idiomas. «La verdad es que me encanta», enfatiza, convencida de que «el euskera es mucho más difícil» que el árabe. Ya con el título, siguió adelante, y desde el año 2000 mantiene un vínculo continuo con la Escuela de Traductores de Toledo. «Hice un curso, luego un montón de talleres y tras un examen me dieron un título de especialista en traducción de árabe-español. No me pierdo, hablo el árabe culto, a mí me entienden todos y yo muy bien a los sirios, aunque por ejemplo me cuesta mucho con los marroquíes, por aquello de los dialectos», apunta Alicia, que el viernes regresó a Toledo, esta vez para perfeccionar la terminología económica.

«De ser economista no estoy nada orgullosa, pero de traducir del árabe, encantada; me permite tener otra visión de las cosas», admite en un tono que no deja lugar a dudas. «Porque ya estoy mayor -añade-, pero me gustaría aprender chino, y si no lo hice en su momento fue porque no encontré el lugar adecuado».

Aunque la economía es lo que le da «de comer», y a ella le dedica las mañanas en el despacho, por la tarde invierte un par de horas en «traducir novelas o lo que sea». A veces la llaman para realizar traducciones, pero aunque se podría dedicar a ello profesionalmente, para ella no deja de ser «un hobby», que, eso sí, reconoce llevar «a rajatabla».

Entre Eibar y Zarautz

Vive muy cerca del mar, en el entorno de La Malagueta, un privilegio del que, sin embargo, reniega en parte. «Málaga me gusta y la gente me ha acogido estupendamente, pero es que no me gusta el clima, y lo puedes poner bien en grande. Necesito mojarme y no puedo con este calor desde primera hora de la mañana». Por el contrario, espera con ganas los veranos de Zarautz, donde acude desde siempre. «Por supuesto me acerco a Eibar», puntualiza.

«Cuando me preguntan de dónde soy digo directamente que de Eibar, y si no saben dónde está ese no es mi problema, porque yo sí lo sé», se responde, divertida. «Para mí es un orgullo. Fíjate que llevo mucho tiempo fuera de ahí y la gente ya se habrá olvidado de mí, salvo alguna alumna a la que suspendí, pero yo no».

Su hija mayor, Raquel, es donostiarra, y el menor malagueño. «¿Sabes lo que es el matriarcado, verdad?. Pues esto es lo que hay aquí... Mi hija ha estado muchas veces ahí e Iñaki menos, pero llevamos Eibar muy dentro y eso no se puede perder», afirma. «Ahí tengo amigas y a mis primas, pero el problema es que como siempre voy en agosto veo a poca gente», se lamenta Alicia, que reconoce hacerse «un tremendo lío» con la nueva nomenclatura de las calles. «Sólo ando por el centro y lo encuentro reformado, mejor. Del ambiente no puedo hablar, porque no lo conozco, pero como en Zarautz hay tantísima gente de Eibar cojo el punto con ellos».

Tan a gala lleva sus raíces que en la entrada de su casita de Benalmádena se lee en molde de cerámica: 'Ibarrecruz', denominación irreconocible para más de un vecino. «¿Qué mejor nombre le iba a poner?», sentencia.

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