Para trabajar el miedo al rechazo y la resistencia emocional, varios concursantes de televisión se sometieron a un experimento. Tenían que interactuar en una red social con una cuenta anónima en la que podían publicar lo que quisieran desde la impunidad del anonimato. Atacar... y ... recibir ataques. Sin límites y sin conocer quién se escondía detrás del perfil que arremetía contra ellos. «Lo entiendo, pero tengo derecho a que me afecte», explota indignada una de las participantes ante un insulto. Ellos están jugando por unos miles de euros. Pero, ¿y en la vida real? «El odio es una emoción humana que consiste en desear causar mal a una persona, o a un género de personas o animales, tiene tendencia a ser permanente y podría tener como causa la ira, –que crece hasta el odio–, la envidia, el resentimiento o el asco», explica Óscar Pérez de la Fuente, profesor de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universidad Carlos III de Madrid.
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«Cuando sentimos odio, la corteza prefrontal del cerebro está muy activa y la persona que odia está continuamente tratando de satisfacer ese odio, probablemente, buscando hacer daño a lo odiado de alguna manera», escribe Ignacio Morgado, autor de 'Emociones corrosivas' y director del Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Odiar se convierte en delito cuando incita a la violencia y discriminación contra colectivos vulnerables o personas determinadas por motivos racistas, étnicos, ideológicos, religiosos, etc. Tras la reforma de 2015, el artículo 510 del Código Penal recoge los supuestos de este delito.
Los expertos aseguran que el ciberacoso funciona como una prolongación del acoso presencial y que éste, por si solo, no es algo que produzca mucho daño si no se tiene un vínculo previo entre víctima y victimario, que es el que marcará el daño psicológico que se pudiera producir. En ocasiones, esto puede transformarse en amenazas, e incluso en agresiones físicas. La Fiscalía General del Estado advierte en su memoria de un fuerte repunte –de un 30%– en las amenazas y coacciones a través de las redes, que es su caldo de cultivo ideal, por su poder de amplificación y por la impunidad que ofrece el anonimato. Este tipo de discursos en una sociedad cada vez más digitalizada y polarizada ha alumbrado el nacimiento de los 'haters', un término inglés que hace referencia a quienes dedican su tiempo a atacar a otras personas a través de las plataformas digitales.
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«Encuentran en las redes sociales un lugar donde expersar un odio que, en primer lugar, tiene que ver con ellos mismos; algo conocido en el psicoanálisis como lo que odian de ellos (egoísmo, falta de valentía...). Lo proyectan en el otro, parten de una posición subjetiva y malestar consigo mismos que encuentran en las plataformas la manera de alejarlos de ellos. Lo íntimo expuesto en el otro», explica José Ramón Ubieto, psicólogo y profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
El bullying ha existido desde tiempos inmemorables, aunque no fuera con este nombre, y con la llegada de las nuevas tecnologías las víctimas han visto cómo este monstruo extendía sus tentáculos más allá del ataque físico y verbal en el aulas, volviéndose un problema cada vez más complejo.
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Pero, ¿qué les pasa a los 'haters'? ¿De dónde nace tanto odio? Los expertos destacan la inseguridad, la baja autoestima y el narcisismo como características comunes en los odiadores. Un informe de Stop Haters –primera asociación española sin ánimo de lucro para luchar contra el hostigamiento en Internet– señala que el blanco preferido por éstos en España son las mujeres jóvenes de 15 a 25 años. La mayoría conocen a sus víctimas y se les puede localizar con relativa facilidad «tras un exhaustivo trabajo de campo» porque «siempre fallan en algo», explica la abogada penalista Sara Antúnez, presidenta de esta asociación, que recibe más de 70 quejas mensuales de víctimas de ciberacoso.
El impacto psicológico del acoso en Internet es devastador: más de la mitad de los afectados reconocen tener la autoestima más baja y haber experimentado estrés, falta de apetito, ansiedad o ataques de pánico, según apuntan los estudios hechos al respecto.
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Víctimas y expertos denuncian que las plataformas no están haciendo lo suficiente para frenar el odio que destilan muchos mensajes y vídeos. Facebook, YouTube y Twitter se han comprometido a aumentar los controles, pero hoy por hoy es problema al que no se ha conseguido poner freno. «El fenómeno alimenta las 'burbujas de odios', grupos unidos con este mismo fín pese a que los enemigos sean diferentes. En ellas se retroalimentan y encuentran una legitimación política, ideológica o de otro tipo que pueden encontrar en algunos discursos actuales», detalla Ubieto, que explica que por la «gobernanza de los algoritmos de las redes» es complicado poner fin a esta lacra. «Es una cámara de eco que opera para que uno encuentre lo que otro promociona. Si nos interesa la ultraderecha te devolverá ese discurso y si quieres suicidarte habrá también una respuesta ante esta decisión. Es difícil que las propias redes frenen aquello que ellas mismas alimentan», advierte.
Los especialistas apuntan que la solución pasa la educación. Enseñar a niños y adolescentes qué es un trol y las motivaciones que hay detrás. Mostrarles cómo reaccionar de forma adecuada también ayuda a prevenir que se conviertan en futuros 'haters'.
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Envidia: Tendencia a la grandiosidad y al exhibicionismo. No aceptan críticas, falta de empatía y búsqueda de admiración.
Inmoralidad: Tendencia a la manipulación en contextos sociales utilizando cualquier tipo de herramienta o persuasión para conseguir una finalidad o interés propio.
Control: Son conductas socialmente desviadas, egocéntricas, manipuladoras e impulsivas que llegan a transgredir las normas en busca de sensaciones.
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