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Solange Vázquez
Lunes, 27 de enero 2025, 19:02
Cuántas veces habremos oído –o incluso dicho– eso de que 'con miedo no se puede vivir'. Pues bien, sí, se puede. De hecho, solo las personas con ciertas lesiones cerebrales carecen de esta emoción... y no les hace ningún bien. Aunque, eso sí, es conveniente ... que aprendamos a atarlo en corto, porque cuando dejamos que campe a sus anchas las consecuencias –que con el tiempo pasan del plano mental al físico– son nefastas, según explica la psicóloga María Esclapez.
Según la teoría que todos sabemos, el miedo «nos permite reaccionar ante cosas que podrían hacernos daño», resume la experta, que acaba de publicar 'Tu miedo es tu poder' (ed. Bruguera). ¡Pero cómo nos hace sufrir! ¿Hay alguna manera de convivir con él, más o menos pacíficamente, y convertirlo en nuestro aliado? Parece que sí. Según la experta, si sabemos escucharlo, «también nos habla de nosotros mismos: de cómo respondemos a heridas que muchas veces no vemos». Es decir, es un excelente 'chivato' que nos dice qué debemos reparar. «Podemos transformar el malestar que nos produce en seguridad», insiste. Pero para ello debemos conocer sus resortes...
El miedo es una emoción regulada por circuitos cerebrales que involucran principalmente a la amígdala, una estructura clave en la detección y procesamiento de amenazas. Esta respuesta, esencial para la supervivencia, puede volverse problemática cuando se da sin que haya un peligro real. Ahí nacen las fobias y el trastorno de ansiedad generalizada, por ejemplo. Además, ante un miedo intenso o cuando tenemos un nivel de estrés elevado, la amígdala da una especie de golpe de Estado y toma el control de la actividad cerebral, reduciendo la influencia de las áreas cerebrales responsables del pensamiento racional. ¿Qué nos ocurre en ese momento? Que nuestra capacidad de analizar situaciones con claridad queda limitada y se desencadenan dos tipos de respuesta(depende de la persona o de la situación se dará una u otra): una impulsiva, que es cuando nos enfadamos y caemos en la ira –una emoción que suele esconder detrás un miedo profundo– o una evitativa, que sería cuando nos quedamos quietos, como si así nos 'ocultásemos' de los supuestos peligros que nos acechan. ¿Qué podemos hacer para que la amígdala no nos haga la puñeta (con la mejor de sus intenciones)? ¿Podemos cambiar nuestro cerebro? «Sí, se puede, pero con respeto», asegura Esclapez. Estas son algunas de las pautas para «hackear» las partes del cerebro encargadas del miedo.
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«Al miedo hay que tratarle como si fuese un ente aparte», señala.Eso quiere decir que debemos mirarlo desde fuera, no como víctimas. Para ello hay trucos útiles como escribir los miedos en una libreta, dibujarlos de forma ridícula... El humor también ayuda a desactivarlo. «Contémplalo con perspectiva –aconseja la experta–. ¿Podrías acercarte a él con interés y curiosidad? Es la manera de hacerle perder poder.
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Dedicar todos los días un ratito limitado de tiempo a pensar en lo que nos da miedo es muy útil.Con ello conseguimos aceptar que está ahí y que no se nos inmiscuya en la cabeza una y otra vez a lo largo del día o que nos impida dormir. No lo evitamos, le dedicamos un tiempo, el que nosotros decidimos, eso sí, para tener nosotros las riendas, no él.
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La psicóloga indica que si hemos crecido en entornos complicados o hemos estado mucho tiempo en relaciones dañinas, «la seguridad se trunca y el miedo adquiere un papel más protagonista en nuestra vida». «Es lógico, no queremos volver a sufrir», apunta. Y viviremos en modo 'herida emocional', viendo amenazas por todas partes. Y aquí está de nuevo la amígdala echando leña al fuego, porque tiene almacenada información, a veces antigua, que cree útil para evitar nuevos daños, se vayan a producir o no. El caso es que podemos hacer algo con ese miedo: descubrir qué 'herida' nos lo causa (falta de autoestima, problemas de pareja....) y trabajar en ese marco para solucionar la causa del miedo. «Acercarse a la trampa para salir de la trampa, ese es el camino», desvela. Eso sí, para eso hay que ser valiente...
Miedo a la soledad, al abandono, al fracaso, a la traición, a perder el trabajo... Son los miedos más comunes, los que más oye María Eclapez en su consulta.Al final, solemos ser muy poco exóticos y todos tenemos temores muy parecidos, aunque existen también miedos irracionales (¡miedo al éxito!) que aportan un plus de creatividad.El caso es que estos motivos hacen que nos salte la espoleta del miedo y cuando estamos continuamente 'activados' por ello podemos caer en una estado de ansiedad generalizada que se acaba traduciendo a nivel físico... «Se produce una inflamación corporal, te estropeas, te deterioras...», advierte la experta.
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