Han pasado cuatro mil años desde que los babilonios anotasen en una tablilla de madera la letra de la considerada como primera nana de la historia. Una canción de cuna que, en la voz de una madre, una abuela, una nodriza, pide a un bebé ... que pare de llorar para no despertar a los dioses de la noche. Desde entonces, la tradición de susurrar canciones a niños y niñas para arrullarlos con la voz querida y calmarlos justo antes de entregarse al sueño cada noche trasciende las fronteras; es algo que comparten todas las culturas del mundo en su tradicional oral y escrita. Son en sí mismas un género literario y musical, un palo flamenco, una forma de poesía cultivada por los artistas más dispares: de Lorca a Aleixandre, pasando por Camarón.
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Precisamente, tal y como indica el estudioso del género César C. Torremocha, «esta riqueza compositiva de las nanas y la magia que el niño siente con su interpretación han contribuido a impedir que el género terminara desapareciendo».
Ese 'algo' indefinido e indefinible del que habla Torremocha es en la práctica del día a día (o mejor, de cada noche) una necesidad de los niños estudiada por la Neurociencia y por la Medicina del Sueño. Gonzalo Pin, pediatra especialista en este área del conocimiento, llama a este momento íntimo entre padres e hijos «el tiempo de afectividad». Un espacio en el que solo se encuentran el progenitor (madre o padre o cuidador de referencia) y el pequeño, cuyo fin es ayudar a conciliar un sueño tranquilo y reparador que realmente contribuya a su desarrollo.
Este paréntesis del día se puede llenar de distintas formas: hablar, acariciar, susurrar historias, recuerdos... Pero las nanas han sido siempre las reinas en este tiempo de intimidad que invita a la relajación. Este liberarse de los miedos y abandonarse al sueño también tiene mucho que ver con el poder evocador de la voz y toda la información que encierra. Las personas empiezan a reconocer la de sus madres antes de poder llamarse propiamente así: desde que están creciendo en la matriz.
Así lo demostró una investigación de la Queen's University en Ontario (Canadá), donde pudieron comprobar con un grupo de embarazadas cómo reaccionaban sus bebés a sus voces en contraposición a las de otras mujeres desconocidas tras nacer. El estudio demostró que ya en el útero se familiarizan con el habla de sus madres.
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Esto, que no resulta extraño o ajeno a nadie, ha tenido en este año atípico una expresión hasta ahora inédita: que la fórmula funcione entre adultos y con voces desconocidas. ¿Nanas para mayores como bálsamo contra el insomnio? ¿Desconocidos susurrando temas al oído de otros desconocidos en el siglo XXI? ¿Gente sola sintiéndose acompañada gracias a una voz que quizá no es la amada pero que le trasmite algo? Sí. Y ha demostrado ser más efectiva para muchos suplementos alimenticios de venta en botica.
El fenómeno nació en la red social de audio Clubhouse. En ella, un cantautor americano, Alex Mansoor, fundó durante el gran confinamiento el Lullaby Club (en inglés, el club de la nana). En esta sala, tal y como se denominan en esta red social de audio a los grupos de personas que se reúnen únicamente a través de la escucha, se dan cita artistas invitados por Mansoor que cantan temas más o menos conocidos en clave de nana.
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Esto es, no espere encontrar la música o las estrofas que normalmente sonarían en la habitación de un bebé. Si, en cambio, temazos como Because the Night, pero susurrada, sin rastro de la fuerza de las interpretaciones de Bruce Springsteen y Patti Smith en su versión original.
Comenzó con la intención de ser un lugar «para relajarse al final del día» y aislarse del ruido (de dentro y fuera de la red), sin más pretensión que la de compartir un rato en buena sintonía, declaró entonces su creador a los medios que se hicieron eco de la iniciativa durante el confinamiento. Pero su iniciativa visionaria le ha trascendido. La broma, que ya no tiene al artista como único impulsor, alcanza en la citada red social –que no es de uso masivo porque requería de invitación –, los 53,5K seguidores.
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Una usuaria cuenta que desde que lo descubrió Lullaby Club ha sido parte de su rutina nocturna. «Permito que extraños me canten hermosas canciones para dormir con un montón de otros extraños y resulta que es el antídoto perfecto para nuestro mundo socialmente distanciado», relata sobre su experiencia.
He aquí una de las claves del éxito de las nanas, tanto para bebés antaño como en esta versión actual para mayores. Lo que invita al sueño, lo que rebaja el estrés y libera la tensión no es tanto la suavidad con la que se cante; el pequeño milagro que obran las canciones de arrullo se debe a que quien las oye percibe la presencia física del otro en el delicado momento de abandonarse al sueño. No es lo mismo que oír música en los cascos. Puede ayudar, pero el sentido es otro.
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Las nanas no son más que una forma de decir al ser querido, al ser cuidado, 'estoy aquí', 'no estás solo', 'duerme tranquilo'. Así, el gesto íntimo de cantar una nana encierra a la vez otro que no es más que el de acompañar. Y esto, que no están solos, es lo que miles de personas han necesitado sentir durante una pandemia que ha marcado más distancia si cabe en una sociedad de por sí individualista.
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