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1977. UN SOCIO, UN VOTO. El apoyo de los compromisarios más jóvenes dio la presidencia a Beti Duñabeitia. / MANU CECILIO
Que vote San Mamés
ATHLETIC

Que vote San Mamés

La elección del presidente del Athletic por sufragio entre todos los socios mayores de edad comenzó a realizarse hace treinta años, coincidiendo con la llegada de la democracia

JON AGIRIANO

Jueves, 28 de junio 2007, 04:26

Las elecciones a la presidencia del Athletic tal y como las conocemos en la actualidad -un socio mayor de edad, un voto y una correosa campaña electoral en la que los candidatos se lanzan ganchos al hígado, anuncian cambios profundos en Lezama y prometen indefectiblemente devolver al club a esa tierra prometida conocida como 'El Lugar Que Se Merece'- comenzaron a celebrarse hace treinta años, en plena Transición democrática. Con anterioridad a la victoria sin oposición de Beti Duñabeitia en noviembre de 1977, los presidentes rojiblancos eran propuestos por la directiva y elegidos por un número indeterminado de socios compromisarios elegidos por sorteo. Eso en el mejor de los casos. Y es que, durante años, especialmente en las primeras décadas de existencia del club, eran los propios directivos, todos ellos notables de la sociedad bilbaína, quienes se nombraban unos a otros en un régimen conocido popularmente como dedocracia.

Durante la mayor parte de su historia, pues, el Athletic vivió bajo una especie de despotismo ilustrado -todo para la afición, pero sin la afición, podría decirse- que, en general, dio buenos resultados. La gran mayoría de los dirigentes del club a lo largo de sus primeros 80 años de existencia trabajaron con generosidad y estilo, conscientes de la trascendencia del Athletic en Vizcaya y de la responsabilidad del cargo que ostentaban. A ello y a los magníficos resultados del equipo se debe, con toda seguridad, que entre la hinchada rojiblanca haya tanto nostálgico del 'ancient regimen', de aquellos tiempos lejanos en los que unos señores de Bilbao llevaban las riendas de la institución y ésta no sufría las consecuencias de las luchas intestinas y los desencuentros personales que son inevitables en las confrontaciones electorales de una democracia.

La promesa de Duñabeitia

«Un socio, un voto». Ésta fue la revolucionaria promesa con la que Beti Duñabeitia se presentó a las elecciones en 1977. El propietario de 'El mundo elegante', un conocido comercio bilbaíno, había sido directivo en la junta de José Antonio Eguidazu, pero decidió dimitir el 8 de junio de 1976. El ex jugador José Luis Artetxe hizo lo mismo. La razón aducida por Duñabeitia para irse -así lo dijo en una entrevista concedida al diario 'Hierro'- fue la de «incompatibilidad de opiniones» con la directiva, que esos días se encontraba sumergida en el culebrón que supuso encontrar sustituto a Rafa Iriondo en el banquillo rojiblanco. Aunque no trascendiera públicamente, era evidente que una de las razones de esta incompatibilidad tenía que ver con la política. El PNV preparaba su regreso al Athletic cuarenta años después.

Duñabeitia ganó contra todo pronóstico a Ignacio de la Sota, el candidato al que apoyaba la junta directiva de José Antonio Eguidazu, que deseaba un relevo cordial, como lo fue el suyo cuando cogió el testigo que le cedió gentilmente Félix Oráa. Durante la campaña -nada que ver con las de ahora en cuanto a impacto mediático y despliegue publicitario- hubo sus más y sus menos entre las dos candidaturas en liza por supuestas irregularidades en la recolección de firmas, pero la cosa no pasó a mayores. La votación se celebró en el hotel Avenida y en ella participaron 531 compromisarios. Las cuatro urnas se repartían en función de la edad del socio. Los más mayores votaban en la número 1 y los más jóvenes, en la 4.

El recuento, realizado en voz alta, no pudo ser más emocionante. De la Sota cobró una ventaja importante en la primera urna: 64 votos frente a 36. En la segunda, el candidato oficialista aumentó levemente su distancia en 8 sufragios, de modo que, cuando se abrió la tercera urna, dominaba por 152 votos a 116. Beti lo tenía muy mal, pero se rehizo. Los socios más jóvenes le apoyaban. Ganó por 11 votos en la tercera urna y enjugó la diferencia a sólo 25 votos -215 frente a 190- antes del recuento en la cuarta y última urna. Fue en ésta donde se produjo el gran vuelco. Beti casi duplicó en votos a su rival: 79 a 44. «Habrá elecciones democráticas», anunció el nuevo presidente electo, que dos meses y medio después, el 8 de agosto de 1977, izaría la ikurriña en San Mamés.

Duñabeitia cumplió su palabra. Dimitió para poder presentarse a unas elecciones ya democráticas -podrían votar en ellas los 17.450 socios del Athletic mayores de 21 años- y, durante unos meses, dejó su puesto de forma interina a Rufino Urquijo, el padre de Ana. Al final, sin embargo, no hicieron falta los comicios. Ignacio de la Sota decidió no presentarse y Beti Duñabeitia, al frente de la única candidatura, fue elegido presidente por un período de 5 años. Era el 5 de noviembre de 1977. Por cierto, fue a partir de entonces cuando, lentamente, de un modo imperceptible, comenzó a extenderse una práctica que el tiempo consolidó como algo característico del club: la de que el nuevo presidente haga borrón y cuenta nueva de lo realizado por el anterior. En el caso de Duñabeitia, una de sus primeras medidas fue echar a la papelera el proyecto de construcción de un nuevo estadio para 60.000 espectadores en la campa de los Ingleses. Eguidazu lo tenía encarrilado y al Athletic le iba a salir gratis, pero nunca más se supo.

Grandes duelos

Las siguientes elecciones, las primeras con una votación democrática de por medio, tuvieron lugar el 21 de junio de 1982, en pleno Mundial de España, lo que redujo considerablemente su repercusión y el índice de participación, que fue de un escasísimo 31%. Y eso que la campaña, en lo que ya empezaría a ser una costumbre, tuvo varios momentos de fuego cruzado. Iñaki Olascoaga, el candidato opositor, tiró con bala contra Duñabeitia y contra su rival en los comicios, el directivo Pedro Aurtenetxe, en temas como la mala gestión deportiva del primer equipo -cinco años sin asomarse a una final era mucho tiempo en aquel entonces- y el desfase presupuestario en las obras de remodelación de San Mamés, adjudicadas al principio en 450 millones y finalmente rematadas en 1.100. Sus argumentos, sin embargo, no convencieron a la mayoría de los socios, que dieron su apoyo a Aurtenetxe. En las elecciones, celebradas en el colegio de los Jesuitas de Indautxu, el que luego sería presidente del Athletic durante la histórica singladura de la gabarra, se impuso por más de 1.300 votos a la que encabezaba Olascoaga.

Pedro Aurtenetxe se mantuvo ocho años en el cargo. En 1990, dos antiguos directivos suyos, José Julián Lertxundi y José María Arrate, se disputaron el sillón presidencial, ya instalado en el palacio de Ibaigane. Por la fortaleza de las planchas en litigio, el enconamiento del debate, la influencia del PNV en la liza electoral y la irrupción de la publicidad, el marketing y las encuestas como factores decisivos a la hora de decantar voluntades, los duelos Arrate-Lertxundi marcaron una época y acabaron provocando las primeras divisiones serias entre la masa social del Athletic. Lertxundi se impuso en el primer combate, que tuvo un tercer candidato en discordia, Santi Francés. Hubo un cuarto aspirante, José Antonio Llantada, que a última hora se retiró de la pugna y pidió el voto para Lertxundi. Por cierto, Llantada era el hombre de Clemente, que ya entonces entró con la vela en el entierro, incapaz de mantenerse al margen.

Señuelos electorales

La victoria de Lertxundi fue abrumadora. Se impuso en la entrega de firmas -un hecho que él mismo interpretó «como una victoria en las primarias», algo que se dice desde entonces- y luego arrasó en las urnas. El portugalujo obtuvo 8.516 votos -el 59,1% de los emitidos- frente a los 5.109 sufragios que logró Arrate (un 35,5%) y los 705 favorables a Santi Francés (un 4,89%). Por cierto, en aquellas elecciones todos los candidatos hablaron, de un modo u otro, de la necesidad urgente de reestructurar Lezama, de potenciar la primera plantilla y de optimizar la gestión económica del club. Y no sólo eso. Tras reconocer su derrota y felicitar al ganador, el candidato derrotado prometió al nuevo presidente que nunca encontraría en él un opositor. ¿Les suena?

José María Arrate venció en su segunda oportunidad, cuatro años después, el 8 de junio 1994. La pelea, que tuvo un tercer protagonista, José María Gorordo, fue todavía más cruda que la anterior y giró alrededor de un tema delicado: el dinero. Mientras Lertxundi reconocía una deuda en el club de 275 millones sus rivales la elevaban hasta 1.400 y atacaban al presidente por ese flanco. No hubo forma de que se pusieran de acuerdo. También hubo en aquellos comicios un elemento novedoso. Por primera vez, los dos principales aspirantes se presentaron con un entrenador bajo el brazo a modo de señuelo. Arrate con Irureta y Lertxundi, que no pudo convencer a su amigo Heynckes para que siguiera en el Athletic a pesar de haber metido al equipo en la UEFA, con Hiddink.

Apoyado en una plancha muy poderosa en la que figuraban personajes como José Luis Markaida, Javier Uria, Fernando Lamikiz, Fermín Palomar -que llegó para quedarse- o Domingo Guzmán, que había sido vicepresidente con Lertxundi pero cambió de bando, y en la maquinaria de movilización del PNV, que se activó como nunca, José María Arrate ganó por algo más de 1.300 votos (8.089 frente a 6.761 de Lertxundi). Las 2.468 papeletas que se llevó el tercer hombre, Gorordo, pudieron cambiar el resultado de unas elecciones que contaron con la mayor participación conocida hasta entonces: 17.422 socios.

Hubo que esperar siete años hasta las siguientes elecciones, las que se celebraron el 2 de junio de 2001 con dos ex directivos de Arrate, Javier Uria y Fernando Lamikiz, como protagonistas. El malogrado empresario de Zeberio ganó con rotundidad -10.402 votos frente a 7.458- a su rival tras una campaña dura pero menos virulenta que la de 1994. Y ello a pesar de la aparición de un nuevo factor muy poderoso a la hora de remover el cotarro electoral y enconarlo como sea en busca de audiencia: el incremento exponencial de los medios de comunicación interesados en la actualidad del Athletic, léase prensa deportiva, televisiones locales o nuevas emisoras de radio. Por lo demás, los mensajes, los temas a debate y las promesas lanzadas al vuelo por los aspirantes volvieron a ser los de siempre, los inevitables: la defensa de la filosofía «no como lastre sino como ventaja competitiva», la necesidad de cambiar Lezama, de reforzar el primer equipo o de dinamizar la economía del club. Lo cierto es que la incorregible sensación de 'dejá vu' que experimentan con frecuencia los aficionados del Athletic no puede ser más lógica.

Uria no pudo cumplir su sueño. Tres meses después de ocupar su despacho en el sillón de Ibaigane, horas antes de su primera asamblea general como presidente, le fue diagnosticada la enfermedad de la que murió dos años después. La desaparición de Javier Uria reactivó las ambiciones larvadas entre sus opositores y desató las hostilidades. Su sustituto, Ignacio Ugartetxe, fue torpedeado desde el primer día y, tras un año al frente del club, tiempo que le sirvió para dejar al equipo en la UEFA y dar en la diana con un técnico de la casa como Valverde, se retiró y convocó elecciones. Se celebraron en septiembre y sólo votó el 45,8% de los socios -el segundo porcentaje más bajo de la historia tras el raquítico 31% de 1982-, pero la victoria de Fernando Lamikiz, a pesar de sufrir la polémica del 'caso Ochoa', fue incontestable: 8. 234 votos por 3.852 de Juan Pedro Guzmán y 1.817 de José Alberto Pradera. Lo ocurrido desde entonces es de sobra conocido.

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