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MIKEL CASAL
Guía para saber si sufres la crisis de la mediana edad

Guía para saber si sufres la crisis de la mediana edad

De los 45 a los 50, el bajón físico es evidente y nos urge vivir a tope... ¡Hasta el cerebro se rebela!

Sábado, 23 de abril 2022, 19:01

Para algunas personas, la llamada crisis de la mediana edad es solo una leyenda urbana, mientras que para otras supone una realidad bastante complicada de gestionar. Pongámonos empáticos con los que sí la sienten o la han sentido, que son la mayoría. O incluso con los que sospechan que, probablemente, pasarán por ella, porque ya atisban algún indicio. Y lo primero para comprenderles es definir este fenómeno. La crisis de la mediana edad llega cuando tienes entre 45 y 50 años, echas la vista atrás, haces balance y te das cuenta de que el tiempo pasa demasiado rápido, de que ya, definitivamente, no eres joven ni lo volverás a ser. Y esta constatación de que envejecemos sin remisión nos hace pensar en la muerte como algo ya no tan teórico.

¿Qué pasa entonces? Que nos entran las 'urgencias', queremos hacer cosas que quizá tengamos pendientes, exprimir nuestros días y nuestras noches al máximo, reeditar ilusiones y sensaciones que teníamos en la juventud (ilusión por aprender cosas y explorar nuevos terrenos, enamorarnos otra vez). Y ahí viene la crisis, porque este ímpetu disloca o amenaza con dislocar la estabilidad que hemos podido lograr, a veces con no pocos esfuerzos. ¿Por qué es tan frecuente que se desencadene esta crisis? ¿Es algo puramente psicológico? ¿La enésima profecía del mundo moderno que nosotros nos creamos solitos y después sufrimos?

Sea como sea, lo cierto es que poca gente se libra de ella. Es uno de los 'valles' más pronunciados en la felicidad (¡esa montaña rusa!) a lo largo de nuestra vida. De hecho, hace un par de años la Universidad de Stirling, en Escocia, llevó a cabo un estudio a nivel mundial sobre la percepción de la felicidad y llegó a la conclusión de que los 47 años es la edad en la que el ser humano se siente más desgraciado. Según esta investigación, ese será nuestro punto más bajo de satisfacción (la caída habrá empezado mucho antes, claro), que no se recuperará hasta que pasemos los 60.

«¿Qué significa esto? Que la mediana edad es una etapa difícil para casi todos. No es la muerte lo que nos da miedo, sino no estar aprovechando de manera auténtica el tiempo que nos queda», indica Valeria Sabater, psicóloga y escritora. ¿Y qué avala nuestros temores? «Que vemos que el cuerpo ya no nos responde igual. Aunque ciertos indicadores médicos importantes en el proceso de envejecimiento, como los niveles de hormonas empiezan a bajar a los 25 años después de haber tenido su pico máximo, no es hasta los 40 o 45 cuando empezamos a notar las consecuencias», avanza José Serres, presidente de la Sociedad Española de Medicina Antienvejecimiento y Longevidad (SEMAL)y uno de los mayores referentes en medicina antienvejecimiento de España.

De este modo, parece ser que esta crisis no es solo una construcción psicológica. También se sustenta sobre una serie de cambios físicos y neuronales. He aquí un esbozo de sus distintos vértices.

Estado de ánimo

La crisis de la mediana edad no es una crisis depresiva. Es cierto que podemos ponernos nostálgicos y reflexivos, pero para acabar concluyendo que necesitamos emociones intensas. «Necesitamos esos chutes de dopamina y serotonina para sentirnos más vivos que nunca. Y eso hace que derivemos en comportamientos más innovadores, arriesgados e incluso alocados.El problema es que en esa búsqueda de novedades podemos actuar más por impulso y por deseo de gratificación que por sentido común. Asimismo, ese anhelo de cosas nuevas hace que nos replanteemos también muchas cosas que antes dábamos por sentadas, como, por ejemplo, las relaciones afectivas», argumenta Sabater.

Es decir, que hacemos balance... ¡y nos entra la prisa, el ansia, la inquietud! ¿Por qué los humanos somos tan dados a hacer estos balances vitales, auditorías de nuestra vida, sobre todo a edades 'redondas'? «Las edades redondas son altos en el camino en época de transiciones, que resultan necesarios porque nos instan a tomar decisiones, a replantear qué queremos en nuestra vida. Solo así reorientamos y calibramos mejor nuestros rumbos personales –destaca la psicóloga–. Y el hecho de que se hagan a edades redondas, como los 40 o los 50, se debe, sobre todo, a las narrativas sociales que hemos integrado de manera inconsciente: vivimos en un mundo en el cual la llegada a esas décadas se asocia a sentimientos de pérdida. La juventud, supuestamente, se acaba y, con ella, la oportunidad de hacer ciertas cosas».

Aunque en realidad, y debido al aumento de la esperanza de vida, «nos encontramos en el esplendor de la existencia», recalca Sabater, quien considera que los 50, hoy por hoy, son ese punto intermedio en el que nos conocemos bien a nosotros mismos y sabemos qué queremos.

Esto debería contar como una ventaja, ¿no? Lo que ocurre es que estamos tan bombardeados por la presión social del 'ahora o nunca', que acabamos portándonos como adolescentes. Es decir, sin pensar mucho. Una bomba de relojería, vaya.

El cerebro

Lo cierto es que, en esta tesitura, el cerebro no ayuda. Es más, nos hace la puñeta. Diego Redolar, uno de los neurocientíficos más reputados del país, nos explica por qué. «El desarrollo de la corteza prefrontal, sobre todo las zonas dorsolaterales del cerebro, involucradas en el control de la conducta, no se cierra hasta que la persona tiene 25 años. Por eso, antes de esa edad, como el desarrollo cognitivo está sin terminar, sentamos patrones de conductas impulsivas, sin raciocinio, menos pensadas, con más tendencia al riesgo». ¿Y qué ocurre después de esa edad? Pues que entramos en una etapa estable, racional, que nos permite tomar decisiones porque el proceso madurativo ya ha terminado.

El problema es que esta balsa de aceite no dura siempre. «Cuando nos aproximamos a los 50 años, en lugar de ganar facultades, las perdemos a nivel físico. Y nuestra percepción de ello nos lleva a un cambio psicológico: valoramos que no tenemos muchos años para vivir, que nos quedan cosas por hacer, que igual no tenemos tiempo ya... Y, en este sentido, en los procesos de toma de decisiones, ese control cognitivo, que era muy férreo desde los 25 y que a los 30 resultaba realmente sólido, se difumina», advierte Redolar.

Sí, tenemos una sensación de urgencia y eso cambia la manera de actuar de nuestro cerebro. Tal y como explica el neurocientífico, a la hora de tomar una decisión hay tres aspectos que intervienen, y cada cual reside en una zona del cerebro: el razonamiento (en la corteza prefrontral), el procesamiento de la información emocional (radicado en ínsula y amígdala) y el sustrato nervioso del cerebro (núcleo acumbens). Estos tres puntales suman sus granitos de arena –unos aportan más y otros, menos– y de ahí surge la decisión. «El razonamiento a partir de los 25 años tiene mucho peso. Lo que ocurre es que, tirando a los 50, la parte emocional cobra mucha importancia y sentimos que cosas que antes priorizábamos (trabajo, familia, estabilidad) dejan de tener tanta importancia. Nos dejamos liar más por lo que sentimos y por la parte del refuerzo, es decir, por lo que nos gusta –desgrana–. Por eso, mucha gente empieza a darse caprichos, pierde el miedo y busca cosas que le hagan sentir de una manera determinada». Vamos, que cerebralmente vivimos una 'segunda adolescencia'.

El cuerpo

Nuestro estado de ánimo y nuestro cerebro se han aliado para que entremos en la crisis de la mediana edad. ¿Y qué pasa con el cuerpo? ¿También es cómplice de este desaguisado? «De los 40 a los 50 años hay una regresión de todos los tejidos, es así», deja caer como una bomba Ricardo Franco, presidente de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao. Encima, el espejo nos lo recuerda. Y también esos aniversarios «con compañeros de estudios, donde haces repaso y te quedas horrorizado». Ay, qué verdad tan grande. «Y si a esto le añades la crisis existencial del '¿a dónde voy?', 'ya lo he hecho todo en este mundo'...», añade Franco.

Para colmo, detrás de todo esto hay una tormenta hormonal tremenda. «Aumenta el nivel de hormonas malas (como el cortisol, por ejemplo) y baja el de las buenas (la hormona del crecimiento, la testosterona en los hombres y estrógenos y progesterona en la mujer) y otras sustancias beneficiosas para el organismo, como la melatonina (un potente antioxidante), también caen en picado», repasa José Serres. La consecuencia es que «no te responde al cuerpo igual». «Digestiones peores, menos resistencia al alcohol, empeoramiento del sueño, menor deseo sexual, menos resistencia física...». Todo influye en que nos sintamos peor y que pensemos 'oye, que esto va en serio'.

Por eso, Serres recomienda que, en lugar de venirnos abajo, «cojamos el toro por los cuernos al primer indicio». Lo primero es que nos hagamos análisis, suplementemos si hace falta (hierro, vitamina D, alguna hormona) y controlemos a 'enemigos' como el colesterol o la obesidad. Adiós al tabaco, mucho ojo con el azúcar, comida saludable cocinada de forma 'limpia', ejercicio regular y... a cumplir años con alegría, «porque es verdad que pasa y hay que aprovechar».

«¡Otra cosa es que hagamos locuras!», matiza. Para él, un gran remedio antienvejecimiento, además de la menformina, un fármaco contra la diabetes tipo II que está dando unos excelentes resultados en ensayos, es «llenarse la vida de cosas que hagan ilusión». «Es mi máxima: cuantas más cosas que te gusten incorpores, mejor, ¡más feliz serás!», anima. Cierto, uno empieza a morir cuando cree que ya lo ha vivido todo y no le queda nada por hacer.

Pasado y futuro

  • El padre del término: El psicoanalista canadiense Elliott Jaques (1917-2003) es el padre del término y lo describió como una etapa de disminución de satisfacción con la vida y un marcado temor al futuro, junto con la añoranza de tiempos pasados.

  • En busca de algo... ¿ de qué?: El psicoanalista Erik Erikson (1902-1994) sostenía que, en la adultez media la gente intenta encontrar significado y propósito para sus vidas, establecer cuál es su legado. «Este impulso, sumado a las ganas de de atesorar cada momento del pasado, nos lleva, en ocasiones, a querer experimentar nuevas vivencias, a arriesgasrnos a vivir aventuras», indican desde el gabinete psicológico TherapyChat.

  • Importante: Debemos tener en cuenta que los 50 de ahora no tienen que ver con los de antes por el aumento de la esperanza de vida y porque lo hacemos todo mucho más tarde (tener hijos, encontrar trabajo...).

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