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FLORENCIO DOMÍNGUEZ
Domingo, 12 de agosto 2007, 04:52
Uno de los personajes políticos más singulares de Navarra en el siglo XX es sin duda Amadeo Marco Ilincheta, integrante de la Diputación Foral durante cuarenta años y vicepresidente del organismo (la principal autoridad entonces) entre 1971 y 1979. Tradicionalista, voluntario en la Guerra Civil en la que acabó como capitán de requetés, amigo de Franco, escrupuloso a carta cabal con el dinero público, figura respetada, pese a sus orígenes, que cuando murió, en 1987, recibió el homenaje del Gobierno democrático de Navarra. Tan relevante era la personalidad de Marco que el dirigente de ETA Txomin Iturbe, que en 1979 estuvo estudiando la posibilidad de ordenar un atentado contra él, renunció a intentar su asesinato por el rechazo que provocaría en Navarra.
Retirado ya de la política, en 1983, en la última entrevista que concedió -probablemente una de las pocas que se dejó hacer en toda su vida- se confesaba ante la periodista Inés Artajo ('Entrevistas con Navarra al fondo. Personas y momentos'. 2003) como votante de UPN: «Por dos razones -decía-. Creo que es un partido de derechas y a mí los partidos de derechas me dan confianza y también porque no son centralistas y yo me he pasado la vida luchando contra el centralismo, fuera del signo que fuera. A mis 83 años no voy a cambiar. Sigo siendo un tradicionalista que en mi primera época profesé devoción por el carlismo, después por el régimen de Franco -gran amigo mío al que hubiera tenido al frente de España toda la vida-, que le profesa gran simpatía a Don Juan Carlos, pero que siempre defenderá a Navarra contra los intentos de Madrid de ir contra nuestros Fueros».
En las palabras de Amadeo Marco se encierran, quizás, algunas de las claves de la personalidad de Navarra, tales como la conciencia firme que tienen sus habitantes de la singularidad del 'Viejo Reyno' y la reivindicación de que esa singularidad se plasme en el marco político. Se trata de una conciencia que, a diferencia de lo que ocurre con el nacionalismo vasco, no es vivida de manera conflictiva con España, sino como parte integrante de lo español. Desde la exigencia de respeto a lo particular, hay una actitud de lealtad natural y pertenencia a lo español. En este registro se reconoce la inmensa mayoría de los navarros. Es, seguramente, ese carácter el que hace posible la cohesión en una comunidad en la que las diferencias culturales y políticas son tan notables como lo son las climáticas y geográficas.
Entre la Navarra atlántica o pirenaica y las Bardenas subdesérticas hay tanta distancia como la que existe en lo social entre los valles vascoparlantes del noroeste y el sur castellanoparlante, pero ese sentimiento compartido de singularidad hace posible la cohesión interna en medio de la diversidad. Navarra salió de la transición con un mosaico político sin igual: existía una extrema izquierda maoísta y troskista con un peso social como en ninguna otra parte de España, un carlismo en decadencia, un nacionalismo en el que los más radicales han tenido la hegemonía hasta la aplicación de la Ley de Partidos, extrema derecha en la calle, el centro derecha dividido y los socialistas asociados a sus compañeros de Euskadi. Hizo falta tiempo para recomponer ese paisaje político, pero se consiguió.
La idea del consenso interno sobre la singularidad de Navarra va acompañada de otra nota distintiva histórica: el carácter pragmático de los líderes políticos de la comunidad (a pesar de lo visto en las últimas semanas), capaces de ajustarse a los tiempos de la historia para sacar el máximo partido de los márgenes de juego disponibles en cada momento. Ese pragmatismo se evidenció en la Ley Paccionada de 1841 que permitió conservar el régimen foral en un momento de paso del Antiguo Régimen a sistemas políticos modernos.
La singularidad de Navarra y el pragmatismo de sus líderes quedaron reflejados también en la adaptación del sistema foral al marco democrático surgido tras la muerte de Franco, adaptación que se llevó a cabo a través de la Ley Orgánica de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra, publicada en el BOE el 16 de agosto de 1982, fecha simbólica porque ese día se cumplían 141 años de la promulgación de la Ley Paccionada. El letrado socialista José Antonio Asiain ha escrito que, mediante este procedimiento, «Navarra había encontrado un espacio propio en la nueva organización territorial del Estado que establecía la Constitución de 1978. Y lo había encontrado a través de una vía peculiar, la del pacto entre las instituciones de Navarra y las del Estado, claramente diferenciada en las formas de la que habían seguido las demás nacionalidades y regiones del Estado para constituirse en Comunidades Autónomas».
Desde ayer, Navarra tiene un ejecutivo de centro derecha en minoría presidido por Miguel Sanz. Esa situación de minoría no es algo nuevo en la política foral, sino todo lo contrario: desde 1983 sólo ha habido una legislatura -la última, de 2003 a 2007- en la que el Ejecutivo ha disfrutado del apoyo de la mayoría absoluta. Y no parece que a los navarros les haya ido tan mal en ese tiempo. Sanz tendrá que hacer gala de pragmatismo y de capacidad negociadora no sólo para gobernar la comunidad foral, sino para cerrar las heridas abiertas en la sociedad en los últimos tiempos.
f.dominguez@diario-elcorreo.com
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