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IÑAKI ESTEBAN i.esteban@diario-elcorreo.com
Viernes, 29 de junio 2007, 16:34
Manuel de Irujo y el primer lehendakari, José Antonio Aguirre, fueron antes y después de la guerra los dos grandes hombres de Estado del Partido Nacionalista Vasco. En sus acciones no faltaba el pragmatismo ni en su cabeza un idealismo inasequible al desaliento. Ambos pensaban que Franco no resistiría la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, y que su derrota garantizaría un nuevo gobierno en el País Vasco.
La Fundación Sabino Arana presentó ayer una selección de la correspondencia entre ambos líderes nacionalistas, realizada por Iñaki Goiogana, Xabier Irujo y Josu Legarreta, y que cubre el periodo entre 1940 y 1945. El volumen, titulado 'Un nuevo 31', en referencia al año de la instauración de la Segunda República, también incluye cartas a otros destacados nacionalistas en el exilio, como Francisco Javier Landaburu, José Ignacio Lizaso y Manu de la Sota, así como documentos internos del partido. La mayor parte del material está depositado en el Archivo del Nacionalismo Vasco de Artea, pero también se ha contado con cartas en poder la familia Irujo.
La esperanza de volver a Euskadi y restablecer el autogobierno se mantuvo hasta la entrada de la España franquista en la ONU en 1955. «La idea casi obsesiva de Aguirre e Irujo consistía en preparar el retorno», explicó Goiogana. Y, a la luz de los textos, el lehendakari pensó durante muchos años que la vuelta se podía producir en cualquier momento.
«Se observa claramente que el poder represivo franquista empieza a debilitarse. Ya no podrá ejecutar a nadie, le impide la presión internacional», subrayaba el lehendakari en una de sus propias cartas, dirigida en noviembre de 1945 a Joseba Rezola. Seis años antes, Aguirre mandaba mensajes muy parecidos a los nacionalistas del interior: «La fuerza moral mundial está frente al totalitarismo. Franco no podrá resistir la caída del sistema. El triunfo de las democracias traerá nuestro triunfo o preparará por lo menos el camino inmediato a él».
El fiasco de Churchill
Irujo se había establecido en Londres y allí había organizado el Consejo Nacional Vasco, mientras que Aguirre huía por Europa, a veces disfrazado con gafas y bigote, para esconderse de las autoridades nazis. El político navarro entró en contacto con el futuro gobierno británico de Winston Churchill y consiguió, en 1940, arrancarle la promesa de que reconocerían el Estado vasco en caso de victoria aliada.
Como relató ayer Xabier Irujo, la situación se torció. Y mucho. «Los británicos pensaron que era más pragmático y quizá más barato ayudar a la España de Franco», incide el sobrino-nieto de Manuel de Irujo y profesor del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada (Estados Unidos).
La condición que puso Churchill a los franquistas era que no entraran en guerra en el bando nazi. Franco proclamó a España «no beligerante». Pero no lo cumplió. Envió la División Azul al frente ruso, se entrevistó con Hitler y Himmler pasó a San Sebastián. Luego, al final de la guerra mundial, protegió a los nazis y les ayudó a escapar. Pero nada de esto hizo cambiar de opinión a Churchill.
Según Xabier Irujo, su tío abuelo y el lehendakari internacionalizaron las reivindicaciones del nacionalismo, que incluso llegaron a las Naciones Unidas.
En las cartas se aprecian los esfuerzos -personales y económicos- de los dirigentes nacionalistas por mantener vivas las ilusiones y esperanzas implícitas en sus ideales. El presidente de la Fundación Sabino Arana, Juan María Atutxa, leyó una carta en la que Aguirre le comunicaba a Irujo que había tenido su tercer hijo, Iñaki, en Nueva York. El segundo, Joseba, había nacido en París, y la mayor, Aintzane, en el País Vasco. El lehendakari estaba convencido de que el cuarto hijo nacería en Euskadi. Aguirre no volvió: murió en París en 1960.
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