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Me está costando la vida sacar todas mis tareas adelante sin mi móvil. Miro el calendario (de sobremesa, claro, que el de mi teléfono está desaparecido en combate) y veo que se va acabando la semana y que mi ritmo de producción periodística no es el que me gustaría. Me doy cuenta de que llegar del punto A al punto B sin móvil me requiere muchos pasos y un montón de rodeos (recordemos que no tengo agenda, ni mis contactos a mano, ni dispongo de email si estoy en la calle). Es decir, estoy perdiendo un tiempo que no tengo y eso resulta desesperante. Además, se me empiezan a acumular reportajes con flecos sueltos y eso me pone de muy mala leche. Lo mismo que explicar a muchos expertos que me ayudan en mis reportajes y a algunos compañeros que no tengo móvil y que por eso no he atendido a sus whatsapps. Alucinan con el motivo y, como casi todos son majos, tratan de darme buenos consejos. Aunque alguno simplemente me dice que me acompaña en el sentimiento y en otros he notado cierto mosqueo mal disimulado. Hay que ver lo mal que les sienta a algunos que no les respondas a los mensajes inmediatamente. Quieren tenerte siempre ahí, al quite.
Hola, soy Solange Vázquez. Hace casi 24 años que trabajo en EL CORREO. He pasado por un montón de secciones (Reportajes, Internacional, Local, Política, Televisión) y ahora trabajo en Vivir
Vamos, que mi experimento está cabreando a más gente, no solo a mí. Y eso me parece, sencillamente, estupendo. Así añoro menos los privilegios perdidos, como la versatilidad y la rapidez que me da el móvil a la hora de trabajar. Me viene una vez más a la cabeza una frase de mi profe de yoga, que para mí es la voz de la sabiduría, como Yoda en la Guerra de las Galaxias pero sin cambiar el orden de las palabras y sin la cara verde: «A la cabeza le gusta hacer las cosas rápido, pero al cuerpo, no». Pues parece que va a tener razón, mi cabeza pide más marcha, adelantar trabajo, atar citas para la semana que viene... porque esa es otra. Me estoy dando cuenta de que esta aventurita no va a ser 'Una semana sin móvil', sino 'Una semana sin móvil y otra para arreglar el desorden que se ha creado'. Es decir, los daños colaterales se van a extender varios días. Porque no solo llevo atraso en el trabajo, es que en mi vida privada tampoco he querido meterme en muchos líos y he eludido o directamente anulado varias citas –dentista y fisio, por ejemplo– y quedadas con colegas (mejor la semana que viene, ¿eh?). ¿La razón? Prefiero estar en casa, donde tengo teléfono fijo y ordenador con su correo electrónico. Es decir, donde estoy conectada con el mundo.
Así que me he vuelto bastante más casera de lo que soy. Y me doy cuenta de que eso no puede ser, de que el creerme imprescindible para la buena marcha del mundo me está limitando un montón. Tampoco voy al gimnasio, porque me da cosa estar ilocalizable un par de horas y porque, bueno, se me olvidó reservar online las clases de esta semana –algo que también hago con el móvil– y al darme cuenta e intentar hacerlo con el ordenador he visto que las actividades que me interesaban estaban completas. Así que no solo voy a terminar la semana más doméstica, también menos tonificada. Daños colaterales del experimento este al que tengo que añadir otro: por aburrimiento, ansiedad, por estar más en casa o por una mezcla de todas esas cosas, picoteo más. Se conoce que en ese pasado reciente en el que yo tenía móvil, mientras trasteaba con el teléfono mis manos estaban ocupadas y no iban a la caja de galletas. Ahora no tienen freno y diría que peso por lo menos medio kilito más. ¿Engordar por un reportaje que te han encargado se consideraría una enfermedad laboral? Se lo preguntaré a mi abogado cuando recupere el móvil.
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Solange Vázquez
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Y hecho este repaso de todo lo que he perdido, noto que me estoy poniendo en un plan muy negativo, impropio de mí. Porque, ciertamente, para ser justa tengo que decir que empiezo a ver que estar sin móvil me está beneficiando en algunos aspectos importantes. Ahí va el primero: duermo mejor. Empecé la semana fatal, inquieta y mirando muchas veces de madrugada el despertador (al principio de todo esto no me fiaba de él porque estaba acostumbrada a amanecer con la sintonía de mi móvil, la muñeira de Chantada, que hace un ruido de mil demonios y levanta hasta a los muertos).Pero ahora ya he comprobado que no pasa nada, algo en mi cabeza ha hecho 'click' y ha dado la orden de que duerma de un tirón, porque no hay móvil que mirar, ni linterna que encender ni mensajes que revisar ni nada. ¿Más beneficios? Sí. Me concentro más. Cuando trabajo, trabajo. Cuando juego con mis hijas, juego con mis hijas. Cuando charlo con alguien, charlo con alguien (en persona). No lo junto todo en un ovillo como tengo por costumbre. Y estoy empezando a agradecerlo.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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