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Suena tan novelesco lo del 'síndrome del impostor' que hemos adoptado el término con mucho entusiasmo. Tanto, que lo dejamos caer en nuestras conversaciones cotidianas con frecuencia y lo aplicamos a gente que conocemos..., muchas veces sin entender su verdadero significado, ya que tendemos a ... pensar que se trata de una conducta aviesa, diseñada para engañar a los demás. Pues no, esos son los impostores de verdad, los que tratan de vender una imagen suya que no se corresponde con la realidad para salir beneficiados de alguna manera, muy distintos a las personas que realmente tienen el síndrome del impostor y que, por decirlo de una manera coloquial, son un poco pringadillas.
Con palabras técnicas, nos explica Fernando Botella, CEO de Think&Action, en qué consiste exactamente: «Las personas que sufren este síndrome en los entornos laborales son profesionales que creen que no merecen el puesto que ocupan: piensan que no tienen la capacidad, conocimientos o experiencia necesarios para desempeñarlo.Y, por eso, viven permanentemente angustiadas ante la idea de que tarde o temprano sus jefes o compañeros se van a dar cuenta de ello».
Es algo más frecuente entre las mujeres –históricamente les ha costado llegar a puestos de responsabilidad y a veces, cuando lo logran, no se acaban de creer que lo merezcan–, entre los jóvenes –se sienten con poca experiencia y 'vigilados' por sus compañeros veteranos– y en entornos «muy competitivos, volátiles y con alta rotación, como el sector tecnológico, por el miedo a perder el trabajo si no se cumplen unas altas expectativas», apunta Botella, quien explica que existe una gran paradoja en esto: «Aunque la persona sea más valiosa de lo que ella misma piensa, su percepción negativa sobre sí misma convierte en mentira lo que objetivamente podría considerarse verdad, que es que se trata de un buen profesional».Y eso va a sumir a su entorno en la confusión, ya que, aunque los hechos y resultados le avalen como un buen profesional, «su actitud y su lenguaje verbal y corporal transmitirán lo contrario».Es decir, serán percibidos como peores de lo que realmente son.
Sí, se hacen un flaco favor a sí mismos. Nunca se atribuirán mérito alguno, sino que achacarán el éxito a la coyuntura, a la suerte, al trabajo en equipo, al prestigio de la empresa, a la labor de sus antecesores… «A todo menos a sí mismos». Son, además, personas tendentes al autoboicot: ellas mismas se pondrán palos en las ruedas para que el fracaso que tanto temen se acabe convirtiendo en una profecía autocumplida. «Además, como tienen muchas carencias de autoestima, tenderán a aislarse y a comunicarse poco y mal con pares, jefes y colaboradores –describe–. Por último, si son mandos, no delegarán funciones en su equipo, para evitar que sus malas decisiones trasciendan en cascada por la empresa y su supuesta negligencia acabe siendo de dominio público»
En el lado opuesto, los impostores de verdad...
En las antípodas del síndrome del impostor están los verdaderos impostores. «Muchas personas tienen un ego tan desmesurado que están convencidas de que todo lo hacen bien, aunque la realidad esté muy lejos de ser así», avanza Botella. María Padilla, de Capital Psicólogos, añade que, «curiosamente, los auténticos impostores, aquellos que engañan deliberadamente sobre sus habilidades, no experimentan el síndrome del impostor». De hecho, su estrategia es completamente opuesta: «Mientras las personas con este síndrome dudan de sus competencias, los verdaderos impostores adornan y disfrazan sus acciones, manipulando la información para hacer méritos que no les corresponden». En lugar de experimentar el miedo al fracaso o la autocrítica, confían en sus habilidades de manipulación para mantener la apariencia de competencia. Sin embargo, este tipo de engaño suele tener un recorrido limitado. «Poco a poco, las acciones reales de un impostor comienzan a delatarle, ya que sus contribuciones no se sostienen en el tiempo ni alcanzan el nivel esperado».
Tal y como explica la psicóloga, hay cuatro claves que nos desvelan a los impostores de verdad. Primero, la inconsistencia en el empeño: al estar fingiendo competencia, tienden a alcanzar resultados inconstantes. «En momentos de alta presión, suelen fallar en mantener el nivel que pretenden tener», indica. Segundo: manipulan el entorno para mantenerse a flote (se adjudican el trabajo de otros o buscan desviar la atención de sus errores). En tercer lugar, «eluden responsabilidades complejas y prefieren involucrarse en aquellas que les permitan mantener una apariencia superficial de control». Y, por último, un rasgo clave: la falta de colaboración genuina, es decir, prefieren trabajar en solitario, «ya que temen que sus carencias queden expuestas cuando interactúan de cerca con personas más competentes».
Y en un punto intermedio...
En un punto intermedio, apuntan ambos expertos, hay personalidades más equilibradas que asumen sus deficiencias sin dramas ni complejos y trabajan para superarlas. El dicho tan popular en los entornos de emprendimiento 'fake it till you make it' ('finge que sabes hacerlo hasta que sepas hacerlo') es paradigmático de esta corriente. Y esto, en mayor o menor medida, lo hemos hecho todos.
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