
FERMÍN APEZTEGUIA f.apezteguia@diario-elcorreo.com
Sábado, 15 de diciembre 2007, 03:20
La Navidad no siempre es tan dulce. Ni el turrón, ni el cava, ni siquiera el deseo de disfrutarla con toda alegría del mundo valen en muchas ocasiones para garantizar que se tenga la fiesta en paz. No basta una sonrisa para olvidar una afrenta entre hermanos que se prolonga en el tiempo. Un par de botellas de vino tampoco ayudan a olvidar la reciente muerte del padre, que este año, por primera vez, no se sentará a la mesa.
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A uno, para colmo, le tocará, como siempre -y ya es mala suerte-, sentarse enfrente de su cuñado, que cuando toma dos copas saca siempre a colación los mismos temas incordiantes con el aparente fin de provocar una crisis. Alguien, en algún momento determinado, dará un puñetazo en la mesa y la fiesta se acabará. La historia se repite cada 24 de diciembre. Los comensales se miran. Alguno de ellos intenta romper el hielo de la mejor manera que puede, que es cantando un villancico, es decir, que peor ya es imposible. Un año más, se chafó el arbolito de Navidad. ¿Realmente merece la pena celebrar las fiestas ante un panorama así?
Tal vez no, pero si pese a todo, de la bronca familiar, de la muerte del padre y del cuñado buscapleitos, uno se propone zambullirse en ellas con la idea de ser todo lo feliz que pueda, lo mejor es que lo haga con sensatez. «Lo importante es ser capaz de reconocer lo que se siente; no puedes obligarte a sentirte feliz sólo porque llega la Navidad. Muchas veces, la solución pasa por asumir la realidad; y si uno un año no se siente capaz de festejar nada, tal vez lo mejor sea no hacerlo. Vendrán tiempos mejores». El jefe de Psiquiatría del hospital de Cruces, Iñaki Eguiluz, resume así su receta para afrontar las esperadas, a veces odiosas y siempre y a pesar de todo, felices navidades.
Felicidad obligada
'Otra Navidad en familia' es el tema que se abordará este lunes en el foro Encuentros con la Salud de EL CORREO, un programa que cuenta con la asesoría científica de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao y la Facultad de Medicina y Odontología de la Universidad del País Vasco. Los estudiantes de la UPV tienen pasado mañana una cita con las fiestas a las doce del mediodía en el Salón de Grados de la Medicina. Como en anteriores ocasiones, los asistentes serán premiados con créditos de libre elección. La Biblioteca de Bidebarrieta abrirá sus puertas al público interesado en la Navidad a las siete de la tarde del mismo día.
En uno y otro espacio, Eguiluz ofrecerá a los asistentes una especie de guía para disfrutar de las fiestas solo o en familia, a pesar de los parientes, de los problemas personales y de las muchas razones, a favor y en contra de las navidades que, cada fin de año, se repiten como una cantinela. Las de fin de año son unas fiestas especialmente dadas para caer en la nostalgia y la tristeza, más aún cuanto mayor se es y más experiencias dolorosas se acumulan.
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Desde el mes de noviembre, el comercio y las instituciones públicas y privadas machacan a la población con mensajes navideños, cargados de azúcar y buenos deseos. La decoración especial de las calles y los anuncios en prensa, radio y televisión mantienen un auténtico pulso con la realidad, en la que lo normal es que las vivencias positivas y negativas se mezclen a partes más o menos iguales. El ambiente propicia que los sentimientos de la población estén a flor de piel. Esa circunstancia ocurre, además, en un momento tan crítico como el de fin de año, cuando, quien más quien menos, todo el mundo hace balance de su trayectoria personal a lo largo del año y elabora la lista de buenos deseos para el siguiente.
Las navidades, cada vez más largas, suponen por ello el momento ideal para que estalle una crisis personal o de relaciones humanas. Los servicios de Psiquiatría no experimentan en estas fechas un auge de atenciones, tal como explica Eguiluz, pero sí ven cómo pacientes con antecedentes clínicos de ansiedad y depresión recaen en diciembre. El gran problema social no es, sin embargo, ése; sino otro más de tipo psicológico, que afecta a la mayor parte de la población.
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La tristeza o la alegría exacerbada con que a veces se reciben las fiestas navideñas, las falsas expectativas que uno se marca ante la caducidad del calendario, supone una fuente constante de desengaños y de malestar interior. Los especialistas la denominan 'depresión blanca', un sentimiento de pesar provocado por la obligación de ser feliz y el recuerdo de los seres ausentes. «Tenemos que reducir nuestras expectativas», aconseja el experto.
Las tradiciones, donde cobran especial relevancia las cenas y comidas navideñas, contribuyen a magnificar los sentimientos contradictorios. Así es como los comensales se sientan a la mesa. Con una mochila llena de frustraciones, de deseos incumplidos, de una felicidad comprada a base de tarjeta-visa y con la intención, sana pero falsa, de que, por lo menos esa noche todo sea mágico. Cambia la decoración. El comedor está un poco más rojo y dorado que el resto del año, pero todo es igual, salvo las buenas intenciones. Pero con eso no vale.
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Tres tipos de conflictos
El niño, que durante el resto del año no ha sido educado para permanecer sentado en la mesa durante toda la comida, se levanta. Dos familias, con costumbres y educación muy distintas, se sientan frente a frente. Todos intentan olvidar las desavenencias, pero el alcohol, primero un espumoso, luego algo de tinto, el cava y por fin las copas, comienza a soltar la lengua de los comensales. Llega un momento en que la bebida hace lo que tiene que hacer y alguien con una copa de más entre los dedos se desinhibe y trata de resolver con un comentario jocoso un problema de raíces profundas. Se monta el belén.
Eguiluz dice que se dan tres tipos de conflictos. Aparecen los permanentes, que están latentes todo el año y saltan de improviso; los propios de las fechas, que si la organización de la comida, si se avisa o no para venir... y por último están los 'problemas estrella', los provocados por el choque de culturas y los muchos gastos excepcionales que acarrean las fiestas.
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La pregunta es: ¿Es posible tener la fiesta en paz ante un panorama así? «Sí. Se trata de no buscar la perfección, de dejar para un momento más apropiado la resolución de los conflictos que se arrastran y, sobre todo, de no marcarse objetivos inalcanzables», contesta Iñaki Eguiluz. «No hay que forzar la fiesta; basta con vivirla».
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