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España es país de mascotas. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 49% de los hogares tiene al menos una. Es más, actualmente hay ... más perros que niños dentro de nuestras fronteras: 9,3 millones de canes frente a una población infantil que ronda los 7 millones. No cabe duda de que los animales se han convertido en un miembro más de la familia y, como tales, dejan un profundo vacío cuando fallecen.
«Muchas personas establecen un vínculo muy estrecho y duradero con sus mascotas. La pérdida de esta relación, con sus lazos afectivos, experiencias compartidas y recuerdos suele generar un dolor muy grande y requiere, como cualquier pérdida significativa, que atravesemos un proceso natural de duelo», explica Lucía Cañellas, fundadora de Alcea Psicología. Este proceso consta de cuatro fases en las que coinciden la mayoría de teóricos, concreta la psicóloga madrileña:
1. Etapa de shock
«Podemos sentirnos confusos y bloqueados en los primeros momentos. Especialmente si la muerte de nuestro animal ha sido inesperada o traumática».
2. Etapa de negación
«Podemos continuar con nuestras vidas como si no hubiese pasado nada, evitando conectar con el dolor de su pérdida. Por ejemplo, no pensando mucho en ello, planteándonos adoptar a otra mascota o centrándonos en aspectos más logísticos o concretos de nuestras vidas».
3. Etapa emocional
«Empiezan a aparecer las emociones asociadas a la pérdida. Tristeza, nostalgia o dolor por su ausencia, por el recuerdo. Y enfado por el final, por las posibles negligencias que pensamos que pudieron cometer otras personas en el proceso de su muerte, por ejemplo. O incluso culpa ('porqué no hice esto', 'debería haber hecho esto otro'), especialmente si tuvimos que tomar la difícil decisión de la eutanasia. Esta fase es fundamental para poder dejar 'salir' las emociones que naturalmente aparecen cuando perdemos una relación tan importante».
4. Fase de aceptación
«Asimilamos, reflexionamos e integramos la pérdida en nuestra cotidianidad. Somos capaces de recordar a nuestra mascota con cariño y sin tanto dolor activo».
Alcanzar este último punto no resulta sencillo, especialmente si nuestro entorno se muestra poco comprensivo. Algo que suele ocurrir con aquellos que no tienen animales a su cargo o, de tenerlos, no han conectado con ellos en un plano similar: «Además del abatimiento por la propia pérdida, podemos sentirnos incomprendidos, solos o avergonzados porque nos duela tanto -prosigue Cañellas-. Es importante promover una sana auto-validación emocional, acompañarnos con cariño, respetar y saber que nuestras emociones son lógicas, necesarias y válidas: lo que sentimos es proporcional al cariño e implicación que teníamos hacia nuestro animal. También puede ser útil compartir con los demás cómo nos sentimos, pero es muy importante elegir bien a personas con las que nos abramos: personas que no vayan a juzgarnos y nos puedan comprender».
Este último punto es compartido por veterinarios como Carlos Gutiérrez, cabeza visible del canal de YouTube 'Mascotas y Familias Felices': «Escuchamos y validamos los sentimientos de nuestros clientes porque sabemos lo importantes que son los compañeros animales para todas las familias y tutores. Además, creo que es fundamental no culpabilizarse: incidir en que le hemos procurado los mejores cuidados a nuestra mascota y que hemos compartido con ella su tiempo de vida, sin importar cuánto haya sido. En algunos casos, incluso le habremos dado una segunda oportunidad sacándola de la calle e integrándola en una familia en la que ha podido confiar. Ese sentimiento también alivia mucho».
Sobre cómo afrontar los primeros días tras la pérdida, la fundadora de Alcea Psicología recomienda respetar el estado de extrañeza que podamos sentir: «Suele ser útil no forzarse a hacer demasiados planes si no nos apetece y no tomar decisiones. Al menos hasta superar una etapa de shock inicial que suele durar varias semanas».
A menudo también tenemos que acometer la difícil tarea de comunicar la noticia a nuestros hijos, lo que según Cañellas debe hacerse en función de su edad y capacidad de gestión emocional: «Si no se trata de una muerte inesperada, conviene anticiparla explicándoles que la mascota 'está malita' y, una vez ocurrido el desenlace, transmitirles de forma cálida pero directa que el animal no va a volver. También es importante elegir el momento y lugar adecuado para comunicarlo, haciéndoles partícipes de nuestra tristeza pero sin desmoronarnos; respondiendo a todas las preguntas que puedan surgirles y validando sus emociones con expresiones acordes ('es normal que estés triste', 'veo que estás enfadado, te comprendo'...).
Gutiérrez recomienda también llevar a cabo rituales de despedida con los que «cerrar el ciclo» (por ejemplo, escribir una carta y llevarla a uno de los sitios preferidos de nuestra mascota); no adoptar a un nuevo animal hasta haber superado la fase final de aceptación y «no caer en el error de sentir que se está reemplazando a uno por el otro, ya que estás dándole el cariño y la oportunidad de encontrar un hogar a otro animal que también lo necesita».
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