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Vivimos cada vez más acelerados. El último pensamiento de muchos, antes de cerrar los ojos al meterse en la cama, es la lista de tareas ... que les depara el día siguiente. Las mismas que les asaltan nada más despertar: 'tengo cuarenta minutos para desayunar y conseguir que los niños se levanten', 'necesito enviar ese email antes de la reunión de las doce'... Este ritmo de vida ha engendrado frustración y ansiedad, pero también una reacción en el sentido opuesto: el movimiento 'slow' ('lento' en inglés).
Seguramente habrá oído hablar de términos como 'slow travel', 'slow work' o 'slow fashion'; nuevas formas de entender los viajes, las rutinas laborales o la moda que obedecen a un mismo principio: el de llevar un estilo de vida más pausado, consciente y equilibrado. Para desgranarlo, hemos hablado con uno de sus impulsores, el periodista Carl Honoré, quien alude a un grupo de gastrónomos italianos (encabezados por el crítico Carlo Petrini) como artífices del primer gran hito del movimiento: «Dijeron basta en 1986, cuando McDonald's montó una sucursal al lado de la Escalinata de Plaza de España en Roma. Aquella gota que colmó el vaso les llevó a luchar contra el virus de la prisa en el mundo de la comida. Y de ahí la idea salió para conquistar otros ámbitos».
Defiende Honoré que cuando hacemos todo más rápido de lo que deberíamos desgastamos nuestro cuerpo y nuestra mente: «Resulta imposible disfrutar el momento. Tus relaciones sufren. También cometes más errores y te resulta más difícil pensar, crear y trabajar. Te cuesta recordar cualquier cosa porque todo pasa de manera fugaz y borrosa».
Con todo, el autor de 'Elogio de la lentitud' quiere dejar claro que, en este contexto, 'slow' no significa hacerlo todo a paso de tortuga: «A veces más rápido es mejor. Pero no siempre. Ser 'slow' consiste en hacer las cosas a su velocidad justa: unas veces rápidamente y otras más despacio. Lo que los músicos llaman 'tempo giusto' –el tiempo justo–. En el fondo, 'slow' es un estado de ánimo: significa privilegiar la calidad a la cantidad. Estar presente. Estar en el momento. Hacer las cosas de una en una. Saborear los minutos y los segundos en lugar de contarlos».
¿Cómo se aplica esto a conceptos como el 'slow work' o el 'slow travel'? En el primer caso pasa por evitar la multitarea en favor de la productividad y, en el segundo, por hacer turismo a nuestro ritmo, impregnándonos de la cultura de un lugar en vez de tachar monumentos de una lista. Pero hay más ejemplos: el 'slow parenting' apuesta por dedicar el máximo tiempo y atención a nuestros hijos, sin sobrecargarlos de actividades o expectativas; mientras que el 'slow living' prioriza encontrar el bienestar en las pequeñas cosas del día a día, como dedicar unos minutos a regar las plantas o sumergirnos en la lectura sin smartphones de por medio.
Con Honoré hemos querido explorar, sin embargo, dos de los ámbitos en que el movimiento slow está despertando mayor interés: la moda y la gastronomía. ¿De qué manera cambia la 'slow food' nuestra relación con la comida? «Cuando abordas la alimentación desde una perspectiva slow, surgen beneficios por todas partes. Tu salud mejora. Comer se convierte en una auténtica fuente de placer. Aprendes más acerca del origen de los alimentos y de cómo su elaboración afecta a otras personas y al planeta. Desacelerar en tu alimentación también te acerca a los demás. Por algo la palabra compañero proviene del latín –'cum panis', que significa literalmente 'con pan'–.
«Esto último no quiere decir que cada comida deba ser un banquete de cuatro horas elaborado artesanalmente y digno de una estrella Michelin –prosigue el periodista–. Puedes preparar una pasta fresca con tomate o una sopa de verduras en menos tiempo y por menos dinero del que se necesita para encargar una pizza o un plato de sushi. El secreto es desacelerar y darle a la comida el tiempo y la atención que merece».
En cuanto a la 'slow fashion', «es una moda atemporal y no pasajera; que respeta a las personas, al planeta y el arte de hacer ropa», explica Honoré, quien considera no solo posible, sino imprescindible, llevar un estilo de vida 'slow' en el vigente mundo tecnológico: «Los seres humanos no somos máquinas o algoritmos. Necesitamos desacelerar para recargar las pilas y reflexionar. Si usamos bien la tecnología, y sobre todo la IA, ahorraremos mucho tiempo que luego podemos usar para saborear la lentitud».
Quienes se han adscrito a este 'slow movement' aseguran sentirse así más tranquilos, saludables y felices: «Tus relaciones serán más fuertes y tendrás tiempo para escuchar, reflexionar o encontrarte a ti mismo», sentencia el autor. Pero, ¿cómo podemos empezar a incorporar pequeñas acciones 'slow' en nuestra rutina diaria sin perder la paciencia? «Debes tener en cuenta que esto es más que una moda pasajera de la que lees en el periódico. Es un punto de inflexión en tu vida; un proceso gradual. Reserva media hora aquí y allá a lo largo del día para desconectarte de toda la tecnología que te rodea. Añade unos minutos extra a tus trayectos para evitar prisas y agobios. Concéntrate más en lo que es importante en lugar de lo que es urgente. Acepta que no puedes hacerlo todo y prioriza y delega cuando sea posible».
Todo puede sonar a perogrullo, pero no por ello resulta menos efectivo. Si algo tan nimio como dedicar tres minutos al día a respirar profundamente oxigena el cuerpo y estabiliza la presión arterial (lo avala la ciencia), ¿de qué no seremos capaces si convertimos la calma en nuestro principio vital?
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