Solange Vázquez
Viernes, 29 de septiembre 2023, 00:12
Vamos allá. Antes de ponerme a escribir este reportaje, echo un vistazo a mi mesa de trabajo. Lo primero de lo que me doy cuenta es de que hay decenas de cosas, incluidas algunas en las que hace siglos que no reparo: gafas de sol ... baratas junto al ordenador, gomas del pelo, infinidad de bolis y rotuladores (muchos no pintan desde hace meses), el vaso del último café, una botella de agua, unas fotos, el teléfono fijo sepultado entre folletos, mis 'amuletos' (lagartos de goma, algún muñequito), montones de libros y cuadernos, apuntes por todas partes, un perfume de mi compañera, una caja de ibuprofeno, una taza con la frase 'me tenéis hasta...'. Todo colocado sin ningún orden aparente. La verdad es que está hecho un auténtico cisco. Alguna vez alguien me lo dice, pero siempre recurro a esas frases-escudo de los desordenados: '¡Yo me entiendo en este caos!' '¡Sé dónde está todo!'. ¿Habrá algo de verdad en esas palabras? ¿Y si nuestra mesa de trabajo es solo la trasposición del jaleo que tenemos en el cerebro?
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«Cuando decimos lo de 'hay orden en mi caos' puede que haya algo de verdad siempre que la desorganización no sea muy acusada, pero en la mayoría de los casos lo que hacemos es justificarnos e incluso aplicar una simple disonancia cognitiva: 'Sé que este desastre no me ayuda, pero, oye, ¿no dicen que los desordenados son personas creativas?'. Así que echamos mano de este pseudoargumento», aclara la psicóloga y escritora Valeria Sabater.
Pero ojo, «que el caos en un escritorio, habitación o casa refleja en muchos casos algo más que la falta de tiempo para ponerte a ordenar. Lo que hay casi siempre es mera procrastinación, dejar para mañana lo que se debería hacer hoy porque en este momento la ansiedad me devora».
O sea, que así tengo la mesa, ¿así tengo el cerebro? No exactamente. Pero sí parece ligado al estado de ánimo (nosotros no somos nuestro estado de ánimo) y a nuestro nivel de ansiedad. «Respecto a si nuestro desorden es reflejo del estado mental, la respuesta es que no siempre. No en el 100 % de los casos. Siempre resulta curioso ver cómo nuestro desorden fluctúa en función del estado de ánimo. A veces, el nivel de ansiedad, de estrés y angustia vital es proporcional al número de platos que tengas en la cocina por fregar, de la ropa por planchar o de los documentos por clasificar en tu ordenador», recuerda la psicóloga, quien añade que también hay factores educativos que influyen en nuestra manera de crear nuestro entorno. «A veces nos encontramos con personas que siguen el patrón con el que se han educado y aquello que han visto en casa». Así que ahora mismo habrá madres y padres diciendo, con razón, que ellos no son los 'culpables' de las leoneras de sus hijos, ni de sus mesas de oficina caóticas, ni de sus casas manga por hombro. Que será más bien por lo del estado de ánimo...
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Al menos, a los desordenados les queda el 'consuelo' de que ese virtuosismo para vivir rodeado de cosas dispuestas sin lógica alguna siempre ha sido un rasgo muy ligado a la creatividad en el imaginario popular: el mito del profesor chiflado, del friki superinteligente que vive rodeado de cosas, de científicos engullidos por miles de tubos de ensayo y probetas, de artistas en estudios inconcebibles y escritores sitiados por miles de libros y papeles...
Pues bien, parece que la ciencia ha desmentido que el desorden tenga algo que ver con la creatividad. Y tampoco con la productividad. Según indica Sabater, las interrupciones y distracciones frecuentes -buscar un informe que no sabemos dónde está o esa hoja de apuntes perdida- afectan a la memoria de trabajo, que es la competencia que nos permite realizar tareas complejas al retener y manejar información.
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«Una investigación divulgada en 'Building and Environment' reveló que los entornos físicos de trabajo tenían un vínculo directo con el bienestar de los empleados y la calidad de lo que hacen». Y otra investigación, publicada en 'Frontiers in Psychology', refutó a algunas anteriores, muy mediáticas, que relacionaban el desbarajuste con la creatividad: no hallaron evidencias en las pruebas a las que sometieron a decenas de universitarios con mesas ordenadas y desordenadas.
Según Sabater, si el caos se alarga en el tiempo, la motivación del trabajador se acaba viendo afectada y su conducta «se vuelve pasiva». También nos estresaremos si el desorden es crónico (aumentará los niveles de cortisol en nuestro organismo y lo mismo sucede con el desorden de casa), porque este ambiente hace creer al cerebro que tenemos una cantidad inasumible de trabajo por hacer.
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A veces no es para tanto, pero lo parece. Tal y como explica la psicóloga, un ambiente caótico nos impide priorizar tareas y organizarnos de forma eficiente, nos complica saber por dónde empezar. Y esto, claro, va contra la productividad. De hecho, en el afán de muchas empresas por mejorar el entorno laboral de sus empleados laten estas evidencias. ¿Alguna razón más para ponernos a recoger ahora mismo nuestra mesa de trabajo? Sí. «Por lo general, las personas con escritorios muy desordenados generan menos confianza y dan la imagen de ser menos eficaces y responsables», deja caer Sabater. Ahora sí que no hay excusa: ¡a recoger!
Todos hemos visto la típica habitación adolescente, esa 'leonera' que ellos tratan como su 'templo' y donde no admiten de buen grado ninguna injerencia. ¿Por qué lo tienen todo manga por hombro y viven tan contentos en ese caos? «Todo ese desorden es el vivo reflejo de su cerebro y de los procesos que se van produciendo en él, que se suceden sin orden ni concierto aparente, pero que están destinados a que maduren», asegura David Bueno, doctor en Biología y Neuroeducación y autor de 'El cerebro adolescente' (Ed. Grijalbo). Es decir, así tienen la habitación, así tienen el cerebro. «Pero, ojo, hay otros extremadamente ordenados, algo que tiene el mismo origen», añade el experto. ¿Y eso? Pues que algunos notan ese caos y su respuesta no es rendirse a él, sino querer ordenarlo.
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