
J. C. P.
Domingo, 21 de octubre 2007, 04:25
«Los elefantes, al principio, no tenían la trompa larga». Lo dijo ayer la narradora colombiana Carolina Rueda. Los niños, una treintena, la miraron incrédulos; pero, al final, asintieron. La historia de la característica nariz de estos colosales animales tiene mucho que ver con la edad de las 'porquerías', una excursión al río Limpopo y las artimañas de un ladino cocodrilo africano.
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El Foro Santos Ochoa vivió ayer una jornada de fábula. Unos treinta niños, sentados sobre una esterilla, escuchaban embelesados a la narradora. Los padres, tras ellos, atendían el relato y también las carcajadas, gestos y reacciones de sus hijos. Participaban en la segunda jornada del Festival Internacional de Cuentacuentos Infantiles de Logroño, organizado por la Asociación de Comerciantes Paseo de las Cien Tiendas.
En lugar de trompa, explicó la cuentera, «tenían algo pequeñito del tamaño de una zapatilla». Resulta que, en aquella época, un elefantito atravesaba la edad de las 'porquerías': «¿sabéis vosotros cuál es esa edad?». Niños y padres probaron suerte: «cuando comes muchas golosinas», «si no recoges los juguetes», «cuando te manchas a la hora de comer». No acertaron.
En opinión de la cuentera, no hay secreto para atraer la atención de los pequeños. «Son igual que uno», explicó, «eso sí, hay que hablar a su nivel de todo y tratar de sacar al niño que llevas dentro». Carolina Rueda vive de contar y parafrasea al escritor uruguayo Eduardo Galeano cuando afirma que un cuento es como una granada de mano: «el germen se te mete dentro y un día, no se sabe cuándo, explota, surge la fábula».
La edad de la 'porquería', apuntó, es esa época en la que los niños «dicen continuamente ¿por qué esto?, ¿por qué aquello?, ¿por qué?, ¿pooorr quéééé?». Precisamente, esa curiosidad insaciable fue el origen de la dilatada nariz del pequeño elefante. Un día, preguntó a sus papás: ¿qué comen los cocodrilos? Los progenitores, alarmados, no supieron responder, así que el pequeño decidió averiguarlo por su cuenta. Orientado por una cacatúa, se dirigió a las orillas del río Limpopo.
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Casi veinte años
A estas alturas, la treintena de niños estaba entregada al relato: escuchaban, gesticulaban ante los sobresaltos de la historia y los quiebros de la narradora. Empezó a contar hace casi veinte años. «Mi madre», recordó, «decía que la única manera de mantenerme tranquila era contarme un cuento o dejarmelo contar a mí».
En las proximidades del río, explicó, el elefantito encontró a un artero cocodrilo. Formuló su pregunta y acabó con su naricilla en la boca del animal. Los niños se llevaron las manos a la cabeza. Los esfuerzos por zafarse originaron un alargamiento desmedido de la nariz y he ahí la aparición de la trompa. Desde entonces, dijo, los elefantes que quieren un largo apéndice van al río Limpopo.
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El aplauso encantado de los niños dio paso a nuevos cuentos entreverados de risas y canciones. En resumidas cuentas, Carolina Rueda embelesó ayer a una treintena de pequeños logroñeses, muchos de ellos en plena edad de la porquería. Sin duda, muchos padres dedicaron la tarde a atender un sinfín de porqués sobre las trompas de los elefantitos.
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