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Quién se sienta en casa con las rodillas juntas? Nadie. ¿Qué necesidad hay de estar incómoda? Porque sentarse con las piernas totalmente juntas, como si no se tuviera derecho a ocupar mas espacio, es incomodísimo. Sin embargo, así se sientan normalmente las mujeres en público. Para el cómodo 'espatarre' parecen tener licencia solo los hombres. Más allá de la comodidad (incomodidad en este caso), esas rodillas que se pegan transmiten un mensaje: recato, formalidad...
«Los demás nos perciben en función de cómo sonreímos, de cómo nos expresamos, cómo nos movemos... Tendríamos que poder expresarnos como nos sale, pero todos tenemos en la cabeza unos estereotipos y hemos asimilado que el poder, la autoridad, la seguridad... están en el comportamiento no verbal masculino. Las mujeres, por el contrario, representamos los rasgos propios de la maternidad, de la amistad... y nos movemos como madres, como compañeras, como amigas. Sonreímos más, tenemos una actitud más discreta, más dulce, más dócil. No está mal y, de hecho, nos resulta de gran utilidad en el ámbito doméstico, familiar y social, pero nos puede perjudicar en el mundo empresarial porque no son los valores que se tienen en cuenta».
Habla con conocimiento de causa Teresa Baró, especialista en comunicación personal en el ámbito profesional, directora de la consultoría Verbalnoverbal y autora de 'Imparables'. Comunicación para mujeres que pisan fuerte' (editorial Paidós).
– Tiene una carrera consolidada, experiencia acumulada... ¿Todavía tiene que demostrar más que sus colegas hombres?
– Yo sigo demostrando cada día: lo que hago, lo que valgo, lo que sé. Lo tengo que hacer más que los hombres del mismo sector, colegas que, sin poner en duda que hacen un excelente trabajo, tienen el triunfo y el éxito asegurado, además de tener más visibilidad que nosotras.
La 'invisibilidad' femenina, sostiene la autora, tiene mucho que ver con eso que no se dice, con lo que se transmite con el gesto. Por eso mismo, en esa gestualidad está también la oportunidad de dotarnos de mayor visibilidad.
Cuestión de altura...
Hay una altura moral y otra física. Y, aunque solo deberíamos fijarnos en la primera, está demostrado que la segunda tiene cierta influencia en el éxito laboral: «Las estadísticas demuestran que, cuanto más alto sea un ejecutivo, más probabilidades hay de que ocupe un alto cargo directivo y, por tanto, más elevado será su sueldo». Las mujeres, «que medimos de media cinco centímetros menos que los hombres», partimos con desventaja en esta carrera. Pero esa altura no solo se mide en centímetros: «Saluda con simpatía, pero no inclines ni la cabeza ni el cuerpo; si vas a visitar a un cliente, no te sientes mientras esperas al anfitrión; en las reuniones, trata de ser la última en sentarte, levántate para hablar siempre que puedas y procura sentarte a la derecha de la persona con más rango. Si tienes una reunión complicada en el despacho, levántate cuando tu interlocutor entre, pídele que se siente y solo cuando lo haya hecho te sientas tú: ese gesto transmite buena educación pero, a la vez, dominio de la situación», enumera la especialista.
El saludo
«Cuando un señor me saluda con un beso y a un colega mío le da la mano, me está situando fuera de juego». Por eso, sostiene Teresa Baró, «el apretón de manos es el gesto que más favorece a las mujeres en el terreno laboral». Lo que no está reñido con «finalizar el encuentro con un beso si se ha establecido un vínculo de confianza con el interlocutor».
De pie
Eche un vistazo a cualquier foto oficial donde aparezcan hombres y mujeres: la última del presidente con sus ministros y ministras, por ejemplo. Los verá a ellos con las piernas separadas (Pablo Iglesias más que Pedro Sánchez) y a ellas, generalmente, con los pies juntos. «Sería chocante que las mujeres estuvieran con los pies separados y ellos los colocaran juntos», recrea la foto 'al revés' la autora del libro. Dice que, salvo las mujeres policías, «que reciben un entrenamiento igual al de sus compañeros», el resto, casi sin excepción, posa con los pies juntos. «De ese modo reducimos nuestra base de apoyo; con ello, nuestra estabilidad, y eso afecta también a cómo nos perciben los demás». Baró aconseja una posición más 'estable' y 'visible': «Con separar unos diez centímetros es suficiente».
Mantiene Teresa Baró que los elogios se reciben de diferente forma si el aludido es un hombre o una mujer. Nosotras, dice, tendemos a 'rebajar' el reconocimiento, a quitarnos importancia, mientras que ellos ven la ocasión de reforzar con el elogio su imagen. «Si a un hombre le dicen: 'Hombre, Carlos, enhorabuena por el contrato que has conseguido', él responderá con alguna frase del tipo: 'Hace un tiempo vi una oportunidad de negocio ahí y no quise dejarla escapar', 'Me lo he trabajado, tengo buenos contactos en el sector...', 'Bueno, gracias. No es para tanto, con un solo argumento le convencí'. Por el contrario, si quien habla es una mujer, probablemente responderá algo así: 'Sí, tuve mucha suerte, gracias', 'Oh, bueno. En realidad es mérito de todo el equipo', 'Cualquiera lo habría hecho'...». Así que, cuando recibamos un halago por nuestro trabajo y tengamos la espontánea tentación de 'autodisminuirnos', «simplemente digamos 'gracias'».
Sentadas
Sin llegar a sentarnos con las piernas totalmente abiertas, sí podemos hacerlo con ellas «sin cruzar y ligeramente separadas». O cruzarlas, «pero sin 'enroscarte'». En las entrevistas de trabajo, reuniones, eventos públicos, etc., «procura no sentarte en el borde de la silla como si estuvieras a punto de salir corriendo, porque da imagen de inseguridad».
Los brazos
«Intenta no cubrirte el pecho con carpetas, bolso, abrigos..., porque darás la sensación de estar protegiéndote». Un gesto muy habitual en mujeres y que se debe evitar es «cruzar un solo brazo por debajo del pecho y, con la mano opuesta agarrar el codo, porque es una señal velada de autoprotección y denota inseguridad o incomodidad. Si estás molesta, cruza los dos brazos, y para mostrarte segura ábrelos totalmente».
¿Qué os parece si...?
«Una manera de rebajar la sensación de autoritarismo es evitar las opiniones formuladas de manera contundente y convertirlas en pregunta. Por ejemplo: '¿Qué os parece si revisamos los plazos de entrega de los proyectos?'». Propone la especialista dos alternativas: 'Revisaremos los plazos de entrega' o 'Propongo revisar los plazos de entrega'. «Si lo formulas como pregunta, puede interpretarse como una duda o una falta de decisión, cuando en realidad la decisión ya está tomada».
Las frases
En algunos momentos profesionales, la comunicación verbal de los hombres es más eficiente, opina Baró: «Utilizan enunciados simples, respuestas sin rodeos, órdenes directas. La concreción y la brevedad son eficaces y dan una imagen de seguridad y firmeza. Las frases largas, más propias del estilo femenino, tienen más riesgo de quedar confusas, enmarañadas por los incisos e inacabadas».
¿Puedo pasar?
Cuando entras al despacho de un superior, «nada de asomar la cabecita: entra erguida mirando a los ojos y cierra la puerta sin darle la espalda».
La importancia de la risa y de la mirada
«Cuando sonrías al acabar de hablar, hazlo de forma clara y abierta y con la cabeza levantada. Si bajas la cabeza y miras desde abajo, te estarás poniendo en una actitud de humilde espera de atención». Además, prosigue Baró, «no te rías o sonrías con timidez cuando te hacen una broma que no te gusta».
«Hay que evitar un exceso de movimientos oculares porque dan la sensación de que estamos buscando las palabras, las ideas... Al hablar en grupo, mira a las personas a los ojos y detente dos segundos en cada una. Mira también a las personas que te resultan incómodas, así demuestras poder».
«Las mujeres asienten con la cabeza para demostrar que están escuchando, pero los hombres creen que asentir significa estar de acuerdo. De modo que cuando estás escuchando algo que no te gusta o crees que es ofensivo, evita ese gesto. Escucha sin mover la cabeza», orienta Teresa Baró.
¿Por qué, cuando suspenden un examen en el colegio, las chicas creen que no han estudiado lo suficiente y los chicos, sin embargo, lo achacan a que el control era muy difícil? Esos mismos niños unos años más tarde: la mujer cree que su éxito en el trabajo ha sido cuestión de suerte, mientras que el hombre lo atribuye a sus grandes capacidades. Con estos dos ejemplos arranca la sinopsis de 'El síndrome de la impostora. ¿Por qué las mujeres siguen sin creer en ellas mismas?' (editorial Península), un tratado en el que Élisabeth Cadoche y Anne de Montarlot, periodista y psicoterapeuta, ahondan en esta «trampa mental» que también 'empequeñece' a las mujeres, agrandando esa brecha de género, ya de por sí amplia, en el terreno laboral. «Para optar a un puesto de responsabilidad, en general, el hombre se posiciona como experto y aprende después; tiende, incluso, a sobreestimar sus capacidades y su rendimiento. Por el contrario, las mujeres probablemente solo manden el currículum si se sienten sumamente preparadas para atribuirse tan solo el derecho a atreverse a solicitarlo». Esa es la trampa a la que aluden las autoras: mujeres sobradamente preparadas que no se lo creen. «El sentimiento de ser una impostora afecta a menudo a personas brillantes y les impide aceptar sus logros. Tienen la impresión de no merecer su éxito, que atribuyen a la suerte o al azar. Para la 'impostora', las causas de su éxito siempre son externas, nunca son sus méritos». ¿Por qué experimentan algunas mujeres este síndrome? «Por la presión constante de rendimiento e imagen, porque la ausencia de mujeres en puestos directivos en muchos sectores hace que las que llegan estén más expuestas y solas y porque, pese a los avances sociales, persisten estereotipos del tipo: 'A las mujeres no les gusta negociar', 'Se mueven más por las emociones'...».
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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